El libro de Rob Dreher sigue dando de qué hablar. Surgen críticas desde Italia.
Redacción (14/01/2025 16:02, Gaudium Press) El libro de Rod Dreher, The Benedict Option de 2017, sin duda lo hizo famoso, aunque ya era un hombre de destaque.
El autor americano, nacido en Baton Rouge en 1967, que había perdido la fe cuando era joven —una fe no plena pues era metodista—, se convirtió al catolicismo cuando tenía 20 años, una conversión fogosa, entusiasmada, como suele ser la de muchos conversos. Pero lamentablemente, al identificar lo que se tilda como la ‘Mafia Lavanda’ y sus repercusiones en la Iglesia, decidió cambiar la fe católica por la de la Iglesia Ortodoxa en el 2006. Su fe católica no había echado raíces enteramente profundas.
En el año 2018 publicó La Opción Benedictina: Una estrategia para los cristianos en una nación postcristiana. ‘Benedictina’, refiriéndose a la situación de Benito de Nursia, el gran fundador de la familia benedictina, desde donde se expandió la fe cristiana amenazada en medio de la caída del imperio romano de Occidente, una fe que tiempo después daría origen a los que se conoce como la Cristiandad Medieval. El libro ha sido un éxito de vental colosal.
Dreher, ante ciertas críticas, ha afirmado en repetidas ocasiones, que el trasfondo de su obra “no es huir del mundo, sino ser cristianos contraculturales”.
Sin embargo, y a pesar de su defensa, las críticas se siguen, como las planteadas ahora por Guido Vignelli en el site del Observatorio International Cardenal Van Thuan, que han sido recogidas por el site belgicatho.be A continuación, el texto del autor italiano:
¿La actual crisis de la civilización es similar a la de la antigüedad?
La primera duda sobre la opción neobenedictina proviene del hecho de que presupone una similitud entre la crisis de la antigua civilización precristiana y la de la moderna civilización postcristiana. Así, según Dreher, los factores que, alrededor del siglo V, desencadenaron la construcción de la civilización cristiana podrían hoy ser retomados para salvarla de la extinción, adaptándolos obviamente a nuestras necesidades.
Sin embargo, esta comparación entre la Alta Edad Media y la época contemporánea no resiste el análisis histórico y, por tanto, pone en tela de juicio las premisas en las que se basa la opción neobenedictina.
Por ejemplo, la crisis civilizacional vivida en la época del gran santo italiano fue mucho menos grave que la contemporánea. De hecho, la crisis del siglo VI no fue unitaria, porque presentó aspectos muy diferentes de lugar y sector; no fue dominante, porque se opuso a los factores espirituales heredados de la tradición grecorromana y especialmente a la rápida difusión del cristianismo; no fue mundial, porque derrocó al Imperio Romano de Occidente pero salvó al de Oriente. Baste recordar que, mientras San Benito fundaba el monasterio de Montecassino, el emperador Justiniano suprimía la Academia pagana de Atenas y lanzaba el código jurídico del cristianismo.
Por el contrario, la crisis que hoy atravesamos tiene las graves características de ser unitaria, dominante y global. Se requiere pues una solución que sea a la vez unitaria, dominante y global, es decir una solución radical.
Además, la crisis de civilización vivida en la época de San Benito fue muy diferente a la contemporánea. De hecho, el cristianismo naciente floreció en Europa Oriental y sobrevivió débilmente en Europa Occidental a pesar del colapso de Roma y las invasiones bárbaras; la Iglesia crecía y comenzaba la conversión de los pueblos nórdicos. Para restaurar la civilización, los monjes benedictinos sólo tenían que restaurar los fundamentos culturales y las estructuras político-jurídicas de la sociedad, transformando a los pueblos bárbaros de factores destructivos en factores constructivos. De hecho, de las reformas benedictinas y carolingias nacieron el Imperio franco-germánico en Occidente y los reinos eslavos en Oriente, destinados a durar más de un milenio.
Por el contrario, la actual crisis de la civilización está causada por factores que no son tanto externos cuanto internos, porque los nuevos destructores bárbaros han surgido de la decadencia espiritual y cultural del cristianismo. Más aún, el liderazgo de la Iglesia Católica está hoy en medio de una crisis de identidad y cuestiona su propia credibilidad, por ejemplo al afirmar que no convierte a los nuevos bárbaros sino que se convierte a ellos. Por eso, hoy no necesitamos restaurar un edificio dañado sino reconstruirlo sobre bases tanto naturales como sobrenaturales, políticas y religiosas.
¿Es suficiente aislarnos del mundo para frenar la crisis?
Esta falta de conciencia de la grave situación actual de la civilización cristiana plantea una segunda duda sobre la validez de la opción neobenedictina.
De hecho, según Dreher, el actual proceso de secularización es ahora imparable; los fieles están, pues, destinados a quedar reducidos a una minoría marginal e insignificante, incapaz de convertir el mundo de hoy y de construir una civilización cristiana integral como la de sus antepasados (p. 323).
Por eso, la opción benedictina propone «construir un arca en la que refugiarse» para sobrevivir al nuevo diluvio (p. 29), es decir, tejer una red de comunidades que permita a los pocos fieles que quedan conservar la verdad y la virtud de la corrupción dominante, manteniéndose a salvo de las seducciones del siglo. Esta opción de simple resistencia pasiva constituye una “retirada estratégica” que se limita a reducir los daños y frenar el declive de la civilización, salvar lo que queda y renunciar a reconquistar lo que se ha perdido.
