“Recuerdo como ayer el día en que una amiga me dijo: ‘no me es fácil aceptar a un Dios dolorido, clavado voluntariamente en una cruz’…”
Foto: Joel Muniz / Unplash
Redacción (12/09/2025 11:04, Gaudium Press) Recuerdo como si fuera ayer el día en que una estimada amiga, psicóloga también, me dijo con sinceridad brotada del corazón: “no me es fácil aceptar a un Dios dolorido, clavado voluntariamente en una cruz…”. Es claro, en su pensamiento se hallaba también presente la tendencia de cierta psicología (por no decir la tendencia generalizada en nuestro mundo), presente en el consciente o en el subconsciente, de que el objetivo primero es evitar todo y cualquier sufrimiento al ser humano.
Por ello, no dejó de sorprenderme, el encontrar ya en varios científicos de la neurociencia una comprensión diversa de la necesidad del dolor en la vida del hombre, más hoy, que estamos rodeados de placeres inmediatos, a la cortísima distancia de un clic.
Efectivamente, esta es una sociedad de ultra estimulación dopaminérgica, de posibilidades en ese sentido inéditas.
Hagamos el ejercicio:
Me encantan las cuatro estaciones de Vivaldi. Pero alguien que quisiese escuchar una interpretación de estas bellas melodías al inicio del S. XX, debía ir a un concierto o asistir a una práctica de un conservatorio. Es decir, no era fácil. Hoy, entro a YouTube, y rápidamente puedo acceder a una versión de la primavera del sacerdote italiano de la orquesta del Reino de Aragón, a otra interpretada en un templo en Venecia, a otra de la orquesta internacional de Ginebra, etc., etc.
Si, teniendo dinero, deseaba comer un buen roast beef, antiguamente debía trajearme, ir hasta el restaurante, comportarme como es debido, ordenar de acuerdo a mi gusto, y esperar que llegara el platillo. Ahora, entro a internet, y sea del restaurante La Parisienne, o La Carnicerie, o ese otro de más allá me dicen, que después de realizar el pedido, por internet por supuesto, en poco más de una hora lo puedo tener en mi mesa.
Y así por delante: posibilidades cuasi infinitas de placeres rápidos y fáciles, de “placeres dopaminérgicos”, como nunca se vio en la historia, como nunca hubieran imaginado Heliogábalo o Nerón en sus más delirantes sueños bacanales.
Es lo que la autoridad mundial en adicciones Anna Lembke llama de “una nueva era de hedonismo” y de “nuestra obsesión de un mundo sin dolor”: (1)
“Hoy (…) se espera de los médicos que eliminen todo dolor, para no fracasar en su papel de sanadores compasivos. El dolor en cualquier forma se considera peligroso (…). El cambio de paradigma en torno al dolor se ha traducido en una prescripción masiva de píldoras para sentirse bien. Hoy en día, en Estados Unidos, más de uno de cada cuatro adultos, y más de uno de cada veinte niños, toma una droga psiquiátrica a diario”. (2)
Pero, se pregunta la psiquiatra de Stanford, “¿por qué en una época de riqueza, libertad, progreso tecnológico, y avances médicos sin precedentes, parecemos más infelices y padecemos más dolores que nunca?”. A lo que ella se responde: “Es posible que la razón por la que somos tan infelices sea que estamos trabajando muy duro para evitar ser infelices”. 3
Recuerda Lembke que la neurociencia ha constatado que “el placer y el dolor se procesan en regiones cerebrales superpuestas y funcionan a través de un mecanismo de ‘proceso oponente’. Otra forma de decirlo es que el placer y el dolor funcionan como una balanza”. 4
Ese ‘proceso oponente’ entre placer y dolor en nuestro organismo, lo explica ella muy claramente:
“Imagina que nuestros cerebros están provistos de una balanza con un punto de apoyo central. Cuando no hay nada en la balanza, está a nivel del suelo [ndr. Es decir, se encuentra en equilibrio]. Cuando experimentamos placer , se produce una liberación de dopamina en nuestra vía de recompensa, y la balanza se inclina hacia el lado del placer. Cuanto más se inclina y cuanto más rápido lo hace, más placer sentimos.
“Pero aquí está lo importante acerca de la balanza: quiere mantenerse nivelada, es decir, en equilibrio. No se quiere inclinar mucho tiempo hacia un lado o hacia el otro. Por lo tanto, cada vez que el equilibrio se inclina hacia el placer, unos poderosos mecanismo de autorregulación entran en acción para volver a nivelarlo. Estos mecanismos de autorregulación entran en acción para volver a nivelarlo. Estos mecanismos de autorregulación no requieren un pensamiento consciente o un acto de voluntad. Simplemente ocurren como un reflejo”. (5)
Es decir, si inclinamos la balanza hacia el lado del placer dopaminérgico, por ejemplo con compras en exceso, exceso de videos excitantes, de noticias sorpresivas, de excesos en el comer, etc., aparecen algo a la manera de “pequeños gremlins que saltan sobre el lado del dolor de la balanza para contrarrestar la presión en el lado del placer. (…) ‘Cualquier desviación prolongada o repetida de la neutralidad hedónica [del placer] o afectiva (…) tiene un coste. Ese coste es una ‘reacción posterior’ que tiene un valor opuesto al del estímulo. O como dice el viejo refrán, ‘todo lo que sube tiene que bajar’”. (6)
Ese modelo explica por ejemplo, reacciones como la Tolerancia a la droga: después de sentir subidones de placer con las primeras dosis, el organismo se va haciendo resistente, se va desensibilizando a ese estímulo, por lo que para volver a tener esa misma sensación se requerirían más dosis. Esto porque el cuerpo está pidiendo volver a cierto equilibrio que ha sido desestabilizado por el subidón de la droga.
