sábado, 23 de noviembre de 2024
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¿Para ser feliz? No sirve solo sentir, sino que es preciso Pensar…

Una de las grandes mentiras de ciertas camarillas influyentes es la de que la felicidad se alcanza con el gozo más o menos exarcebado de los placeres sensibles.”

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Foto: Karl Fredrickson en Unplash

Redacción (07/08/2023, Gaudium Press) El eterno tema de la felicidad…

Abordémoslo hoy bajo un aspecto y desde el punto de vista natural, haciendo abstracción de lo sobrenatural (algo que siempre es peligroso, pero en fin, es solo para efectos didácticos).

Una de las grandes mentiras de ciertas camarillas influyentes es la de que la felicidad se alcanza con el gozo más o menos exarcebado de los placeres sensibles.

Esa es una mentira que repite por doquier la publicidad; es casi una fórmula invariable que ella aplica: ‘tome la gaseosa tal que así alcanzará la felicidad; ¡ahh… mire, qué delicia!’. ‘Felicidad es estar en una playa, bajo las sombras de las palmeras, con el licor tal, o en el hotel tal’. ‘Pruebe las pastas marca tal, preparadas así y asá, su familia lo adorará’, y usted será feliz….

Sin embargo, al centrarse solo en los placeres sensibles como fuente de felicidad, la publicidad emite una mentira sutil pero muy profunda, muy mentira: está olvidando que el hombre no es solo sensibilidad, es también inteligencia y voluntad, y que o estas facultades son atendidas o el hombre sufrirá de una infelicidad muy profunda.

La inteligencia humana tiene sed de saber, quiere conocer más y más, que en el fondo es un deseo de conocer el infinito, que al final del camino es el propio Dios. Y el hombre tiene una voluntad, un deseo de amar o rechazar, que se atrae no solo por los objetos apetecibles que le muestra su sensibilidad, sino que quiere amar el infinito y también busca ser informada por lo que le revela su inteligencia.

El que no piensa, es como el que teniendo vista no ve

Por eso, SI EL HOMBRE NO PIENSA, si no ejercita la capacidad de conocer, no será feliz: su principal facultad queda desatendida. Esto es algo que no nos dice la publicidad, y por eso ella miente por esa gran omisión.

Un día explicaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveria, que no usar la inteligencia, no pensar, no emitir juicios, es como alguien que teniendo los cinco sentidos corporales –visión, oído, olfato, gusto y tacto– solo usase el gusto o el tacto, y no la vista y el oído. Sería un absurdo negarse el ejercicio del sentido más elevado, la vista, que nos permite contemplar un atardecer, admirar un águila. Pues peor es no usar la inteligencia, que es mucho más elevada que la vista, y cuyo ejercicio puede naturalmente ofrecer un deleite más profundo.

Incluso, hay formas y formas de gozar los propios placeres sensibles: esto es con mera animalidad o con inteligencia.

Con animalidad, la persona tragará una galleta cubierta con caviar como quien pasa rápido por su garganta harina con salsa de tomate, acelerado.

En cambio, con inteligencia, buscará saborearla, degustarla, si es la primera vez que prueba el caviar, tratará hacer analogías con otras comidas, con otros sabores, con olores, buscará poner en palabras el deleite físico que está sintiendo, por ejemplo, dirá “delicia”, pero también algo como “sabor de bolitas sorpresivas”, o “intensidad que no empalaga”, o “contextura vidriosa singular”. De esa manera el uso de su facultad sensible, el gusto, será ilustrado también por la inteligencia, y con ello estará gozando de un deleite más completo, más apropiado al hombre racional, porque entró en juego no solo el gusto sino también el olfato, la vista y la inteligencia, además de la voluntad, que amará así de forma más completa la nobleza del caviar.

Es el maravilloso juego de convertir las impresiones en palabras, de transformar las meras sensaciones en ideas, en comparaciones, en juicios: ese es el ejercicio de la inteligencia. Para ser verdaderamente ser humano, y no mero animalito esclavo de las sensaciones. Para tener libertad de hombre, y volar al mundo que está más allá de las estrellas, pero al alcance de la facultad más elevada del hombre.

Pensar es iluminar, pensar es descubrir lo que me era oculto, pensar y así descubrir es colonizar nuevos continentes. Mayor tesoro que poseer riquezas, es acumular conocimientos fruto de la reflexión, conocimientos que dan seguridad, que guían en el intrincado camino de la vida. El que no piensa es peor que el ciego, porque es ciego de la luz de su inteligencia. Y este ciego, por más que viva todo día en una playa con mojitos y mariscos, no podrá ser feliz, pues al final… es ciego.

