viernes, 22 de noviembre de 2024
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Batalla de Las Navas de Tolosa, los cristianos guiados por un ángel

En la España de los siglos XII y XIII, la Divina Providencia levantó hombres que lucharon heroicamente contra los mahometanos, como Alfonso Henriques, rey de Portugal.

1040px Batalla de las Navas de Tolosa por Francisco van Halen

Redacción (18/09/2023 09:30, Gaudium Press) Durante aproximadamente 350 años, los islamitas dominaron el sur de la Península Ibérica. Francia se había librado de ellos mediante la victoria de Carlos Martel en la batalla de Poitiers en 732.

La España actual estaba dividida en varios reinos, y algunos soberanos hicieron pactos con los moros. Indignado por estas actitudes infames, el Papa Celestino III –pontifice de 1191 a 1198– ordenó a los reyes suspender las guerras entre ellos, marchar contra los infieles hasta su expulsión y “amenazó con la excomunión a todo aquel que se aliara con los enemigos de la Cruz”. [1]

Alfonso VIII: abuelo de dos grandes santos guerreros

410px Alfonso VIII de Castilla Ayuntamiento de LeonEl rey de Castilla, Alfonso VIII –abuelo de san Luis IX, rey de Francia, y de san Fernando, rey de Castilla– se lanzó con ardor contra los infieles, ayudado especialmente por el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, con su prédica.

A petición de Alfonso VIII, el Papa Inocencio III –sucesor de Celestino III– llamó a los católicos franco-españoles a luchar contra los sarracenos. En algunas regiones, a los mahometanos se les llamaba sarracenos, del latín Sara sine, sin Sara. La esposa de Abraham se llamaba Sara, y los islamitas se declararon descendientes no de Sara, sino de Agar, la esclava de Abraham.

Guiados por tres obispos, los reyes de Aragón y Navarra, así como caballeros del sur de Francia, se unieron al rey de Castilla en las cercanías de Toledo.

120.000 sarracenos fueron muertos

El propio Alfonso VIII narró los hechos que resumimos a continuación.

Los ejércitos católicos llegaron a la fortaleza de Calatrava –centro de la actual España–, que era sede de la Orden militar del mismo nombre y que había sido tomada por los mahometanos. Protegida por profundos fosos, la fortaleza tenía altos muros con varias torres.

Una vez que los católicos llevaron a cabo el asedio, los infieles se aterrorizaron y se rindieron. Poco después, los franceses regresaron a su país con el objetivo de reforzar el ejército que el heroico Simón de Montfort dirigía en la guerra contra los albigenses.

Comandados por los reyes de Castilla, Aragón y Navarra, los católicos caminaban en medio de desfiladeros, donde se escondían los sarracenos que intentaban matarlos. Entonces Dios envió un Ángel em forma de pastor que los guió en el camino a seguir.

Llegaron al promontorio de Navas de Tolosa, cercano a la actual ciudad de Jaén, sur de España, y en el valle adyacente extendieron sus tiendas. Era sábado 14 de julio de 1212. El sultán, con su numeroso ejército, se dispuso el domingo en orden de batalla, pero Alfonso VIII no los atacó por ser día santo.

El lunes, con la Cruz delante de los caballeros y un estandarte en el que estaban representados Nuestra Señora y el Niño Jesús, los católicos se acercaron a los sarracenos que lanzaban flechas con el objetivo de destruir la Cruz y la bandera.

El arzobispo de Tolosa y otros obispos, con ardientes palabras, animaron a los católicos a seguir adelante. Atacaron a los infieles con tal fuerza que los aplastaron. Encabezados por el sultán, muchos de ellos huyeron. Murieron 120.000 sarracenos, mientras que entre los católicos hubo 30 bajas.

En alabanza y agradecimiento al Creador se cantó un Te Deum.

Alfonso VIII envió al Papa una tienda de seda y una bandera recubierta de oro, recogida del botín dejado por el enemigo. Inocencio III ordenó izar la bandera dentro de la Basílica de San Pedro.

El sultán había escrito al Pontífice que, después de aplastar a los católicos de España, iría a Roma y colocaría su bandera en lo alto de la basílica papal, que se transformaría en un establo para sus caballos. [2]

En la batalla de Navas de Tolosa los caballeros de la Orden de Calatrava destacaron por su combatividad.

Orden Militar de Calatrava

Fundada en 1158 por San Raimundo de Fitero, quien fue abad del Monasterio de Fitero –en Navarra, norte de España–, esta Orden se estableció en la ciudad de Calatrava. Sus miembros hacían votos de obediencia, castidad y pobreza, sólo comían carne los martes, jueves y domingos, ayunaban frecuentemente, guardaban silencio y dormían con armadura. Llevaban un hábito blanco con una cruz carmesí, en cuyos extremos estaban pintadas flores de lis.

Ante los avances de los sarracenos, el rey de Castilla Sancho III declaró que cedería la fortaleza de Calatrava a quien la defendiera. San Raimundo aceptó la propuesta y, con algunos otros monjes, se dirigió allí; entonces, Sancho destacó un batallón de soldados para que les auxiliaran y, así, la fortaleza quedó protegida.

Pero en 1195, atacados por los mahometanos, abandonaron la fortaleza y se establecieron en un castillo cerca de la Ciudad Real, en el centro de España.

Con el gran desarrollo de la Orden, sus miembros participaron en la Batalla de Navas de Tolosa y, posteriormente, ayudaron a San Fernando III, rey de Castilla y León (1199-1252), en sus siempre victoriosas guerras contra los paganos. El Santo Rey donó numerosos terrenos a la Orden de Calatrava.

En 1164, Alejandro III la aprobó y, en 1199, Inocencio III redactó un documento en el que “enumeró alrededor de un centenar de localidades, fortalezas, iglesias, etc. que pertenecen a Calatrava en los reinos de Aragón, Navarra, León, Castilla y Portugal. Y este número de plazas y castillos creció en los años siguientes”.[3]

Sin embargo, en el Renacimiento –con la Orden incorporada a la corona de España–, Pablo III, en 1540, eliminó el voto de castidad que hacían los Caballeros de Calatrava. Luego perdió su espíritu religioso y militar.

El 15 de marzo se celebra la memoria de San Raimundo de Fitero –o de Calatrava, según el martirologio–.

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira afirmó:

“¡La Cruzada de Reconquista española y portuguesa duró 900 años, cuando debería haber durado mucho menos! Esto ocurrió a causa de momentos de desfallecimiento y molicie.

“Si estos momentos no hubieran existido, ¡cuántas cosas diferentes y más magníficas habrían sucedido, para la gloria de Nuestra Señora! ¡Si la Cruzada Hispano-Portuguesa se hubiera realizado de un solo golpe, no se habría detenido en las costas del Atlántico, sino que habría cruzado el mar y entrado victoriosa en África! Y toda la presencia mahometana en el Mediterráneo habría sido diferente, y con eso la Historia de Europa. ¡Cuando se hubiera descubierto América, el Mediterráneo sería un mar enteramente cristiano!»[4]

Por Paulo Francisco Martos

(Noções de História da Igreja)

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[1] DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église. Paris: Louis Vivès. 1880, v. 27, p. 572.

[2] Cf. Idem. 1881, v. 28, p. 278-284; Cf. VILLOSLADA, Ricardo Garcia. Historia de la Iglesia Católica – Edad Media.3. ed. Madri: BAC, 1963, v. II, p. 402-403.

[3] VILLOSLADA, Ricardo Garcia. Op. cit. v. II, p. 704.

[4] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferência em 25-12-1982.

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