…cuando yo —al tiempo que me siento desgarrado interiormente entre mi inclinación al bien y mi tendencia al mal— intento justificarme…
Redacción (23/03/2025 14:46, Gaudium Press) Heme aquí, muy solo, arropado por la densa soledad que favorece la reflexión y la introspección, situación en la que hace un buen tiempo no me hallaba.
Ocurre que casi me descuajo en un fuerte esguince hace dos días, al descender en un paradero en que el transporte público se encontraba demasiado alto. Y ahora yo —ilusionado al principio con una recuperación flash de dos días, al cabo de los cuales me veía ‘saltando en una pata’—, he vivido todo un día del Señor en bata y pijama, tendido en mullido sofá con tobillo de tonos violetas y morados, todavía harto inflamado y vendado, gracias a Dios ya no tan dolorido, abandonado inmisericordemente por mi familia que no renunció a usar el fin de semana largo para buscar climas alternativos al del frío capitalino, algo que comprendo y acepto enteramente, pues no es que mi ‘enfermedad’ se acercara a lo mortal.
Heme pues aquí, no saltando en un solo pie sino saltando las hojas de “La invención de todas las cosas” de Jorge Volpi, su reciente historia de la ficción de la que ya he avanzado unas 150 páginas, lectura que se me ha hecho algo gravosa aunque contenga datos que sí han suscitado mi interés.
Tras recorrer las disquisiciones que hace el autor mexicano de cómo cree que surgió el lenguaje, sus descripciones del Enuma Elish (poema babilónico de la creación, con dioses que engendran para luego intentar matar a sus hijos-dioses, con bisnietos-dioses que matan a su zeus-bisabuelo), del poema de Gilgamesh (primer relato épico de la historia, sobre las aventuras arrevesadas de ese rey-dios de Uruk, odiado por su pueblo por lujurioso y que se alía a su antagonista), su resumen del libro egipcio de los muertos, sus análisis sobre la Teogonía de Hesíodo, el Popol Vuh, la Ilíada y la Odisea y el desarrollar de la épica y la tragedia griega, padezco ahora no solo de mi pie sino de una especie de indigestión gástrica de dioses, esas divinidades-humanizadas con superpoderes y hediondas pasiones, de algunas virtudes pero sobre todo de horrorosos vicios, y empiezo a compadecer la sinrazón de esos millones y millones que acreditaron en su existencia y les rindieron culto.
La lectura rápida que he estado haciendo de la historia de la ficción de Volpi sí consiguió sumergirme al vivo en lo que era la cosmogonía y esa intrincada, sensual y orgullosa religiosidad pagana, y me hizo sentir en la piel el caos en que vivían las cabezas de los hombres de esos tiempos que creían en tales mitos. Sin negar cierta riqueza cultural, era una cultura que desordenaba, no que elevaba. Me explico:
Es solo hurgar un poco en el corazón para darnos cuenta que el hombre tiene en su alma una ley natural, puesta por Dios, ley que se resume en los Mandamientos. Dicha ley cuando expresada por la voz de la conciencia, no solo nos dice qué es bueno y qué es malo, sino que nos reprocha las acciones malas y nos elogia las buenas. Y aunque el hombre por el vicio y el pecado consiga acallar en mucho esa Conciencia, ella siempre permanecerá, y será actor principal en la escena más dramática de nuestra vida, el juicio particular en el que tendremos por juez al eterno Dios, uno, justo y verdadero. Sin embargo, en un ambiente en que aún vigore la cultura cristiana, las cabezas tendrán facilidad para conservar cierto orden, la cultura les ayudará a tornar claro lo que es bueno y lo que es malo, incitándolos al bien. La cultura cristiana entra a ratificar y vivificar la ley natural en nuestro interior.
En cambio cuando yo —al tiempo que me siento desgarrado interiormente entre mi inclinación al bien y mi tendencia al mal— intento justificarme, considerando que a veces puede ser digno de admiración un glotón dios-Dionisio o un borracho dios-Baco, o que al lado de algún comprensible entusiasmo por cierta magnanimidad y grandeza de Zeus, también es admirable su desprecio a sus amantes, o su ambición o su irreflexión, es entonces cuando percibo al vivo que la cultura religiosa pagana era una gigantesca fuente de desorden mental, de locura por tanto, y que en lugar de hacer bien al hombre, era aprisionadora en las cárceles del mal, el malestar y la locura.
Solo por ahí ya se entiende cómo era totalmente necesaria la venida de Cristo, para poner orden mental en unos hombres desvariados, eso sin contar con el auxilio indispensable de la gracia de la que él es fuente eterna e inagotable.
Entretanto, es fácil constatar que hemos vivido un proceso involutivo, rumbo al absurdo paganismo.
Alejado el hombre de la gracia y vencido por sus vicios, él —que tiende a la coherencia entre lo que vive y lo que cree— vuelve a justificar su inclinación desbordada al mal, no ya rindiendo culto a vengativos Apolos o sensuales Afroditas, sino comúnmente a ‘ídolos’ de mera carne y mero hueso, personajes poco o muy degradados, frecuentemente de la farándula y el jet set, exaltados artificialmente por la midia, en los cuales deposita ahora su ‘fe’ neo-pagana.
Pero ni los dioses paganos salvaron a la antigüedad de su desaparición, ni los actuales ídolos salvarán al mundo de su desgracia, por lo que solo hay que poner la fe en Cristo, la luz que vino a este mundo para salvarnos, en María que es el canal de esa luz hacia nosotros, y en la Iglesia que nos une a María y con María a Jesús.
Sí, la fe renovada en Jesús y María tal vez no agilice la curación de mi tobillo (aunque quien sabe, las bondades de Zeus no existen, pero Cristo-Dios es el dueño del cielo y de la tierra); pero sí volverán a traer orden al mundo y nos conducirán a la vida eterna.
Por Saúl Castiblanco
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