Los ataques de la Revolución Francesa al claustro.
Redacción (21/11/2024 12:00, Gaudium Press) A continuación la nota de Jorge Soley, publicada en InfoCatólica el día de ayer, sobre el ataque a la vida de claustro durante la Revolución Francesa:
Leo en France Catholique un dossier sobre la persecución religiosa desatada durante la Revolución francesa con motivo del 230 aniversario del martirio de las 16 carmelitas de Compiègne. Y me llaman la atención varias cuestiones:
- la continuidad entre el despotismo ilustrado y la Revolución (en Francia se copia básicamente lo aplicado una década antes por el emperador de Austria),
- el desprecio a la libertad y el totalitarismo embrionario que ya aparece entonces (lo que es incompatible con las necesidades de la sociedad debe ser abolido),
- la magnitud de la persecución, sobre la que tan poco se habla, el papel de la propaganda anticristiana y sobre todo,
- la incapacidad de los revolucionarios para comprender que alguien pueda entregar su vida a Dios. Peor aún, no sólo es que no se comprenda, es que no se considera ni la posibilidad de tolerarlo. Se pueden tolerar otras cosas, la vida activa, pero dedicar la vida a la contemplación, a la alabanza de Dios, es algo tan contrario a la mentalidad de los revolucionarios que no hay compromiso posible.
Les traduzco algunos fragmentos del artículo del P. Jean-François Thomas s.j.:
«En 1781, el emperador José II de Austria firmó una resolución que tuvo un profundo efecto en otros países europeos: la supresión en sus Estados de las órdenes religiosas «que no enseñan, no cuidan a los enfermos y no se aplican a los estudios», precisando que «la monarquía es demasiado pobre y atrasada para permitirse el lujo de mantener a vagos. El Estado necesita sacerdotes virtuosos y cultos que enseñen el amor al prójimo, no vagabundos y harapientos» y que «las órdenes que no hacen nada por el prójimo no pueden ser agradables a Dios». Fue incluso más lejos, refiriéndose a los monjes como «individuos de cabeza tonsurada a los que el vulgo adora de rodillas y que han ejercido tal influencia en los sentimientos de los ciudadanos que nada ha podido causar una impresión tan fuerte en el espíritu humano».
700 monasterios de sus reinos, que poseían un tercio de la tierra, fueron clausurados y sus 30.000 monjes y monjas expulsados. Los revolucionarios franceses copiaron inmediatamente el modelo josefino, alegando idénticas razones. A partir del 28 de octubre de 1789, se suspendieron los votos monásticos y la posibilidad de entrar en un convento. El 13 de febrero de 1790 se suprimen las órdenes contemplativas. El 3 de septiembre de 1790, son abolidos los votos monásticos. El 17 de agosto de 1792 todos los conventos, sin excepción, deben ser abandonados y el 18 de agosto se proscribe toda vida religiosa en común. Empieza entonces la persecución física y la ejecución de todos los que se resisten, como las carmelitas de Compiègne. 8.000 sacerdotes, religiosos y religiosas morirán masacrados o en la guillotina.
A finales de 1793 las órdenes religiosas, incluidas las hospitalarias y las dedicadas a la enseñanza, habían desaparecido por completo en Francia. Hubo que esperar al Concordato de Bonaparte para que se restablecieran algunas congregaciones femeninas, incluidas las contemplativas. El proceso sería más lento y laborioso para las órdenes masculinas.
Algunas voces se alzaron para denunciar estas leyes, pero fundándose en los propios principios revolucionarios, como la del obispo de Clermont-Ferrand, que declaró ante la Asamblea Constituyente el 11 de febrero de 1790: «Lo que no me parece legítimo en el uso de esta autoridad es que sea ella la que derribe las barreras que no puso; es que, sin el concurso de la Iglesia, conceda la libertad a los hombres que se han comprometido libremente». El diputado Antoine Barnave le replicó: «Basta con que la existencia de los monjes sea incompatible con las necesidades de la sociedad para decidir su abolición».
El Siglo de las Luces había preparado constantemente las mentes para esta violencia con una proliferación de escritos satíricos y blasfemos sobre la religión y, en particular, sobre los monjes y monjas, que se suponía eran el epítome de todos los vicios. La imagen del clero regular y de las monjas de clausura fue denostada durante décadas de libelos, panfletos, canciones, rumores, etc.
Bajo la apariencia de libertad, la Revolución francesa se ocupó especialmente de atacar la vida claustral, tan ajena a sus principios. No podía aceptar que el pueblo se comprometiera a una obediencia única, a Dios, sin participar en el bien común material. Sólo podía ver a los consagrados como parásitos, llevando hasta sus últimas consecuencias lo que ya flotaba en el ambiente desde hacía casi un siglo».
Por Jorge Soley
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