jueves, 28 de agosto de 2025
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El franciscano Ibrahim Faltas, voz de la Custodia de Tierra Santa, clama por paz y justicia en Gaza

El padre Faltas, vicario de la Custodia de Tierra Santa, relató el drama que vive Gaza y denunció la indiferencia internacional ante una tragedia que no conoce fin.

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Foto: Vatican News

Redacción (28/08/2025 09:18, Gaudium Press) En el marco del Meeting de Rímini, La Nuova Bussola Quotidiana conversó con el padre Ibrahim Faltas, fraile franciscano originario de Egipto, ex párroco de la iglesia de San Salvador en Jerusalén y desde el año 2022 vicario de la Custodia de Tierra Santa. El padre Faltas es una de las voces más autorizadas y cercanas al drama cotidiano que vive la región. Durante décadas ha estado al servicio de los lugares santos y de las comunidades cristianas de Oriente Medio, dedicando buena parte de su misión a la educación de los jóvenes a través de las escuelas franciscanas y a la acogida de peregrinos y refugiados en la Casa Nova de Jerusalén.

Conocido por su compromiso en favor de la paz, la justicia y la reconciliación, el padre Faltas ha intervenido en diversas ocasiones como mediador en tiempos de crisis y conflictos, siendo testigo directo de los sufrimientos de las poblaciones civiles en Tierra Santa. Desde la Custodia, ha impulsado iniciativas humanitarias que han permitido salvar vidas, ofrecer asistencia médica y mantener viva la presencia cristiana en lugares cada vez más golpeados por la violencia y el éxodo.

En Rímini participó en la presentación del docufilm Osama – In viaggio verso casa, producido por la asociación Pro Terra Sancta, y allí compartió una vibrante intervención en la que denunció el drama humanitario que atraviesa Gaza y Cisjordania. A continuación, reproducimos íntegramente la entrevista concedida a La Nuova Bussola Quotidiana, (versión en español de InfoCatólica) en la que describe con crudeza la magnitud del sufrimiento y la indiferencia de la comunidad internacional.

Padre Faltas, ¿qué está haciendo la comunidad internacional para aliviar el sufrimiento de la población en Gaza?

Nada. Es más: peor todavía. Los lanzamientos de ayuda que varios países están haciendo sobre Gaza matan a las personas y destruyen sus tiendas. ¿Pero sabe cuántos mueren cada día mientras están en fila para recibir comida? Muertos por los lanzamientos, me refiero, además de por los ataques israelíes. No, la comunidad internacional debe intervenir de otra manera. Hasta ahora solo ha habido silencio, y nadie ha hecho nada.

Sabemos que en Italia han sido acogidos algunos niños palestinos gravemente heridos o enfermos…

Italia es el primer país europeo que, desde el inicio del conflicto, ha acogido a trescientas personas, entre niños que necesitaban cuidados urgentes y sus acompañantes, y por ello debo dar las gracias al ministro Tajani. Fui a recibir a los últimos que llegaron a Ciampino, hace pocas semanas: un bebé de seis meses amputado de una pierna, una chica que pesaba treinta y cinco kilos y que murió dos días después… ¿Ha leído la noticia?

Sí. Algunos dicen que murió por una enfermedad previa y no por hambre.

¡Pueden decir lo que quieran! Si una persona pesa 35 kilos, ¿cuál cree que ha sido la causa de la muerte? De verdad, pueden decir lo que quieran, pero esta es la realidad. En Gaza, las monjas de Madre Teresa tienen una casa para discapacitados. Antes del conflicto había ochenta personas. Ahora quedan treinta. ¿Por qué cree usted que es? En Gaza han muerto de hambre trescientas personas solo en el último mes.

¿Cuál es el destino de los cristianos palestinos?

Irse. Desde Cisjordania los cristianos se están yendo. Solo de Belén se han marchado setecientas personas: si las cosas siguen así, desaparecerá la presencia cristiana en Oriente Medio.

En su intervención durante la presentación del docufilm, el padre Faltas reafirmó con firmeza sus posiciones:

“Yo vivo en Tierra Santa, en Jerusalén y os hablo no como observador, sino como testigo directo de lo que sucede cada día desde hace demasiado tiempo. Esta es una tierra que amo profundamente, pero que desde el 7 de octubre se ha convertido, una vez más, en escenario de una tragedia que no parece tener fin. Todo ha cambiado, ha cambiado el ritmo de nuestros días. Ha cambiado la mirada de la gente. Ha cambiado la esperanza. Os hablo desde dentro de una herida abierta. Una herida que palpita en Jerusalén, en Gaza, en Belén, en Cisjordania…

Una herida que toca a todos, sin distinciones. Desde hace casi dos años, la vida ha cambiado radicalmente. Y no solo en Gaza. También en nuestras ciudades, en nuestros pueblos, el latido del corazón de Tierra Santa ha cambiado. Sufrimos todos. Sufren los judíos. Sufren los musulmanes. Sufrimos nosotros los cristianos. Porque el dolor, el odio, la venganza no conocen religión. Entran en las casas de todos. Traen silencio, miedo, luto. Pero si hay una voz que grita más fuerte, es la de los niños de Gaza. Son ellos quienes pagan el precio más alto. He visto con mis propios ojos a los niños heridos, amputados, mutilados, con heridas profundas en el cuerpo y en el alma, con enfermedades gravísimas. Muchos no hablan. Muchos no consiguen sonreír. Una generación entera ha quedado marcada. Una generación de niños que no conocen otra cosa que la guerra, la huida, el hambre. Muchos han perdido una pierna, un brazo o ambos. Muchos han perdido a sus padres, muchos han perdido la voz.

Hoy, para miles de familias, una tienda es un hogar. Bajo el sol abrasador de agosto, con más de 40 grados, sin electricidad, sin agua potable, sin servicios higiénicos. Las alcantarillas están destruidas, y las enfermedades se propagan: infecciones, virus, deshidratación, sobre todo entre los más pequeños. La dignidad humana ha sido aplastada. Gaza hoy es una herida abierta en la carne viva de la humanidad. Una herida que nos interpela, que nos desafía, que nos condena si elegimos ignorarla.

Además de la catástrofe humanitaria, también han sido destruidos monumentos, obras de arte, testimonios milenarios de la historia de Gaza. Es como si se quisiera borrar el pasado, la memoria, la propia identidad de un pueblo. Un patrimonio cultural común ha sido arrasado.

En medio de todo esto, están los cristianos de Gaza. Yo hablo con ellos a menudo, cuando consiguen responder al teléfono. Y oigo su voz temblar, el ruido de las bombas cerca. Incluso en estos últimos días, algunos artefactos han caído cerca de la parroquia, sembrando nuevo miedo. Y, sin embargo, ellos siguen allí. Resisten. Desde hace casi dos años, más de seiscientas personas viven en los locales de la parroquia. El párroco don Gabriel y el padre Joseph viven con ellos: la parroquia se ha convertido en el testimonio vivo de un evangelio que se encarna en el dolor y en la solidaridad.

Y mientras tanto, también Cisjordania sangra. En los últimos dos años, 180 familias cristianas han emigrado. Belén se está vaciando. ¿Qué será del futuro de los cristianos en Tierra Santa? ¿Quién custodiará esos lugares si ya no hay familias, ni escuelas, ni jóvenes?

Y entonces siento la necesidad de lanzar un grito de verdad y de paz. No estamos ante un conflicto entre religiones. No es una guerra de credos. Es una tragedia humana, una masacre. Y como seres humanos, no podemos permanecer indiferentes”.

Con información de InfoCatólica y La Nuova Bussola Quotidiana

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