Mucho más feliz es el que, por ejemplo, está sentado en un café observando una iglesia y descubriendo con su pensamiento el mensaje oculto de su arquitectura. Recuerdo una ocasión en la que estaba con dos inteligentes amigos en un café al aire libre, frente a la para muchos iglesia más bella del mundo, Chartres. La tarde era magnífica, soleada de un azul intenso sin mancha blanca. Las torres de Chartres se mostraban elevadísimas, rasgando el cielo, pues de hecho estábamos muy cerca de la base de la catedral y las torres parecían perderse en el infinito celeste. Su piedra gris parecía blanca-crema, y eso en mi mente hacía ligación con la reliquia que pronto iríamos a contemplar, el Velo de la Virgen, símbolo de su blancura sin tacha, de la cual Chartres era el relicario-gótico. Fueron momentos de delicia.

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Foto: Mick Haupt en Unplash

Más feliz que el animalillo que se tira en una playa (claro, las delicias del mar también pueden ser consideradas inteligentemente…), es por ejemplo el que contempla desde un café a los rostros pasar y busca en su observación inteligente, desvendar y poner en palabras y juicios los secretos de los corazones: “mire esa cara de señora de rasgos firmes, que han sido moldeados por el sufrimiento. Sin embargo, conserva una cierta alegría, los dolores no la han apagado, ¿por qué será?”; o “esos ojos no solo son profundos sino que revelan bastante inteligencia. Es una inteligencia tal vez demasiado segura de sí misma, el rostro es un tanto duro, esa persona ya ha probado que su inteligencia le permite jugar con cierta superioridad en el camino de la vida. ¿Será que esa alma orgullosa todavía tendrá espacio ahí para Dios?”, porque pensar no es solo responderse, sino sobre todo preguntarse.

Verdaderamente, decía también el Prof. Plinio, el hombre más feliz no es el que busca loco los insuficientes gozos sensibles, ni el que vive para trabajar, para encontrar dinero, para luego darse… gozos sensibles, sino el que desarrolla armónicamente sus facultades y las usa, particularmente el pensamiento.

Condiciones, requerimientos

Pero para PENSAR, hay que cumplir ciertas condiciones.

La agitación no permite la reflexión. El que vive corriendo, no piensa mucho; el que corre solo siente, no reflexiona. El que corre cree que ahorra tiempo, pero lo pierde, porque el pensar es el que muestra los caminos más cortos.

El pensar exige una consideración atenta de la realidad, que podemos llamar observación. Esa observación es la que da las premisas del pensamiento. Quien no se detiene a observar, no tiene material en qué después reflexionar.

El pensamiento se nutre y desarrolla en momentos de silencio. Quien a toda hora está bajo los efectos de estímulos a los sentidos (por ejemplo excesos de ruidos o de imágenes), hace que los sentidos ahoguen la inteligencia, impidiendo así la reflexión.

Uno de los placeres naturales más elevados es la buena conversación, el compartir mutuo de ideas, deseos, sentimientos. La conversación ni siquiera es solo la ocasión de un gran deleite, sino una necesidad, porque es una de las formas principales de relacionarse entre los seres humanos, que también somos animales sociales.

Pero el que no piensa no tiene mucho de qué conversar, su conversa es monótona, y se limitará a cosas del corte: “Cómo hace de frío, ¿cierto?”, tan comunes hoy. O se ceñirá a una convivencia superficial y animalesca, como esa que se establece en ciertos conciertos de música moderna.

Es el pensamiento es el que da profundidad al alma. Un alma que no piensa es superficial. Y el alma superficial termina teniendo menos elementos para relacionarse en profundidad con otros seres humanos.

En cambio el que piensa, ha descubierto dentro de sí un magnífico ‘juguete’, que no solo le dará los mejores esparcimientos y deleites, sino elementos preciosos para la lucha de la vida (tampoco olvidemos que la lucha, cuando se la entiende y aunque dolorosa, también es fuente de felicidad).

Es claro: por encima del pensar, está la relación con Dios, que es la que trae la gracia, la vida divina.

Pero la propia relación con Dios se solidifica en el uso adecuado de esa maravillosa capacidad que Dios nos dio, que es la posibilidad de reflexionar.

Por Carlos Castro

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