viernes, 22 de noviembre de 2024
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¿Por qué pecamos tanto y nos confesamos tan poco?

Aún sabiendo que la Confesión debe ser un acto frecuente en la vida de un creyente, en su benevolencia, la Iglesia determina que los católicos se confiesen al menos una vez al año. Aún así, por negligencia o pereza, muchos no lo hacen.

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Redacción (26/03/2024, Gaudium Press) Esta semana, viendo el Podcast ¡Salve María!, en el canal Heraldos del Evangelio, hice un viaje en el tiempo, meditando sobre la confesión. Me acordé de mi madre, mujer sencilla y piadosa, que me enseñó las más preciosas lecciones, que ni la vida ni los estudios pudieron superar.

Cuando era niño, con ganas de confesarse, ella siempre me llevaba con ella a la iglesia. Al principio realmente no lo entendía. Me sentaba en el banco, alejado del confesionario, distrayéndome con las imágenes de los santos en los nichos del macizo muro de la iglesia. No entendía qué hacía mi madre mientras yo esperaba, pero sabía que estaba bien, porque ella siempre regresaba con una expresión muy serena.

A medida que crecí y entendí mejor qué era la confesión, me sentí un poco perplejo por el hecho de que mi madre usara este Sacramento con tanta frecuencia. Para mí, ella era muy cercana a los santos, y no sabía qué pecados podía cometer esa amable mujer que la hacía tener que confesarse tan a menudo.

Al escuchar, en el podcast, la explicación detallada del padre Mauro Sérgio sobre los requisitos para una confesión bien hecha, sentí una inmensa gratitud por el tesoro inestimable que mi difunta madre puso en mis manos.

Aprendemos a obedecer

En la época en que fui criado, la educación de los niños era muy diferente. Teníamos mucho respeto por los padres. Los roles de cada uno estaban muy claros en la jerarquía del hogar y a los hijos cabía el papel de obediencia.

Cuando éramos niños, criados de manera más relajada, pudiendo jugar en la calle y con menos compromisos que los niños de hoy, era natural que hiciésemos algunas artes –y que las escondiésemos para no ser regañados o castigados cuando íbamos demasiado lejos.

Mi madre, sin embargo, me enseñó, con mucha amabilidad y mucho rigor, a no mentirle, por grave que fuera la situación. Entonces me acostumbré a tener buenas conversaciones con ella, en las que podía abrirme. Y, aunque recibiera una reprimenda, el sentimiento siempre era de gran alivio.

La poderosa enseñanza del ejemplo

Cuando comencé a ir al Catecismo (hoy Catequesis), mi madre me explicó que pronto dejaría de contarle mis pecados a ella. Empezaría a contárselas directamente a Dios, en la persona del sacerdote. Esto me decepcionó un poco, pero, a su manera, ella me explicó que estaba creciendo y que, pronto, ya no tendría sentido contarle todas las cosas a la madre.

Entonces entendí por qué, desde pequeño, ella siempre me llevaba a la iglesia cuando se confesaba. Podría haberme dejado con mi abuela o una tía. Pero no, ella siempre me hacía acompañarla, y eso le daba un aire aún mayor de sacralidad a este Sacramento.

Cuando escuché al sacerdote mencionar las 16 características de una buena confesión, me pareció que se refería a la forma en que se confesaba mi madre. Explicó que una confesión bien hecha debe ser:

1- Sencilla

2- Humilde

3- Pura

4- Sincera

5- Frecuente

6- Clara

7- Discreta

8- Voluntaria

9- Con rubor

10- Completa

11- Secreta

12- Dolorosa

13- Pronta

14- Fuerte

15- Acusadora

16- Dispuesta a obedecer

El cuaderno de los pecados

Unos meses antes de terminar el Catecismo, me regaló un cuaderno. Me aconsejó que lo llevara conmigo cuando fuera a confesarme. Me tomó un tiempo llenar el primer cuaderno, cosa que no pasó con los siguientes.

Créame, ¡este es un hábito que llevo conmigo hasta el día de hoy! Por mis manos ya han pasado muchos cuadernos. Los primeros los guardé durante mucho tiempo, hasta que mi madre los encontró en un cajón y me enseñó que yo no debía ser el destino de ellos.

Primero: porque era un asunto entre Dios y yo y guardar las notas podía hacer que otras personas las leyeran.

Segundo: cuando me confesaba, con sincero arrepentimiento, Dios me perdonaba y olvidaba mis pecados. Conservar el cuaderno significaba correr el riesgo de recordar algo que había sido borrado de mi vida. Entonces, con cierta piedad, los entregué al fuego, lo que me hizo mucho bien: fue, como ella había dicho, olvidar el mal hecho y ya perdonado.

Faltan sacerdotes y sobran pecadores

Todos estos recuerdos me llegaron con el podcast sobre Confesión, que les recomiendo ver (dejo el enlace al final).

Hoy en día abundan los pecados, pero la gente ya no quiere confesarse. Y, cuando quieren, se enfrentan a la dificultad de tener tan pocos sacerdotes disponibles para confesar. ¡Faltan sacerdotes y sobran pecadores!

La Cuaresma es el tiempo indicado para la confesión anual, que debe hacer todo católico. Como se explica en el Podcast ¡Salve María!, esto no significa que los católicos deban confesarse sólo una vez al año. Este es el mínimo que recomienda la Iglesia. Evidentemente las confesiones deben ser frecuentes. Incluso con la falta de sacerdotes, siempre debemos encontrar la manera de encontrar aquellos que nos puedan confesar.

El pecado debe causar vergüenza

Los pecados son cada vez más públicos, más graves y más evidentes. Si antes nos avergonzábamos de los errores que cometíamos, parece que vivimos en una época en la que cuantos más pecados muestra una persona, más estatus disfruta.

Son muchos los que no tienen el valor de arrodillarse en el confesionario y confesarse al sacerdote, pero sienten un placer morboso al denunciar sus pecados como hazañas. Los hace sentir como una especie de héroe.

Cada ser humano lleva dentro de sí la noción exacta del bien y del mal. Por tanto, no es necesario que nadie le acuse: Sabes exactamente cuándo te estás equivocando, incluso si vives en completa negación. La conciencia del pecado es una marca que todo hombre y mujer lleva dentro de sí, tenga o no fe, tenga o no religión.

Así que, aunque no hayas tenido una madre tan servicial como la mía en este sentido, ¡aprovecha la Semana Santa para confesarte y cambiar tu vida! Y, el resto de días del año, lleva contigo un “cuadernito de pecados”. Su mera existencia te animará a confesarte.

Y, por último, os dejo el enlace al podcast que tanto me tocó. Considérelo un regalo de Pascua del viejo Alfonso para usted, querido lector, querida lectora.

https://www.youtube.com/watch?v=pFRZJGZU990

Por Alfonso Pes/soa

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