sábado, 23 de noviembre de 2024
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Cuaresma: tiempo propicio para confesarse

En cada tiempo litúrgico se nos reservan gracias especiales y el tiempo de Cuaresma nos invita en particular a la penitencia y al arrepentimiento.

Confissao 2

Redacción (23/03/2023 10:26, Gaudium Press) Si hubiera un centro de salud que tuviera médicos capaces de curar cualquier enfermedad, no sería necesaria la publicidad para convertirlo en el más popular del mundo. Ciertamente, la demanda obligaría a la determinación de reglas para evitar trastornos y favorecer al mayor número posible de pacientes; no se escatimaría ningún esfuerzo para obtener atención, y el simple hecho de tener un lugar seguro en la cola, por larga que ésta sea, sería motivo de tranquilidad y paz para quienes creen encontrar en la salud del cuerpo la felicidad perfecta…

¡Si tú también entendieras hoy lo que te puede traer la paz!” (Lc 19, 42): ¡este lamento amoroso de Nuestro Señor se puede aplicar a aquellos que se preocupan sólo por el bienestar físico y descuidan sus propias almas! En la vida terrenal, es más importante permanecer en gracia de Dios que conservar las posesiones pasajeras.

Es cierto que Jesús está dispuesto a curarnos de las enfermedades del cuerpo, y así lo atestiguan las innumerables curas que Él obra en los Evangelios; no olvidemos, sin embargo, que, además de devolvernos la salud, el Redentor nos invitó a no pecar más (cf. Jn 5, 14).

El pecado, el peor mal

Al contemplar al Llagado Divino en su Pasión, ¡quedamos perplejos! El que pasó por el mundo haciendo el bien fue traicionado por uno de sus discípulos, desfigurado con indecibles suplicios y muerto en la Cruz. Quizás entre los que lo azotaron había uno que había sido paralítico y curado por él; entre los que gritaban pidiendo su Muerte, otro que había sido mudo o incluso alguien que habiendo muerto había vuelto a recibir la vida por su obra… Sin embargo, todos gritaban: “¡Crucifícale, crucifícale!”, prefiriendo salvar a un asesino que al Hijo de Dios Es en la Pasión donde el pecado manifiesta el grado más alto de su violencia y de su multiplicidad.

¿Quién puede entender el pecado? (Sl 18, 13), Sin duda, él es la peor de las enfermedades a las que todos estamos sujetos por nuestra naturaleza caída. Pero el Divino Redentor a tal punto desea revitalizar nuestras almas más que nuestros cuerpos, que legó a la Iglesia no “algo parecido a un cajero automático para curar enfermedades, en el que los enfermos se arrodillan y salen curados. Instituyó, esto sí, el Sacramento de la Penitencia”, un don invaluable que nuestra inteligencia no puede comprender del todo.

La Sublimidad de la Confesión

En la Ley Antigua era inútil acusarse junto al sacerdote, ni era posible obtener la certeza del perdón. Se prescribían los más diversos holocaustos por los pecados, pero ni la totalidad de estos sacrificios “sumados y multiplicados por sí mismos, serían capaces de perdonar una sola falta venial. ¡Ni siquiera a Nuestra Señora, con todos sus méritos, le sería eso posible!”

Después de la Pasión, sin embargo, con los Apóstoles reunidos a puerta cerrada, Jesús se les apareció por primera vez, sopló sobre ellos y les confirió este poder divino: el de perdonar o retener los pecados (cf. Jn 20, 23). Y en la Confesión, cuando el sacerdote, dibujando una cruz, pronuncia la fórmula “Yo te absuelvo de tus pecados…”, “es este mismo soplo de Jesucristo el que se extiende para restituir en el alma del penitente la vida divina perdida por pecado”.

Si el pecado mortal nos hace enemigos de Dios, la Confesión bien hecha, por el contrario, produce una verdadera resurrección: restituye al alma la gracia santificante y la filiación divina, apaga la falta, perdona la pena eterna, restaura las virtudes y los méritos, confiere la gracia sacramental específica y reconcilia al penitente con la Iglesia.

Cabe señalar que no solo aquellos que han cometido pecado mortal deben buscar la Confesión. También las almas que han caído en faltas menores siempre pueden beneficiarse de este Sacramento, ya que confiere fuerza y ​​gracias específicas que ayudan a vencer los pecados cometidos y a disminuir las malas inclinaciones.

Comentaba el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: “Cada persona que sale del confesionario es un héroe que se levanta con fuerza suficiente para no pecar más, capaz de emprender el combate, aunque las batallas morales que tenga que librar sean prodigiosas”.

El odio del demonio contra el milagro de la misericordia

¡La riqueza de esta fuente de misericordia es muy desconocida! Lo que el demonio vence por el pecado, lo pierde en el Sacramento de la Penitencia y, por eso, trata por todos los medios de alejarnos de la Confesión. A algunos les da miedo; a otros, la impresión de que el sacerdote se horrorizará con sus faltas…

Debemos estar siempre vigilantes, porque el enemigo de nuestra salvación actúa así incluso con almas muy virtuosas, como narra Santa Faustina Kowalska en su Diario:

Cuando comencé a prepararme para la Sagrada Confesión, me asaltaron fuertes tentaciones contra los confesores. No veía al demonio, pero lo sentía, y su terrible ira. […] Sentía que luchaba con poderes y exclamé: ‘¡Oh Cristo! Tú y el sacerdote sois lo mismo; me acercaré al confesor como a ti, no como a un hombre’. Cuando me acerqué al confesionario, primero desentrañé mis dificultades. […] Después de la Confesión desaparecieron todas, y mi alma se sintió en paz”.

Y a esta misma Santa, Nuestro Señor pidió:

Di a las almas dónde deben buscar consuelo, es decir, en el tribunal de la misericordia, donde sigo realizando mis mayores prodigios, que se renuevan sin cesar. Para obtenerlos no es necesario emprender largas peregrinaciones, […] sino que basta acercarse con fe a los pies de mi representante y confesarle la propia miseria. […] Aunque el alma se esté descomponiendo como un cadáver, y aunque humanamente ya no haya posibilidad de restauración y todo esté ya perdido, Dios no ve las cosas así. El milagro de la misericordia de Dios revivirá esa alma a una vida plena. ¡Oh desgraciados que no aprovechan este milagro de la misericordia de Dios! Clamaréis en vano, porque será demasiado tarde”.

Cuaresma, tiempo propicio para confesarse

Quien nunca ha experimentado el consuelo del alma que sale del confesionario seguro de haber sido perdonado por el mismo Nuestro Señor Jesucristo, ¡no conoce una de las mayores alegrías que se pueden tener en esta vida! En cada tiempo litúrgico se nos reservan gracias especiales y el tiempo de Cuaresma nos invita en particular a la penitencia y al arrepentimiento.

Pidamos, pues, a Nuestra Señora, Abogada de los pecadores, que nos ayude a aprovecharlas al máximo, porque el Divino Prisionero, que siempre nos espera en la Sagrada Hostia, de otro modo también nos espera en el Sacramento de la Penitencia, deseoso de perdonarnos y cubrirnos con sus caricias!

(Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangelho n. 243, marzo de 2022. Por la Hna. María Teresa de Melo Aquino, EP.)

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