Hay que objetar, sin embargo, que el actual sistema de poder está organizado de manera generalizada para impedir cualquier forma de resistencia pasiva efectiva. Por lo tanto, la estrategia neobenedictina sólo puede funcionar si permanece local y momentánea, pero fracasaría si se volviera global y definitiva, impidiendo el paso de la resistencia a la reconstrucción dirigida a vencer al enemigo.
En la actualidad, el enfrentamiento global final entre la Iglesia y la anti-Iglesia es inevitable; los cristianos ahora sólo tienen la dramática alternativa entre una rendición incondicional que conduce a su desaparición lenta e indolora y una curación eficaz que prepara su victoria sobre el enemigo.
¿Basta con “retirarse a la vida privada” para superar la degradación pública?
Esta inevitabilidad de un choque mundial entre el cristianismo residual y sus feroces enemigos plantea una tercera duda sobre la validez estratégica de la opción neobenedictina.
De hecho, Dreher está convencido de que hoy en día es inútil participar en la vida pública tratando de preservar lo poco que queda de salud en las instituciones políticas (p. 29); por eso, la opción que propone Benedicto como solución es “retirarse a la vida privada”. Se trata de constituir “islas de santidad” (p. 85), un archipiélago de pequeñas comunidades libres y autónomas que reúnan familias, grupos y asociaciones capaces de educar a las nuevas generaciones de cristianos, por ejemplo creando “escuelas de padres” y supervivencia económica. empresas y asistencia social.
Para salir de la crisis, los cristianos sólo necesitan organizar comunidades “sociales privadas” o “avanzadas periféricas” que, aislándose del mundo y haciéndose autónomas del sistema dominante, puedan preservar “espacios de libertad” limitados que les permitan realizar una misión educativa, caritativa y social (pp. 123-125).
Sin embargo, la historia demuestra que las comunidades disidentes no pueden resistir por mucho tiempo si son atacadas por poderes políticos capaces de crear una “tierra arrasada” a su alrededor. Además, las comunidades cristianas no pueden permanecer fieles al Evangelio durante mucho tiempo sin una organización política que las favorezca y las proteja; las intervenciones sobrenaturales para su defensa son ciertamente posibles, pero no programables.
Ya en el siglo XVI, un gran misionero como San Francisco Javier advirtió a los misioneros que una comunidad cristiana nacida en tierra pagana sólo puede sobrevivir y convertirse si se le proporciona protección política y militar, así como educación cultural. Más aún, eso se aplica a una comunidad cristiana que vive en un mundo dominado por poderosas fuerzas anticristianas decididas a perseguirla y reprimirla.
Hoy, la ofensiva secular es tan radical y global que puede suprimir las “islas benedictinas” de resistencia pasiva; hoy lo hace erigiendo obstáculos legales, burocráticos, económicos y fiscales; mañana lo hará provocando persecución mediática, judicial y penal. Estas islas acabarán sumergidas por el maremoto provocado por la imposición de “nuevos derechos civiles” y la implementación de “transiciones globales” provocadas por emergencias económicas, ecológicas o sanitarias (reales o presuntas).
De hecho, el propio Dreher plantea la hipótesis de “un nuevo tipo de política cristiana” (cap. IV) y admite la necesidad de establecer un “orden educativo” que sea seguro, estable y duradero (p. 85). Pero esto supone que esté favorecido y protegido por vínculos políticos, poderes e instituciones; por lo tanto, escapar de la necesidad de una batalla pública para “retirarse a la vida privada” constituye un intento de suicidio que no puede justificarse por motivaciones sobrenaturales. Aunque hoy la batalla es sobre todo espiritual y cultural, no es realista excluir la batalla política y jurídica permitiendo al enemigo convertirse en dueño absoluto de la vida pública para movilizarla contra la Iglesia.
Conclusión: un minimalismo voluntario pero inadecuado
En conclusión, nos parece que la solución minimalista a la crisis propuesta por la opción Benedicto es al menos parcial y temporal, y por tanto totalmente inadecuada a la gravedad e inmensidad del peligro actual; por tanto, no puede constituir una estrategia realista y eficaz de recuperación cristiana capaz de derrotar al enemigo.
Los fieles restantes deben comprometerse a garantizar que las autoridades religiosas y políticas hagan valer los derechos de Cristo Rey sobre toda la vida civil; deben unirse y organizarse para actuar desde la base y en la cima de la sociedad; deben enfrentar al enemigo intentando atacarlo en su corazón, incluso si esto supone un riesgo para la miserable y efímera supervivencia de hipotéticas islas que han permanecido fieles. El propio Dreher admite que “nos defendemos atacando, expandiendo el Reino de Dios” (p. 111).
En resumen, si volviera a nosotros hoy, San Benito desarrollaría e iniciaría una estrategia que no se limite a una resistencia capaz de frenar y reducir la ofensiva revolucionaria, sino que se atreva a organizar una recuperación audaz capaz de golpear y de ganar esta ofensiva, con el fin de restaurar la civilización cristiana en sus fundamentos, no sólo religiosos y culturales sino también morales y políticos.
Obviamente no podrá conseguirse todo de inmediato; la salida de la crisis será difícil, dolorosa y gradual, y por eso quizá incluso lenta; al principio tendremos que contentarnos con frenar el mal, frenando su avance y reduciendo sus daños. Pero este primer resultado sólo lo podremos conseguir combatiendo el mal desde sus raíces y derrocándolo desde sus cimientos, tanto ideológicos como prácticos.
Este resultado puede parecer imposible, pero la esperanza cristiana nos enseña que Dios es todopoderoso y la Iglesia es invencible; hacer conscientemente todo lo que es concretamente posible hoy es el camino para lograr mañana lo que ayer parecía imposible.
Guido Vignelli
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