domingo, 16 de marzo de 2025
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Santa Teresita del Niño Jesús y la espiritualidad del “dejarse llevar”

Cuando uno repasa clásicos de la espiritualidad como por ejemplo la Teología de la Perfección Cristiana de Royo Marín…”

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Foto: Vatican News

Redacción (15/03/2025, Gaudium Press) Cuando uno repasa clásicos de la espiritualidad como por ejemplo la Teología de la Perfección Cristiana de Royo Marín, es fácil degustar el fino aroma del elixir destilado en veinte siglos de tradición de una Iglesia Pastora de almas, solícita en buscar que las personas acudan a Dios y estén inhabitadas de Dios, condición requerida para su salvación eterna.

Entretanto, puede ser fácil mal-leer uno de estos manuales estupendos a la manera de un ‘recetario’ o ‘vademécum de fórmulas’, algo así como  ‘métodos’ sistematizados para adquirir la virtud y alcanzar la vida eterna. Leerlos con un estado de espíritu de quien piensa, más o menos: “Listo. Voy a aplicar mi fuerza de voluntad para seguir las indicaciones y recomendaciones que aquí se me hacen. Haciendo así, siguiendo ese ‘sistema’, seré bueno…”.

Esta visualización, que tendría varios problemas de raíz, comporta uno cuasi insoluble, al menos desde el punto de vista natural, que no sobrenatural: décadas y décadas (por no decir siglos) en que los hombres hicieron lo que les plació, siguiendo el capricho de sus sentidos y pasiones, tornaron raquítica la voluntad: la voluntad —sobre todo de las nuevas generaciones— es como un brazo que acaba de ser liberado del yeso, flaco, muy flaco; es como un perrito al que se le dejó de dar comida por quince días, flaco, muy flaco, ya no tiene fuerzas ni siquiera para buscar comida. Ni siquiera para seguir un programa metódico de espiritualidad, muy débil también para huir de las múltiples ocasiones de pecado que nos circundan en estas babeles gomorríticas que son las ciudades modernas.

Por eso, y más en nuestros días, es verdad el dictado de Santa Teresita de Lisieux: “Tout est grâce”, todo es gracia, todo debe ser ayuda divina, Dios debe hacer todo en nosotros, porque ya la mera naturaleza humana está muy debilitada, estamos ‘en los rines’ y cada vez más.

De hecho, Santa Teresita del Niño Jesús —que era mucho más fuerte naturalmente hablando que nosotros—, esa gigante doctora de la Iglesia, se sentía débil, muy débil:

Cuando yo caigo cómo un niño, esto me hace tocar con el dedo mi nada y mi debilidad. Entonces digo: “¿Qué sería de mí, qué haría si me apoyase en mis propias fuerzas?” Comprendo muy bien que san Pedro cayera. ¡Pobre san Pedro! Se apoyaba en sí mismo, en lugar de apoyarse en la fuerza de Dios”, decía ella.

Pero justamente esa conciencia de su debilidad, hacía que la dama de Lisieux solo confiase en el auxilio de Dios, e implorase esa ayuda hasta para las más pequeñas cosas:

“Recuerda que Dios no inspira deseos irrealizables. Por lo tanto, puedes aspirar a la santidad a pesar de tu pequeñez. Él te ayudará en cada paso del camino”, resume ella en su Historia de un Alma, verdadero manual de cabecera para nosotros los flacos, los débiles, los miserables…

Se me viene en este momento a la mente una expresión gloriosa de Mons. Juan Clá, fundador de los Heraldos del Evangelio, que después de haber guiado espiritualmente a muchos decía algo más o menos así: “tras acompañar la historia de muchas almas, no hago sino constatar los fracasos. Los fracasos y fracasos. Pero ese fracaso, el reconocimiento de ese fracaso, de que yo con mis fuerzas naturales soy un fracasado, puede ser y es el cimiento sobre el que se construya el castillo magnífico de la gracia. Eso solo orar, pedir”.

Es orar, pedir, y luego dejarse llevar, por el soplo magnífico de la gracia…

Por Saúl Castiblanco

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