La unidad y la paz se encuentran en Cristo, podría resumir su ‘programa de gobierno’.
Redacción (14/06/2025, Gaudium Press) El mundo se halla en una situación de una zozobra expectante de más zozobra, como podría ser la del Titanic después que chocó con el iceberg, y eso es algo que muchos sienten. Aunque no se sea un ducho en política internacional o en geopolítica, cualquiera medianamente informado intuye el peligro global de lo que está ocurriendo en medio oriente, petardo que se suma a las ya ‘viejas’ tensiones en Ucrania, Gaza, las crecientes amenazas de China a Taiwán y vecinos, el choque con EE.UU., ahora la propia situación en los EE.UU., donde a las protestas de California se junta el estrés nacional por los recientes atentados contra legisladores.
Este mundo es como si fuera un campo de fútbol donde ya se acumulan varios fuegos voraces y de envergadura, pero el que además el caminante percibe como lleno de minas, ubicadas no se sabe donde pero en cualquier lugar, que de tanto en tanto se pisan y estallan, produciendo aún más fuegos, más zozobra.
En ese ambiente el Papa León, hoy, desde la Basílica de San Pedro, y tras manifestar su preocupación por los ataques entre Israel e Irán, ha hecho “un llamamiento a la responsabilidad y la razón”, a favorecer “el encuentro respetuoso y el diálogo sincero para construir una paz duradera, fundada en la justicia, la fraternidad y el bien común”.
Sin embargo, tal vez el mayor mensaje que está enviando León XIV es el de su persona, y su propio estilo de gobierno en la Iglesia.
Desde algunas orillas del terruño de Pedro, pasado cierto ‘tiempo de gracia’ tras el cónclave, se empieza a sentir ciertas impaciencias, deseos de que el Papa Prevost haga ya esto, corrija lo otro, esclarezca aquello, arregle definitivamente eso. Pero incluso esos deseos (que por veces son más que legítimos), a los que a veces, repito, se les siente la no bien disimulada vehemencia, terminan encontrándose con su figura, la de alguien sereno, que habla aquí y allá de la búsqueda de la santidad, de la importancia de la ejemplaridad y la coherencia de vida, y al final de la necesidad de enraizarse en Cristo, nuestro principio de unidad y de paz. Al final Cristo es el Rey de todo.
Por ejemplo en la audiencia jubilar de hoy, en la que exaltó la figura de San Ireneo de Lyon, el Papa León resaltó que a este Padre de los primeros tiempos “las divisiones doctrinales que encontró en el seno de la comunidad cristiana, los conflictos internos y las persecuciones externas no lo desanimaron”.
“Por el contrario, en un mundo a pedazos aprendió a pensar mejor, centrando su atención cada vez más en Jesús. [San Ireneo] Se convirtió en un cantor de su persona, incluso de su carne. Reconoció, de hecho, que en Él lo que nos parece opuesto se recompone en unidad. Jesús no es un muro que separa, sino una puerta que nos une. Debemos permanecer en Él y distinguir las realidades de las ideologías”.
Estos pensamientos podrían casi que resumir lo que ha esbozado y será su ‘programa de gobierno’, si es que así podemos llamarlo, que es más bien el pastoreo que quiere desarrollar en la grey de Pedro: unidad en Cristo, con Cristo, y ofrecer a Cristo al mundo, como la verdadera esperanza de paz.
Entretanto hemos dicho que el mayor mensaje que creemos está enviando León es el de su persona, pues se siente en él la autenticidad de lo que predica: cuando propugna por la paz, habla de algo que la gente se da cuenta que él vive; cuando aboga por buscar al otro desde el entendimiento del otro, se siente que es algo que él hace. Cuando habla de enraizarse en Cristo, se percibe que es algo que él practica, y que verdaderamente el Señor es el centro de su vida.
La mayor prédica del Pontífice es el propio Pontífice, y eso aumenta la autoridad de su voz, incluso a nivel internacional, civil.
En un momento en que la humanidad está percibiendo a los líderes mundiales medio enfurecidos, o medio locos, persiguiendo solo sus objetivos sin medir en ‘daños colaterales’, creo que el regalo que Dios hizo al mundo en la persona de León XIV no es menor, sino que es gigantesco.
Agradecemos por ello a Dios, y pedimos a Dios por medio de su Madre, que lo proteja, que lo ilumine en su misión tanto al interior de la Iglesia cuanto a nivel global, y que haga que su voz tenga creciente resonancia, primero en la Iglesia, pero también en este mundo de zozobra.
Por Saúl Castiblanco
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