viernes, 22 de noviembre de 2024
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Temperancia e Intemperancia en la lucha Revolución y Contra-Revolución

En otra de sus visualizaciones originales y completamente geniales, un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira explicaba el tema temperancia e in-temperancia.

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Foto: Sergio Ortíz en Unplash

Redacción (18/11/2023, Gaudium Press) En otra de sus visualizaciones originales y completamente geniales, un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira explicaba el tema temperancia e in-temperancia como factor desencadenante de la virtud o del vicio, pero relacionándolo con la contemplación de los conjuntos, con la mística, con la Revolución y con varias otras cosas.

Hundámonos pues en esos mares, llenos de peces multicolores maravillosos, que mucho nos pueden aportar a todo nivel.

Definamos primero junto con la RAE que temperancia es “moderación, templanza”, siendo la templanza “moderación, sobriedad y continencia”, y específicamente para el cristianismo “una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón”.

Intemperancia es evidentemente lo opuesto.

Vemos cómo el tema es más que importante, y mucho más cuando se considera la visualización del Dr. Plinio:

El ‘laboratorio’ donde se cocina la temperancia o la intemperencia es el alma humana, pero más concretamente los apetitos sensibles, pues él llamaba de ‘sensualidad’ intemperante –en su glorioso ensayo Revolución y Contra-Revolución– al desorden de los apetitos sensibles, el apetito irascible y el apetito concupiscible, y particularmente este último, entendido como la inclinación humana a los placeres sensibles.

En el alma intemperante la concupiscencia está en desorden, no se halla controlada por la razón. Asimismo ha hecho allí nido el “orgullo”, considerado como un apetito desordenado de la propia excelencia, que por su desorden niega las reales excelencias de los otros, niega las jerarquías y la autoridad, y propugna por una excelencia mentirosa que el orgulloso no posee, cuando no por un nivelamiento por lo bajo, por un uniformismo total y anti-natural.

Pero decimos que en la visualización del Dr. Plinio el tema es trascedente, pues no se queda solo en una lucha al interior del individuo humano, sino que él afirmaba que de las facultades sensibles el desorden se contagiaba a las ideas del hombre (cumple vivir como se piensa, so pena de terminar pensando como se vive); y del hombre desviado por esta concupiscencia e ideas erradas, el desorden pasaba a los hechos, resultando de ahí el terrible fenómeno de la Revolución, que ha tenido en la Revolución Protestante, en la Revolución Francesa y en la Revolución Comunista tres meras etapas de ese proceso desordenado rumbo al Reino Revolucionario del Desorden, la Anarquía, donde concupiscencia desordenada y orgullo igualitario campearían a sus anchas.

Temperancia o intemperancia es, pues, una alternativa gigantesca, trascendente, con repercusiones en las sociedades, en la civilización, con desdoblamientos incluso eternos…

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Sabemos por datos de la Revelación, que tras el pecado original el hombre quedó con inclinación a la intemperancia, y que para recuperar la temperancia es necesario el auxilio de la gracia, que brota abundante del costado lacerado de Cristo, de donde nació la Iglesia. Vemos pues, que la primera arma contra la Revolución es la Gracia de Dios, la oración constante, los sacramentos frecuentes. No hay Contra-Revolución real ni Contrarrevolucionario auténtico que no tenga como primer principio la Primacía de la Gracia, y la necesidad del recurso constante a ella.

Entre tanto, hay más elementos a considerar…

El Dr. Plinio relacionaba la temperancia con el equilibrio, con la armonía, con los ritmos acompasados, con las visiones de conjunto, con el desapego, con la contemplación de lo divino en lo creado y por tanto la intemperancia con el desequilibrio, con la desarmonía, con el corre-corre loco, con las visiones parcializadas o mono-maníacas, con los apegos desordenados, con las visiones prosaicas y meramente terrenas de la realidad.

Expliquemos algunos de estos aspectos.

La temperancia o templanza produce el equilibrio, entendido este como un funcionamiento pacífico del alma en donde la razón se ilumina por la fe, a su turno informa la voluntad y esta a su vez controla las pasiones: soy capaz de degustar una buena comida, pero no en exceso, porque atenta contra el bien integral de mi salud, física y espiritual; puedo disfrutar de una buena pieza musical, pero si llega la hora del deber suspendo el gusto y me entrego al esfuerzo; etc.

