“Aunque la Eucaristía cada día sea solemnemente celebrada, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga de ella más honrada y solemne memoria”.
Redacción (02/06/2024, Gaudium Press) Remontándonos a los tiempos en que Urbano IV ocupaba la Cátedra de Pedro, por el año 1264, encontraremos el origen de esta Solemnidad. Ya existía, en esas lejanas épocas, tan llenas de piedad cristiana, en algunas regiones de Alemania, Bélgica y Polonia, la adoración eucarística. Pero lo que moviera al entonces Santo Padre a establecer esta solemnidad, fueron las revelaciones que recibiera una joven religiosa en un monasterio de Mont Cornillon, Bélgica.
Una mujer, de vida santa y fervor especial, fue quien contribuyó para una de las solemnidades más importantes del año litúrgico: el Corpus Christi. Es Santa Juliana del Monte Cornillon, nacida el año 1192, en Lieja, pequeña ciudad en que existían grupos femeninos de adoración eucarística, guiados por piadosos sacerdotes. La oración y la práctica de la caridad las caracterizaban.
Juliana, huérfana de muy niña, es confiada a las monjas agustinas. Con el tiempo recibe el hábito de esta orden. Si bien era muy inteligente, lectora de los Padres de la Iglesia, especialmente San Agustín, su tendencia personal era hacia la contemplación. Fue una particular adoradora del Santísimo Sacramento del altar.
Un largo trayecto
A los dieciséis años tuvo la primera y singular visión que se repetía en sus momentos de adoración eucarística: la luna en todo esplendor con una franja oscura que la atravesaba. Poco después, el Señor le hizo comprender el significado. La luna era la vida de la Iglesia en la tierra, la línea opaca representaba la ausencia de una fiesta litúrgica, para cuya institución le pedía a Juliana que se dedicase. Para que los creyentes, adorando la Sagrada Eucaristía, puedan aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento.
Tras veinte años de religiosa, incluso llegando a ser priora del convento, Juliana conservó en secreto esta revelación. Lo confió a otras dos fervientes adoradoras. Las tres mujeres establecieron una especie de “alianza espiritual”, con el propósito de glorificar al Santísimo Sacramento. Quisieron implicar también al canónigo de la iglesia de San Martín de Lieja, Juan de Lausana, pidiéndole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que ellas llevaban en el corazón. Las respuestas fueron positivas y alentadoras.
“Lo que le sucedió a Juliana de Cornillon se repite frecuentemente en la vida de los Santos: para tener la confirmación de que una inspiración viene de Dios, es necesario siempre sumirse en la oración, saber esperar con paciencia, buscar la amistad y el acercamiento con otras almas buenas, y someter todo al juicio de los pastores de la Iglesia. Fue precisamente el Obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, quien, después de las dudas iniciales, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras, e instituyó, por primera vez, la solemnidad del Corpus Domini (Christi) en su diócesis. Más tarde, otros obispos le imitaron, estableciendo la misma fiesta en los territorios confiados a sus cuidados pastorales”, relataba detalladamente Benedicto XVI en una de sus catequesis de los miércoles (17-10-2010). “Sucedió también a Juliana, que tuvo que sufrir la dura oposición de algunos miembros del clero y del mismo superior del que dependía su monasterio” (Ídem). Son las pruebas por las que pasan todos los santos.
En determinado momento, tuvo que dejar el monasterio de Mont-Cornillon, pasando, junto con sus compañeras, a uno de monjas cistercienses. A pesar del reproche de sus adversarios, seguía difundiendo con celo el culto eucarístico. Falleció en 1258 en Fosses-La-Ville, en Bélgica. Murió contemplando con un último arrebato de amor a Jesús Eucaristía, a quien había siempre amado, honrado y adorado.
Giacomo Pantaléon de Troyes, que había conocido a la Santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja, llegado a ser Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264, quiso instituir la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal, el jueves sucesivo a Pentecostés.
En la Bula de institución, Transiturus de hoc mundo (11-10-1264), el Papa Urbano evoca con discreción también las experiencias místicas de Juliana, avalando su autenticidad: “Aunque la Eucaristía cada día sea solemnemente celebrada, consideramos justo que, al menos una vez al año, se haga de ella más honrada y solemne memoria”. (…)
Concluimos incentivando a la fiel observancia del encuentro dominical con Nuestro Señor Eucarístico en la Santa Misa, esto nos mantendrá firmes en la fe en estos momentos convulsionados que vivimos. No dejemos de visitar, con frecuencia, al Señor Sacramentado expuesto en muchas parroquias. Allí encontraremos la paz en nuestras almas.
Por el P. Fernando Gioia, EP.
(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica)
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