sábado, 23 de noviembre de 2024
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Fe en la victoria de Jesús y de la Iglesia

Cuando los apóstoles vieron la tumba vacía de Jesús, una pequeña chispa de fe comenzó a crecer en sus corazones, hasta convertirse en esa verdadera llama que se apoderaría de la faz de la Tierra: la Fe Católica.

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Redacción (20/04/2023 14:02, Gaudium Press) Aún era muy temprano en la mañana cuando María Magdalena fue al sepulcro de Jesús. Nuestro Señor había sido crucificado el viernes, pero había predicho varias veces que su Resurrección tendría lugar al tercer día después de su muerte. Pero, como podemos ver, María no fue al sepulcro para ver al Señor resucitado; tal vez tal hipótesis ni siquiera se le había pasado por la cabeza.

Sin embargo, cuando llegó allí, la piedra que cerraba el sepulcro había sido removida y el sepulcro estaba vacío. Así que la Magdalena salió corriendo a advertir a los apóstoles Pedro y Juan. Cuando estos llegaron al lugar, sólo encontraron las bandas y la tela que envolvía al Salvador después de su muerte. Pero Jesús, ¿dónde estaba? Nadie lo sabía. Sin embargo, el apóstol a quien amaba el Señor, el evangelista Juan, confesó que en ese momento “vio y creyó” (Jn 20, 8).

Una chispa de esperanza

¿Qué creía? ¿En la Resurrección? No es tan fácil afirmar esto, ya que el apóstol virgen dice al final del Evangelio que tanto él como san Pedro “aún no habían entendido la Escritura, según la cual [Jesús] debe resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9). Aun así, los apóstoles se encontraron ante una evidencia: Nuestro Señor había sido muerto y sepultado allí, pero no estaba en el sepulcro. ¿Dónde estaría él ahora? ¿Habrían robado el cuerpo? Pues bien, las bandas en que estaba envuelto estaban organizadas (Cf Jn 20,7), y es sabido que el orden no es cualidad de ladrones…

Aunque todavía no habían comprendido que Nuestro Señor resucitaría, en el corazón de los apóstoles comenzaba a brotar una esperanza, pues “vieron y creyeron” (cf. Jn 20,8). ¿Cuál era el fundamento de tal esperanza?

Sería obvio decir que, durante la Pasión, los apóstoles ya tenían fe en la resurrección de Jesús –aun sin entenderla muy bien–, de lo contrario no habrían huido e ido al sepulcro para ver a Nuestro Señor resucitado. ¿En qué consistía entonces este pequeño hilo de esperanza?

Habían pasado mucho tiempo con Nuestro Señor. Fueron testigos de milagros, como la curación de ciegos, leprosos, cojos, sordos, etc. Sus corazones habían amado mucho al Divino Maestro y tenían la certeza, quizás implícita, de que Jesús nunca podría ser derrotado. Aunque los hechos parecían decir lo contrario, en el fondo de sus almas estaba grabada la siguiente convicción: “La victoria debe ser de Nuestro Señor”. Ahora, al ver el sepulcro vacío, esta pequeña chispa de fe en la victoria de Jesús comenzó a crecer hasta convertirse en una verdadera llama que poco a poco se apoderaría de toda la Tierra: la Fe católica.

¿Cómo tener Fe en la victoria de la Iglesia?

En este Domingo de Pascua, estamos invitados a imitar a los apóstoles Pedro y Juan. Todo católico es testigo de las maravillas de la Iglesia, ya sea contemplando su historia tres veces santa o incluso siendo objeto de su bondad.

Quien la ama de verdad tiene la absoluta certeza de que la Iglesia no puede ser vencida. Es este amor, esta convicción la que sirve como chispa de esperanza aun cuando, absurdamente, nos encontremos ante lo que podría llamarse la “Pasión de la Iglesia”. Por supuesto, esta “Pasión” no terminará con su muerte. Pero así como el Sagrado Cuerpo de Jesús quedó tan desfigurado en su crucifixión, su Cuerpo Místico a veces puede volverse casi irreconocible en comparación con los siglos que nos precedieron. Si un día esto sucede, lo que nos sostendrá será nuestro amor por la Iglesia y nuestra Fe en su victoria.

El verdadero católico no se dejará sacudir en estos momentos. Sufriría -es cierto- pero, como los apóstoles, confiaría en la victoria final de Jesús y de su Cuerpo Místico.

Aprovechemos esta Pascua para crecer en esta fe y en nuestro amor a la Iglesia. Oremos para que se extienda por toda la tierra y lleve la luz de Cristo a todos los pueblos.

Por Lucas Rezende

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