La temperancia produce la armonía, es decir, la relación ordenada, adecuada, proporcionada, de elementos diversos: hay momentos, en que debemos descansar, hay momentos en que hay que luchar; hay momentos en que se debe atender a la recta razón y a la fuerza de voluntad, y hay momentos donde puede explayarse legítimamente la sensibilidad. La armonía evita la manía sobre un solo elemento, porque sabe que la verdadera belleza es la relación ordenada de la variedad que consigue la unidad: la armonía es capaz de degustar temperantemente de un bello atardecer, de un poner de sol en el mar, para luego abandonarlo sin apego pues hay que ir a comer, y luego si se debe estudiar para el examen al día siguiente, va y lo hace…

La temperancia rechaza el correr loco de las sociedades modernas, y sabe combinar la paz que ofrece un buen gregoriano de rectus tonus, con lo agradable de la cadencia un bello polifónico, con la firmeza y decisión de una buena marcha militar, con la elegante jovialidad de un buen minueto o la alegría inocente de un tono mozartiano; la temperancia rechaza de forma absoluta la agitación loca, constante y desordenante, al estilo rock and roll.

La temperancia gusta de las visiones de conjunto: ella puede preferir el mar a las montañas, pero sabe que la naturaleza no es solo mar, sino también valles, colinas, ríos, nevados, desiertos, y más que el mar ama el conjunto creado de espacios naturales, lo que le impide apegarse viciosamente al objeto de su preferencia. El temperante no es apegado del mar, o de los montes, sino que en su visión de conjunto sabe que Dios se refleja tanto en un atardecer en Río de Janeiro, cuanto en el Mont Blanc, que es reflejo de Dios tanto el cisne cuanto el pavo real, o un sencillo gatito, cada elemento a su manera, e integrando un conjunto y que Dios se refleja más en los conjuntos.

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Foto: Samuel Ferrara en Unplash

La temperancia ni siquiera se apega a las visiones de conjunto naturales, sino que conoce que ellas no son sino reflejo de perfecciones divinas, y pide humilde al Señor que se deje ver en los conjuntos maravillosos que él nos puso a disposición en esta Tierra, que nos muestre sus cualidades infinitas reflejadas en los conjuntos, sea su Bondad, su Santidad, su Belleza. Así, y como decía el Dr. Plinio, el Universo se convierte en una Catedral, para que en ella conozcamos a Dios.

El temperante no hace del Universo y sus dones solo una fuente de su placer egoísta, no se ha apegado, sino que busca en la sana delectación del Universo al Dios del Universo, y por ello cuando llega la hora del sacrificio, del dolor, que a todos nos llega, pide fuerzas a Dios y va como el guerrero a la más justa de las batallas, para hacer los holocaustos que tenga que hacer. Y, ¡oh sorpresa!, encuentra también en las luchas y los sacrificios maravillas gigantescas, que le hacen comprender el papel del sacrificio en esta vida, y cómo él nos configura con Cristo, Dios, Hombre, Modelo de todo, también del buen sacrificio.

El temperante por todo ello le tiene verdadero pánico a la intemperancia que esclaviza, que corta el camino al cielo y trasforma al hombre de ángel en animal, intemperancia que es el camino que tiene como final el reino del horror, de la oscuridad, del mal.

Por eso el temperante huye de todo placer que lo pueda esclavizar, y tiene particular cuidado y vigilancia con la hiper-intensidad, la hiper-agitación, la mono-manía, con las visiones parcializadas, con los placeres que no remiten al cielo, con los placeres que no rinden tributo sereno al Autor de todo objeto placentero, que es Dios Nuestro Señor.

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Foto: AARN GIRI en Unplash

El temperante sabe que Fe no es solo saber que Dios existe, y que se debe honrarlo en el culto divino, sino que quiere hacer de su vida una continuación constante de ‘momentos de culto’, pues así como honra a Dios en la misa, en el Templo y en el Rosario, también lo hace en el pajarillo, en el castillo magnífico, en el río y en el mar, en la hormiga, en el santo, en la maravilla y en el elemento simple, de una forma tranquila, serena, meditada, contemplativa, desapegada, conjunta, trascendente.

En una palabra, de una forma temperante.

Temperancia contemplativa y sacrificada, camino de la vida rumbo al Creador, que debe recubrir nuestro contacto con el Universo, y que hace del Universo una Catedral, para honrar a Dios.

Pidamos a la Virgen, Reina de la Sabiduría, la esencial virtud de la Temperancia.

Por Saúl Castiblanco

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