viernes, 09 de mayo de 2025
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Papado y profetismo

Reza el dicho que Dios escribe recto con renglones torcidos.

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Detalle de óleo San Pedro y San Pablo. Cristóbal de Villalpando (1649 – 1714) Acervo Pinacoteca del Templo de S. Felipe Neri, «La Profesa», Ciudad de México, México.

Redacción (09/05/2025, Gaudium Press) Reza el dicho que Dios escribe recto con renglones torcidos. Por medio de tales sinuosidades –cuyo origen no debe atribuirse al Creador, sino a causas secundarias– la Sabiduría Eterna manifiesta su poder, de modo tan extraordinario que es capaz de sacar un bien mayor del permiso dado al mal.

En este sentido, para los ojos mundanos, la Historia sería una mera sucesión de hechos casuales y hasta confusos, carentes de toda trascendencia. Sin embargo, instituciones como el profetismo en el Antiguo Testamento revelan que la Providencia Divina imprime sus huellas en los acontecimientos, incluso en los más intrincados. Si consideramos los exilios en Egipto o Babilonia, ¿cómo no escuchar la voz de Dios en las palabras de Moisés, Jeremías o Ezequiel? Estos profetas fueron heraldos del Altísimo, verdaderos hombres providenciales en medio de los mayores dramas del pueblo de Israel.

Mediante la Encarnación, el Verbo de Dios quiso unirse a nuestra Historia, para que la humanidad pudiera participar aún más de la Providencia Divina. Esta opera sobre todo a través del misterio de la Iglesia, que quiere “continuar permanentemente en la tierra la obra salvífica de la Redención” (PÍO XII. Mystici corporis, n. 63).

La Iglesia fue fundada providencialmente sobre doce columnas, los Apóstoles. Jesús también quiso establecerla sobre una roca sólida, Pedro, para que las puertas del infierno nunca pudieran prevalecer sobre ella. Recordemos, sin embargo, que el Príncipe de los Apóstoles recibió el primado después de haber reconocido, por revelación del Padre y no por la carne o por la sangre, que Jesús es “el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16).

Existe, pues, un vínculo intrínseco entre papado y profecía, que se define como la impresión de un conocimiento por revelación divina (cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.171, a.6). Y como atestigua la reprensión de Cristo a Pedro, también hay una “anti-profecía”: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”. (Mt 16, 23). Pedro llevará consigo, durante toda su vida, esta dicotomía entre profetismo y anti-profetismo, en el seguimiento del Paráclito o en el seguimiento de la carne.

El profetismo de Pedro se nota inmediatamente después de Pentecostés, al comunicarse con el pueblo a la manera de un vaticinio (cf. Hch 2, 14-36). Sus inspiradas cartas también exhortan a prepararse para la parusía (cf. 1 P 4,7), condenando a los “falsos profetas” (2 P 2,1) y al mismo tiempo instándonos a esperar “cielos nuevos y tierra nueva” (2 P 3,13). En su misión de Pontífice, testimonia que actúa en unión con el Espíritu Santo (cf. Hch 5,32), incluso para imprecar al falso Pedro: Simón el mago (cf. Hch 8,9-24). Por otra parte, al prevaricar, le cabe estar atento a la voz de profetas como Pablo, que lo confronta “públicamente, porque se había hecho digno de censura” (Gal 2,11).

Los sucesores de Pedro siempre fueron asistidos por el Consolador en su misión. Y la Providencia nunca dejó de suscitar almas proféticas para iluminar sus caminos, incluso en situaciones de defección. Además del Apóstol citado, se podría citar a San Bernardo de Claraval junto a Eugenio III y Santa Catalina de Siena antes de los Papas de Aviñón. Es, por tanto, papel de los sucesores de Pedro ser dóciles a la acción del Paráclito, no para formular una “nueva doctrina” a capricho de los vientos, sino más bien para conservar fielmente el depósito de la fe (Pío IX, Pastor Aeternus, cap. 4, DH 3070).

Como todo Pontífice, León XIV recibirá inspiraciones proféticas del mismo Espíritu Santo o de sus profetas. Para un buen pontificado basta, pues, una cosa: ser fiel al profetismo.

Por el P. Felipe de Azevedo Ramos, EP

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