La Virgen en Fátima pidió oraciones por el clero, cuya infidelidad ya fue diagnosticada en su aparición en La Salette. En ambos mensajes se resalta la importancia del culto divino.
Redacción (06/05/2024, Gaudium Press) Según Santo Tomás de Aquino, el Creador plasmó el universo conforme el esquema exitus-reditus: las criaturas salieron de las manos de Dios —exitus— para retornar a Él —reditus. En el Antiguo Testamento, el Señor facilitó este «retorno» a través de la alianza con Israel. Le cabía al pueblo elegido corresponder a este llamamiento —particularmente por medio de la virtud de la religión, anexa a la de la justicia en la retribución de la honra debida a Dios—, donde los hijos de la promesa se valieron de las más variadas formas de salmodias, sacrificios y celebraciones para la alabanza divina.
A lo largo de los tiempos, ha habido lamentablemente bastantes profanaciones de la verdadera adoración a Dios, como el culto a Baal, a Moloc y al becerro de oro, por no hablar del rechazo a los profetas enviados al pueblo y de la muerte de muchos de ellos.
La abominación se elevó hasta la clase sacerdotal. Mencionemos tan sólo el ejemplo de los hijos de Elí, Jofní y Pinjás, los cuales durante el holocausto substraían parte de la carne ofrecida a Dios, además de entregarse a la inmoralidad a la entrada de la Tienda del Encuentro. El Señor prometió la muerte de esos hijos de Belial (cf. 1 Sam 2, 12), anunciando: «Suscitaré, luego, un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mi deseo» (1 Sam 2, 35).
Históricamente se suele identificar a este sacerdote con Sadoc, el primero en oficiar el culto al Dios verdadero en el Templo de Salomón, pero sólo en Jesús el sacerdocio alcanzó la perfección: «Tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo» (Heb 7, 26). Nuestro Señor fue constituido «el mediador entre Dios y los hombres» (1 Tim 2, 5), cuyos sacramentos participan del «retorno» al Creador, referido arriba.
Como otrora, a lo largo de la historia de la Iglesia pulularon prevaricaciones en cuanto a la debida alabanza a Dios, en gran parte por la promiscuidad con el paganismo. En una ocasión, por ejemplo, San Columbano encontró a bautizados y paganos sacrificando al dios Wotan. Ya el Concilio de Tours, en el 567, tuvo que condenar el culto secreto que algunos rendían a fuentes, árboles y piedras. Y el sacerdocio no salió ileso: el cesaropapismo bizantino del siglo X aceptó bendecir uniones basadas en el crimen o el adulterio. Recordemos también que la primera de las grandes revoluciones —la protestante— tuvo lugar por medio de un sacerdote apóstata: Lutero.
Hoy la Iglesia, como en tiempos de Sadoc y del propio Cristo, también necesita una purificación de la religión y del sacerdocio. Es de destacar que Nuestra Señora en Fátima hubiera pedido oraciones por el clero, cuya infidelidad ya había sido diagnosticada en su aparición en La Salette. Ambos mensajes subrayan la importancia del culto divino.
La Santísima Virgen anhela, además, una «verdadera devoción», no basada en hipocresías e intereses, como lo denunció San Luis María Grignion de Montfort, sino en una auténtica oblación, es decir, en la entrega total en sus manos y en la plena separación del pecado. Mientras el neopaganismo avanza por el mundo —en parte por la inacción de cierta porción del clero, preocupada con «becerros de oro», «carnes», «árboles» y falsas bendiciones—, millones de personas se han consagrado a María por todo el orbe.
En esta coyuntura, adquiere pleno sentido la oración del santo mariano: «Señor Jesús, memento congregationis tuæ. Acordaos de dar a vuestra Madre una nueva compañía, para renovar por Ella todas las cosas y para acabar por María Santísima los años de la gracia, como los habéis comenzado por Ella». Éste será, por tanto, el «gran retorno» de la Historia.
(Texto extraído, con pequeñas adaptaciones, de la Revista Heraldos del Evangelio, mayo 2023. Editorial).
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