domingo, 24 de noviembre de 2024
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Santa Clara, hija de condes, discípula de San Francisco, ella también multiplicó panes

¡Qué tenía Asís para ser tan querido por Dios, que suscitó dos almas tan luminosas, como las de San Francisco y Santa Clara! Fue una verdadera Puerta al Cielo esa ciudad.

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Redacción (11/08/2023 08:00, Gaudium Press) ¡Qué tenía Asís para ser tan querido por Dios, que suscitó dos almas tan luminosas, como las de San Francisco y Santa Clara! Fue una verdadera Puerta al Cielo esa ciudad.

Nace Clara en 1193; tenía por tanto 11 años cuando San Francisco dejó la casa del comerciante Bernadone, su padre. Es decir, vio con sus propios ojos cómo la estrella de la vida del santo iba surcando el horizonte y lo iba iluminando con su luz cándida e inocente, su luz de estigmatizado de Cristo.

Cuando tenía 18 años fue a la iglesia de San Giorgio a escuchar la prédica de San Francisco de Cuaresma. Y entonces le pidió que le enseñara a regir su vida según “el modo del Santo Evangelio”; desde ahí San Francisco la dirigió espiritualmente.

Abandona la casa paterna

Poco después, era un domingo de ramos del año 2012, Clara, la hija de los Condes de Sasso Rosso deja a su vez la casa paterna y va hasta la iglesia de Santa María de los Ángeles. Gritos en la familia, súplicas y amenazas para que vuelva, pero la joven tenía ya el carácter firme de los guerreros de Dios y no cede. San Francisco y varios sacerdotes la habían recibido con cirios y con el canto del Veni Creator, pidiendo los dones del Espíritu Santo. Sus ropas de terciopelo se cambian por el hábito franciscano, y es el propio San Francisco el que corta sus trenzas, como señal de ruptura total con el mundo que dejaba.

En pos de Clara vendría su hermana Inés, y luego otras 16 jóvenes, parientes de la doncella, con las que se constituiría el núcleo inicial de las Damas Pobres de San Damián, hoy conocidas como clarisas.

Inspirada por Dios, ella misma redactó la regla escrita de su comunidad, algo inédito hasta ese momento en la historia, que una mujer hiciera esa redacción.

Su ejemplo de vida fue insigne: cuidar los enfermos en hospitales, pedir limosnas, atender a los pobres, hacer los trabajos más humildes con alegría.

La multiplicación de los panes de Santa Clara

A semejanza de Cristo, Santa Clara también multiplicó panes.

Un día había un solo pan para las ya 50 hermanas de su comunidad. Ella no dudó, y junto a otras religiosas lo bendijo y comenzó a repartirlo, enviando lo que había restado para los hermanos de San Francisco. “Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?”, dijo entonces el alma pura de Santa Clara.

Su salud fue por lo general precaria. En una ocasión, cuando se celebraba la Natividad de Cristo y estaba ella en su lecho de enferma, Clara fue llevada milagrosamente hasta la iglesia de San Francisco donde asistió al oficio, a la misa y recibió la Sagrada Comunión, para luego ser regresada a su lecho de dolor. Son estos algunos de los muchos milagros que se operaron en la vida de la santa.

El Papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte, en 1253. Ella le pide la bendición, con la indulgencia plenaria, la cual le es concedida. Pero el Papa sabía muy bien a quien estaba bendiciendo, y por ello, conmovido le dijo: “Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina”.

San Francisco para entonces ya había muerto, pero fue acompañada en su agonía por tres de los frailes más queridos por Il Poverello: Fray Junípero, fray Ángel y fray León, quienes la ayudaron a soportar ese transe de sufrimiento con la lectura de la pasión de Cristo.

Es canonizada en 1255 por el Papa Alejandro IV que expresaba en la bula de canonización que ella “fue alto candelabro de santidad”, a cuya luz “acudieron y acuden muchas vírgenes a encender sus lámparas”.

Con información de Catholic.net y Aciprensa

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