El Pontifice dirigió un importante mensaje al Congreso Internacional de Filosofía, que se desarrollaba en la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción.
Foto: @Vatican media
Redacción (11/10/2025 11:28, Gaudium Press) El Papa ha dirigido un importante mensaje al Congreso Internacional de Filosofía, que se desarrollaba en la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, en Paraguay, entre el 8 y el 10 de octubre. El mensaje inicia con un saludo del Santo Padre a Mons. Francisco Javier Pistilli Scorzara, P. Sch., Gran Canciller de la universidad, en un congreso que buscaba analizar el papel y significado del pensamiento filosófico cristiano en la configuración cultural del continente, pensando en los desafíos actuales.
León XIV, reafirma la doctrina cristiana sobre el delicado y armonioso equilibrio que debe existir entre fe y razón, mostrando las virtudes de la indagación filosofica, indicando que no todas las ‘filosofías’ son buenas, y señalando que al final lo que se busca es la Sabiduría, que ha dado un mensaje salvífico a la humanidad, por diferentes caminos.
Inicia el Pontífice su mensaje señalando que el encuentro que se desarrollaba “se opone a la tentación de quienes han visto en la reflexión racional —dado que surgió en ámbito pagano— una amenaza que podría ‘contaminar’ la pureza de la fe cristiana. Pío XII, en la encíclica Humani generis, advertía contra la actitud de aquellos que, pretendiendo exaltar la Palabra de Dios, terminaban rebajando el valor de la razón humana (n. 4). (…). Frente a ello, san Agustín recordaba: ‘quien reprueba indistintamente toda filosofía, condena el mismo amor a la sabiduría’ (De ordine, I, 11, 32)”.
El pensamiento filosófico es por lo demás “un espacio de encuentro privilegiado con quienes no comparten el don de la fe. Sé por experiencia que la incredulidad suele ir unida a un número de prejuicios históricos, filosóficos y de otros órdenes. Sin reducir la filosofía a una mera herramienta apologética, es inmenso el bien que un filósofo creyente puede conseguir con su testimonio de vida y con aquello a lo que nos alienta el apóstol Pedro: ‘glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen’ (1 P 3,15)”.
No se alcanza el conocimiento trascendente por el mero análisis racional
Entretanto, el Papa reinante advierte junto con la tradición de la Iglesia sobre “la pretensión de alcanzar el conocimiento trascendente por mero análisis racional, hasta el punto de confundir los bienes propios de una vida ‘según razón’ con aquellos que sólo pueden llegar a nosotros por la gracia divina”. Esta negación de fondo de la necesidad de la gracia divina, ya tiene precursores, incluso al interior de la Iglesia: “En la Antigüedad, el monje Pelagio sostenía que la voluntad humana bastaba para cumplir los mandamientos sin el auxilio indispensable de la gracia, tesis a la que san Agustín respondió de un modo tan completo como profundo. En la Modernidad, G. W. F. Hegel, con su especulación sobre el ‘espíritu absoluto’, acabó subordinando la fe al despliegue racional del espíritu. En diversos pensadores se descubre la misma ilusión, o sea, el pensar que la razón y la voluntad bastan por sí mismas para alcanzar la verdad”.
Filosofar no es siempre garantía de bien pensar, apunta el Pontífice: “No debemos olvidar que la filosofía, siendo una ardua tarea de la inteligencia humana, puede escalar cumbres que iluminan y ennoblecen, pero también descender a oscuros abismos de pesimismo, misantropía y relativismo, allí donde la razón, cerrada a la luz de la fe, se convierte en sombra de sí misma. No todo lo que se reviste del nombre de ‘racional’ o ‘filosófico’ posee, en sí mismo, idéntico valor: su fecundidad se mide por su conformidad con la verdad del ser y por su apertura a la gracia que ilumina toda inteligencia”. Al final, todo pensar debe tener un norte, la búsqueda de la verdad que corresponde a la realidad de lo que es. Y el pensar no puede cerrarse a la acción de la iluminación de la gracia de Dios, creador del universo: “Con genuina empatía hacia todos, hemos de ofrecer nuestro aporte para que la noble tarea del filosofar revele más y mejor la dignidad del hombre creado a imagen de Dios, la clara distinción entre el bien y el mal, y la fascinante estructura de lo real que conduce al Creador y Redentor”. El universo conduce a su Hacedor.
La Iglesia desde los Padres apostólicos no ha rehuído el diálogo con la filosofía, recuerda León XIV: “grandes pensadores, teólogos y filósofos cristianos”, “han demostrado cómo la racionalidad humana es un don expresamente querido por el Creador y cómo la búsqueda más profunda de nuestra inteligencia tiende hacia la sabiduría, que se manifiesta en la creación y alcanza su culmen en el encuentro con nuestro Señor Jesucristo, que nos revela al Padre. Desde este enfoque, ya reconocible en el siglo II en san Justino, filósofo y mártir, y prolongado luego en figuras tan eminentes como san Buenaventura o santo Tomás de Aquino, se muestra que la fe y la razón no sólo no se oponen, sino que se apoyan y complementan de modo admirable. Como decía mi Predecesor, san Juan Pablo II: ‘La relación íntima entre la sabiduría teológica y el saber filosófico es una de las riquezas más originales de la tradición cristiana en la profundización de la verdad revelada’ (Fides et Ratio, 105)”.
Es portanto, la “auténtica vocación filosófica”, una “búsqueda honesta y perseverante de la Sabiduría. En tiempos en que tantas cosas, y aun las personas mismas, se ven como descartables, y en que la multiplicación de avances tecnológicos parece dejar en penumbra a los problemas más trascendentes, la filosofía tiene mucho que cuestionar y mucho que ofrecer, en el diálogo entre fe y razón e Iglesia y mundo”.
La filosofía no solo busca lo exclusivo de la propia cultura sino que se remonta a las grandes tradiciones de pensamiento
Es cierto que “la filosofía, más incluso por sus preguntas que por sus respuestas, nos permite indagar el núcleo de los valores y defectos presentes en cada pueblo”.
Sin embargo, “el quehacer de los filósofos creyentes no puede limitarse a proclamar, así sea en un lenguaje elaborado, lo exclusivo de la propia cultura. La cultura en este sentido no puede ser el fin. San Agustín afirma que no se debe amar la verdad porque se conoció por tal o cual sabio o filósofo, ‘sino porque es la verdad, aunque ninguno de aquellos filósofos la haya conocido’ (Carta a Dióscoro, n. 118, IV, 26)”.
El filosofar no es pues, una mera profundización de lo particular, sino que también “es necesario que, sin perder de vista las riquezas culturales, estos pensadores nos ayuden a situarlas dentro del conjunto de las grandes tradiciones de pensamiento; de este modo, su aporte será magnífico y si además con este conocimiento se instruyen los obispos, sacerdotes y misioneros que están llamados a llevar la Buena Noticia, el Mensaje salvífico se transmitirá con un lenguaje más comprensible y pertinente para todos”. Conociendo cada cultura, pero elevándose a las alturas de la trascendencia, la buena filosofía ayudará a la difusión del mensaje de salvación que el Señor trajo a la humanidad”, concluyó León XIV.
El Pontífice termina invocando a la Virgen, Trono de la Sabiduría, el buen trascurrir de los trabajos del congreso.
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