El P. Isaac Agabi sobrevivió a un secuestro mortal gracias a su fe en la Virgen del Perpetuo Socorro, quien, según él, le brindó la fuerza para escapar.
Foto: Facebook Rev.Fr.Isaac Agabi
Redacción (08/04/2025 11:36, Gaudium Press) El P. Isaac Agabi, miembro del clero de la diócesis católica nigeriana de Auchi, en Nigeria, ha compartido su aterradora historia durante su secuestro en el Domingo de la Santísima Trinidad de 2020, atribuyendo su milagrosa huida a la intercesión de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
En una reciente entrevista concedida a Aciáfrica, la agencia de noticias de EWTN para el continente africano, el P. Agabi ofreció detalles impactantes sobre su calvario, iniciado el 7 de junio de 2020. Ese día, mientras viajaba por el estado de Edo junto al entonces seminarista Justice Chidi Mbonu —quien posteriormente fue ordenado sacerdote— fueron emboscados por pastores fulani armados, personas nómadas o seminómadas, cuya ocupación principal es la cría de ganado, que se encuentran en África occidental.
“Vi a un grupo de chicos corriendo hacia mi auto. Al principio, no me di cuenta de que estaban armados, pero cuando vi las armas, supe que estábamos en problemas”, recordó el P. Agabi sobre el inicio de esta terrible pesadilla. La situación rápidamente se tornó violenta: “Forzaron el auto, me sacaron a rastras e inmediatamente empezaron a golpearme. Me levantaron y me tiraron al suelo. Utilizaron madera para golpearme repetidamente. En un minuto me habían convertido en basura”, lamentó con infinita tristeza el sacerdote.
Sin piedad ni un rescate a la vista
En medio de la brutal agresión imploró a sus agresores, preguntando por la razón de su trato, pero la respuesta fue aún más escalofriante: “Me dijeron que era su enemigo. Me acusaron a mí y a otros de matar a su gente. Dijeron que me matarían”, narró el párroco de la iglesia de San Jerónimo en Irekpai, Uzairue.
Junto con el seminarista Justice, fueron llevados al bosque, donde el maltrato continuó. El P. Agabi fue despojado de sus vestimentas litúrgicas, conservando únicamente su rosario. Los secuestradores exigieron un rescate exorbitante de 100 millones de nairas (aproximadamente 65.000 dólares estadounidenses).
La negociación del rescate se tornó tensa. “Me preguntaron a quién podía llamar y les dije que al obispo. Los secuestradores hablaron con él, pero el obispo les dijo que la Iglesia no tenía dinero para pagar”, explicó el sacerdote, añadiendo que la firmeza del Obispo, Mons. Gabriel Ghiakhomo Dunia, “enfureció a los secuestradores, que intensificaron sus ataques”.
Consciente del peligro que estaba corriendo, el P. Agabi ideó una estrategia para ganar tiempo: “Supliqué al obispo y a otros sacerdotes con los que me puse en contacto que al menos fingieran negociar con ellos. Sabía que eran capaces de matarnos en cualquier momento y necesitábamos ganar tiempo”.
Los días en cautiverio estaban llenos de crueldad. “Nos ataban, nos tapaban la cara y amenazaban con matarnos. Nos llevaron a un pozo profundo, diciendo que arrojarían allí nuestros cuerpos después de matarnos”, continuaba en su relato el sacerdote.
Una fuga exitosa, pero con cicatrices psicológicas
Pero, en medio de la desesperación, ocurrió algo que no se esperaba.
“Soy devoto de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro; hice una devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro. Así fue, porque durante todo mi periplo con aquellos secuestradores, siempre estuve invocando la salvación de la Madre del Perpetuo Socorro”, testificó el P. Agabi.
Una noche, dos de los secuestradores salieron a buscar comida pero no regresaron, generando confusión entre sus cómplices. “Aquel domingo era el Domingo de la Santísima Trinidad”, recordó, rememorando su entrega a la voluntad divina: “Dios, si es tu voluntad que sobreviva, haz que suceda, pero si no que se haga tu voluntad; entrego mi vida en tus manos, Señor”.
La oportunidad de escapar llegó en la oscuridad de la noche. “Hacia la medianoche, algunos empezaron a dormirse. Esa fue nuestra oportunidad. El seminarista y yo corrimos hacia el monte y seguimos corriendo. Corrimos durante horas en total oscuridad, sin saber adónde íbamos”, describió el sacerdote.
La fuga, un milagro
Su fuga, concretada el 9 de junio de 2020, fue un milagro. Aunque pudo haber recuperado su libertad física, el trauma persiste. “Desde entonces, no he vuelto a ser el mismo. Si veo a un fulani o si conduzco por una carretera solitaria, el miedo se apodera de mí. No creo que nadie que haya vivido esto pueda volver a ser normal”, confesó.
A pesar de esas secuelas psicológicas, el secuestro ha fortalecido su fe. “Ya no tengo miedo de nada; no tengo miedo a la muerte”, afirmó con convicción. “Aunque ahora me digan que quieren matarme y me apunten con una pistola, no les seguiré; no iré”. Incluso llegó a declarar: “es mejor que mueras, a que experimentes eso”.
El Padre lamentó la falta de apoyo psico-espiritual tras su liberación: “Nadie me ha llamado nunca para preguntarme cómo lo estoy llevando o si necesito ayuda. Sólo intento vivir con el trauma”.
“No estamos seguros en ningún sitio”
Ante la creciente inseguridad y los secuestros de sacerdotes en Nigeria, el P. Agabi hizo un llamado urgente a la Iglesia y a los organismos de seguridad para que se tomen medidas de protección efectivas. “Los secuestros no cesan. Incluso se han llevado a un sacerdote de su propio apartamento. Esto significa que no estamos seguros en ningún sitio”, advirtió.
El padre a raíz de este suceso propuso la organización de retiros espirituales con formación en gestión de crisis, defensa personal y tácticas de supervivencia para el clero. “No rezamos para que ocurran cosas malas, pero si ocurren, debemos saber qué hacer para defendernos como sacerdotes”, argumentó.
Finalmente, el sacerdote ofreció un mensaje de esperanza a otros sacerdotes que enfrentan amenazas similares: “No se rindan. Miren a Dios, el mismo Dios que me salvó. Si estamos vivos después de semejantes experiencias, significa que Dios aún tiene un propósito para nosotros”. Concluyó con una profunda reflexión sobre su propia experiencia: “Esos hombres tuvieron todas las oportunidades para matarme, pero Dios no lo permitió. Eso significa que mi misión aún no ha terminado aquí en la tierra, y esta es una segunda oportunidad para servir a Dios aún mejor de lo que lo había hecho antes de ser secuestrado”.
Con información de ACI prensa
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