viernes, 22 de noviembre de 2024
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Isabel la Católica, Madame de Montespan y la Hepburn: los tres peldaños

Pero esta historia termina feliz…

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Redacción (21/10/2023, Gaudium Press) De Isabel la Católica se conoce más el aura de su existencia y su gran gesto de desprendimiento que habilitó a Colón a descubrir las Américas, que las muchas hazañas de su vida. Sin embargo esa dama era un coloso.

De índole guerrera como es guerrera su raza, no destinada a ser reina por cuna sino por los avatares de los acontecimientos humanos, el Reino de Castilla no podía haber quedado en mejores manos.

Casada con un hombre de grandes dotes pero no siempre de nobles sentimientos, a quien mucho amaba, fue sabia en distinguir su amor de mujer de sus deberes de Reina, y supo cuando necesario ‘poner en su sitio’ a Fernando al tiempo que aprovechaba prudencialmente sus cualidades, por ejemplo de astucia y diplomacia. Isabel la muy católica, mezcla de feminidad sin típica flaqueza, de fe, de conocimiento de los hombres, de madre y esposa, de guerrera y generala de sus ejércitos, de eximio jefe de Estado y de gobierno.

En una época en que no le era fácil a los hombres aceptar la autoridad de una mujer superior, con el paso de los días y de sus sacrificios Isabel la Católica fue ganándose el aprecio de los suyos al punto que al final su ausencia fue sentida como casi ninguna, en el Estado que también ella misma casi que construyó.

Un día, ya no me acuerdo dónde, vi una película sobre los reyes católicos, en la que aparecía una versión actualizada de Isabel protagonizada por una pobre actriz a la que ‘el vestido le quedaba bien grande’… Ay Dios mío, cómo nuestros tiempos carecen de grandeza y les es difícil reconocer y hasta representar la grandeza: fracaso total, pues se requeriría para ello de cierta grandeza…

Mucho más fácil ciertamente sería representar a Madame de Montespan.

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Madame de Montespan era lo que se dice una ‘bruja’. Entre tanto hay brujas de brujas…

Luis XIV, cansado de la lujuria que le proporcionaba la de La Vallière —que tuvo la grandeza de terminar sus días en un convento— y no cumplidor de su pacto matrimonial, cae amoroso a los pies de Françoise-Athénaïs de Rochechouart de Mortemart, que por lo demás estaba entonces casada, y quien le terminó dando siete hijos.

Sin embargo erraría crasamente quien se imaginase a la Montespan como cualquiera de esos intentos de cortesanas actuales del jet set, plenas de cortes y vacías de gracias.

A la más sorprendente belleza, ella juntaba el espíritu más vivaz, el más sano y el más cultivado”, decía de ella la brillante Madame de Sevigné, es decir era una mujer de ingenio, de chispa francesa, de cultura, del saber decir, saber agradar y saber hacer francés del Antiguo Régimen, que puede ser el más refinado de toda la Historia. Ella comenzó encantando al Rey Sol no solo por su belleza sino porque hizo quedar en ridículo, con su ingenio, a buena parte de la Corte, y a tierna edad.

Reinó’ la Montespan como la concubina única favorita por cerca de 16 años. Pero el tiempo pasa, la piel se torna flácida o arrugada, el espíritu —l’esprit— por más ingenioso, rico, perspicaz y brillante termina siendo conocido en su globalidad, y fácilmente aburriendo, cometió algunos errores con el Rey, y bien, al final no era sino la ‘favorita’ y el resto fue decadencia… Pero dejó un recuerdo imborrable en la historia, no solo por su relación con Luis XIV, sino por sus atributos personales y también por sus hechos, algunos bien ruines.

La Montespan, una poupée parfaite, ‘muñeca’ cuasi perfecta. Pero, e independiente de su vida moral censurable, al final una muñeca, muy lejos de la grandeza de una Isabel de Castilla, que ciertamente no tendría la cultura de la Montespan, pero que sí era grande y sacral.

Pensaba hablar rápidamente de alguna de las figuras femeninas de la farándula internacional que encandilaron los públicos del ido siglo XX, pero mejor pienso ahorrarle a su memoria la humillación de compartir escenario con la Reina de Castilla o la genio-muñeca Montespan…

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Para que la comparación no sea tan escandalosamente hiriente, ahorrémosle el disgusto a la Bardot y mencionemos solo a Audrey Hepburn, indiscutiblemente fina, bonita pero de la belleza que solo se produce cuando hay cierta clase, y sin embargo ya muy ‘vacía’, un bibelot insustancial, con quien parecería no habría seria posibilidad de hablar de temas históricos, o cosas de un cierto mayor vuelo intelectual, sin recibir un gesto de sorpresa, menosprecio y algo del temor de una porcelana que amenaza quebrarse en mil pedazos.

Isabel la Católica, Madame de Montespan, la Hepburn: tres peldaños de una decadencia, la decadencia de la sacralidad y la grandeza, que inició con el Renacimiento, y llega hasta el desastre de nuestros días.

Pero es usted un injusto, que acomoda los ejemplos a sus pre-conceptos con relación a la actualidad, dirá algún crítico. ¿Por qué no comparó a las dos figuras primeras con una Margaret Thatcher, por ejemplo?

Porque aquí estamos hablando de ‘ídolos’ de sus tiempos, personas que constituían modelos para la generalidad de sus contemporáneos, y que en buena medida representaban las aspiraciones de lo que muchas gustarían de ser en cada época.

Porque si vamos a escudriñar dónde se refugió la grandeza en la sucesión de los días, sí podemos hallar algunas joyas, pero más entre las grandes despreciadas de los mundos de sus épocas, como fueron las santas de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana: comúnmente la vida de una santa comienza con el rechazo de su familia y de su entorno, con el desprecio o si no el ataque del mundo, y finalmente el triunfo de la grandeza por acción de la gracia, pero bajo la campana y campaña de silencio de sus contemporáneos.

De lo que estamos hablando aquí es de tres modelos prototípicos de sus tiempos.

Donde sí, podemos palpar en carne viva la decadencia.

Y eso que no quisimos hablar de los días que corren…

No obstante esta historia termina siendo feliz, pues hay un Modelo maravilloso, que incluso en este auge de decadencia no palidece, y que en muchos ambientes por el contrario es nuevamente apreciado:

De ese Modelo Materno, Auge de la Creación, el ser más grande después de Dios, también femenino, nacerá la grandeza de los Tiempos Futuros, pues por fin su Inmaculado Corazón triunfará.

Admiremos, deleitémonos y hagamos de esa grandeza nuestro cielo ya aquí en la Tierra.

Por Saúl Castiblanco

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