Avanzamos hacia un choque en el que la transparencia de las acciones angélicas y diabólicas se hará cada vez más clara.
Redacción (22/12/2022 15:50, Gaudium Press) En la Santa Navidad celebramos este hecho sublime: el Verbo se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen María y habitó entre nosotros.
Dios creó a todos los seres en una jerarquía perfecta: ángeles, hombres, animales, plantas, minerales.
Y decidió, desde toda la eternidad, unirse con una de sus criaturas -en una unión que la teología llama hipostática- para elevar esa naturaleza a su propia divinidad.
Así, en Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se unió a la humanidad, constituyendo una sola Persona Divina con dos naturalezas, la divina y la humana.
En la inmensa variedad de los seres creados, Dios no escogió a la criatura más alta para tal unión, sino a aquella que en cierto modo participaba de todas las naturalezas, para así honrar a toda la Creación.
Con la Encarnación, se puede admitir que en la Noche Santa todos crecieron enormemente en su resplandor porque “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
Sin embargo, Dios honró especialmente al género humano, no sólo escogiendo a un Hombre para establecer la unión hipostática, sino elevando a una mera criatura humana a la dignidad de Madre de la que iba a nacer. Nuestra Señora aparece así como el sustentáculo del honor de la humanidad.
Campo de batalla
Todo el plan de la Creación tiene, pues, un significado específico en función de la humanidad, a través del cual la lucha por la salvación de los hombres, para que den gloria a Dios, correspondan a sus designios y hagan su voluntad en la Tierra como en el Cielo, asume una importancia que involucra a toda la Creación.
El centro de esta guerra es la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana y la fina punta de las fuerzas, tanto del bien como del mal, lucha en este campo de batalla, constituido por nosotros los seres humanos.
Al cabo de un año más, el panorama de esta lucha se presenta así: una enorme confusión esparcida por doquier por los hijos de las tinieblas. Confusión dentro y fuera de la Iglesia, confusión a nivel eclesiástico, civil, político, social, económico; todo es incertidumbre y caos.
Viendo tanta confusión entre luchadores de un lado y del otro, se diría que los verdaderos mentores de la lucha, es decir, los Ángeles y los demonios, soltaron las riendas de los acontecimientos y que los hombres, entregados a sus limitaciones, no hacen más que disparates. Ahora, los espíritus angélicos nunca abandonan las riendas de la batalla.
Por lo tanto, son los demonios los que causan confusión y los Ángeles los que la combaten.
Por otra parte, aunque se trata de una guerra por la salvación del género humano y, por tanto, protagonizada mayoritariamente por hombres, la desproporción existente entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas habla a favor de la angelización de la lucha. Así, avanzamos hacia un choque en el que la transparencia de las acciones angélicas y diabólicas se hará cada vez más clara.
El futuro está en las manos de Dios y en la oración de María, ya que todo lo que Ella pide, lo obtiene. Imploremos, pues, a Aquella a quien la Iglesia invoca como “Causa de nuestra alegría” y “Reina de los Ángeles”, que derrame sobre el mundo una lluvia de gracias que lave la faz de la Tierra, disipe las tinieblas y haga resplandecer, en cielo azul, el Sol de Justicia para la humanidad renovada.
Por Plinio Corrêa de Oliveira
Texto extraído, con adaptaciones, de Conferencia del 12/5/1981.
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