Foto: Road Trip with Raj / Unplash
Pero esto no solo se da en el caso extremo de las drogas: La autora un día leyó una publicitada saga literaria, y quedó muy entusiasmada. Entretanto, “leer la saga Crepúsculo por segunda vez fue placentero, pero no tanto como la primera. Cuando la leí por cuarta vez (sí, leí la saga completa cuatro veces), mi placer fue significativamente menor. (…) Además, cada vez que la leía, me quedaba con una sensación más profunda de insatisfacción al final, y un deseo más fuerte de recuperar la intensidad de la sensación que me produjo leerla la primera vez. Cuando me volví ‘tolerante’ a Crepúsculo, me vi obligada a buscar formas nuevas y más potentes de la misma droga para tratar de recuperar esa primera sensación”, (7) cuenta la que es hoy autoridad mundial en adicciones.
La primera lectura de la saga fue muy impactante en ella, bastante dopaminérgica.
Pero ella, en lugar de haber aceptado que esto había sido solo eso, una lectura harto impactante, de haber aceptado el dolor de que fuera solo esa vez, quiso repetir el impacto, con una segunda lectura, una tercera. Y como ya estas no le producían el subidón, buscó otras lecturas de ese estilo, terminó enveredándose en lecturas un tanto o muy escabrosas, que empezaron a robarle tiempo de su familia, su trabajo: “En los aproximadamente dos años en los que consumí novelas románticas de forma compulsiva, llegué a un punto en el que no podía encontrar un libro que me hiciera disfrutar. Era como si mi centro del placer de la lectura de novelas se hubiera quemado y ningún libro pudiera revivirlo. La paradoja es que el hedonismo, la búsqueda del placer por sí mismo, conduce a la anhedonia, que es la incapacidad de experimentar placer de cualquier tipo. La lectura siempre había sido mi principal fuente de placer y evasión, por lo que fue un shock y una pena cuando dejó de funcionar. Incluso entonces me fue difícil abandonarla”. (8) Por tanto, un proceso muy parecido al de las drogas, pues al final, todo desemboca en procesos con neurotransmisores. Ella no se previno contra un placer excesivo, que subió su dopamina a un punto bastante alto (ella subió a leer sus lecturas excitantes a las alturas donde habita el hombre-araña), pero después su dopamina bajó hasta por debajo de su nivel normal, basal; no aceptó el dolor de la ausencia de ese placer y de su bajadón a un nivel pre-normal, y al final fue dañando hasta el centro del buen placer.
Buenas noticias: abstinencia, templanza, dolor…
Sin embargo, “aquí están las buenas noticias. Si esperamos lo suficiente [ndr. es decir, se sale de esa espiral loca de consumo, y consumo dopaminérgico], nuestro cerebro —por lo general— se readapta a la ausencia de la droga, y restablecemos nuestra homeostasis de base. Una vez que nuestro equilibrio está nivelado, nuevamente podemos disfrutar de recompensas sencillas y cotidianas. Salir a caminar. Ver salir el sol. Divertirnos en una comida con amigos”. (9)
Ron Berezovski / Unplash
Nuevamente, la ciencia confirmando la moral: cuidado con los placeres excesivos, no se desboque, use de Templanza, pida al cielo la Templanza. Y cuando sienta caídas, no busque levantarse de ellas con más placeres excesivos, sino que acepte el sufrimiento por un tiempo, que este sufrimiento será restaurador. (Esto no significa que no se admire o deleite con las cosas magníficas que Dios creó, pero esté siempre prevenido contra su tendencia a desbocarse. Y rece para que Dios lo ayude).
Interesante.
Lo que ocurre es que al final, Autor del cuerpo y Autor de la moral, son el mismo: Dios el Creador. Lo que dice el cuerpo, lo está diciendo la moral.
Por Saúl Castiblanco
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1 Lembke, Anna. Generación Dopamina. Urano World Spain,m S.A.U. Madrid. 2025. pp. 54-55.
2 Ibídem, p. 56
3 Ibídem, p. 65
4 Ibídem, p. 71
5. Ibídem, pp. 71-72
6 Ibídem, p. 73
7 Ibídem, p. 75
8 Ibídem, pp. 78-79
9 Ibídem, p. 79
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