viernes, 29 de noviembre de 2024
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En la Universidad Gregoriana, en Roma, se presentará libro sobre la persecución a la Iglesia en la antigua URSS

Roma (Martes, 31-10-2017, Gaudium Press) El próximo 8 de noviembre, en la Universidad Gregoriana en Roma, se presentará el libro «La Iglesia católica en la Unión Soviética. Desde la Revolución de Octubre hasta la Perestroika», de autoría de Jan Mikrut, quien con la contribución de varios estudiosos en ese campo, narra como los católicos pudieron resistir la brutal persecución que los comunistas desencadenaron contra la religión y las comunidades de fe.

El prefacio de la obra fue escrito por Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, obispo de Minsk y Mahile?u (Bielorrusia), del cual la agencia AsiaNews, por gentil concesión del autor, reprodujo algunos fragmentos:

«El volumen ‘La Iglesia católica en la Unión Soviética desde la Revolución de 1917 hasta la Perestroika’, editado por el profesor Jan Mikrut de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, presenta el Vía Crucis que la Iglesia católica de ambos ritos atravesó en aquel período, exponiéndolo de una manera cronológica y temática. Ese Vía Crucis fue recorrido por numerosos personajes que ya han sido elevados a la gloria de los altares, así como por otros cuyos procesos de beatificación aún siguen en curso, y por miles de héroes de la fe desconocidos, de los cuales jamás llegaremos a saber la historia.

Vuelven a mi mente los recuerdos del desaparecido cardenal Kazimierz ?wi?tek, obispo de Minsk, en Bielorrusia, el cual, al relatar su arresto, narraba un hecho particular: …Estuve detenido en la prisión de Brest. Junto a mí había una mosca. Me confortaba y me aportaba algo de alegría con su zumbido. Poco tiempo después, se fue al parapeto y dejó de dar señales de vida. Me quedé solo. Más tarde fui deportado a Siberia.

Una curiosa anécdota me llegó de Ucrania. Luego de que Jurij Gagarin hiciera su primer vuelo espacial, los no creyentes quisieron sacar partido de ese hecho para promover el ateísmo. Y así, uno de ellos se presentó en una iglesia ortodoxa exigiendo al párroco que informase a los fieles que Jurij Gagarin había ido al espacio y que no había visto a Dios, y que por ende, Dios no existía. Amenazó al párroco diciendo que si no daba el anuncio procedería a clausurar la iglesia. El humilde sacerdote, entonces, al término de la liturgia dominical, dijo a sus fieles: ‘Queridos fieles, Jurij Alekseevic? Gagarin ha volado al espacio pero no vio a Dios. Sin embargo, el Señor lo vio, lo bendijo y por eso, Gagarin felizmente regresó a la tierra’.

Cuando me desempeñaba como vicario en la capilla de la Puerta de la Aurora en Vilnius (Lituania), no era raro recibir los testimonios de fe de las personas sencillas las cuales, a pesar de las persecuciones, conservaban intacta su fe. Una vez se presentó una señora de avanzada edad en la sacristía, quien me dijo que había rezado de rodillas en la iglesia de San Casimiro, que en aquel entonces acababa de ser transformada en museo del ateísmo. Se acercó a ella una empleada del museo, diciendo que no era lícito rezar en ese lugar, dado que era un museo del ateísmo. La anciana le respondió de manera muy resuelta que aunque hubiera gente que considerara ese lugar como museo, para ella seguía siendo una iglesia y, por lo tanto, una casa de oración.

Jamás olvidaré la ceremonia de bendición de la primera piedra de la nueva iglesia en la ciudad de Marx, sobre el Volga, que se llevó a cabo a principios de los ’90 del siglo pasado. Antes de la liturgia se me acercaron personas ancianas para rogarme que colocara un simple ladrillo en lugar de la piedra angular. Cuando les pregunté el por qué de este deseo, visto que lo habitual es que todos deseen que la piedra angular provenga de algún lugar santo, ellos me contaron una historia realmente conmovedora. Durante las persecuciones religiosas en la URSS, la antigua iglesia de Marx fue destruida. Pero los habitantes de esa ciudad llevaron a sus hogares los ladrillos provenientes de las ruinas. Los colocaron en lugares bien visibles y por largas décadas rezaron ante esos fragmentos de barro cocido. De esa manera, y justamente gracias a esos ladrillos, la fe pudo conservarse y ser transmitida a los jóvenes. Queremos que la nueva iglesia en construcción conserve un nexo con aquella antigua, que fue destruida, me dijeron.

Hoy, la Iglesia católica en Rusia tiene estructuras propias y se desarrolla de manera dinámica. A pesar de las muchas dificultades, es sumamente activa en el ámbito pastoral, cultural y editorial. Cientos de publicaciones en lengua rusa, así como la primera Enciclopedia católica, también en ruso, dan testimonio de la gran solicitud del clero para el desarrollo del catolicismo y de la Iglesia en ese territorio.

En Ucrania, la Iglesia greco-católica vivió una situación similar a la de la Iglesia latina, y también ésta se vio obligada a moverse en la clandestinidad. Los testimonios del martirio de miembros de aquellas Iglesias tienen un gran significado. A pesar de todas las presiones y persecuciones, los católicos jamás renunciaron a su fidelidad a la Santa Sede.

El volumen «La Iglesia católica en el territorio de la Unión Soviética. Desde la Revolución de 1917 hasta la Perestroika» narra la difícil historia de la Iglesia en esos territorios. Debemos acordarnos de nuestra historia, porque ésta es nuestra madre maestra. Si no hubiese habido héroes de la fe en la época de la represión, no se habría dado un renacimiento tan veloz de la Iglesia, condenada al aniquilamiento, y los territorios que fueron cristianizados desde el siglo X habrían quedado transformados en un desierto espiritual. Tanto es así, que los tiempos modernos confirman la máxima de Tertuliano: la sangre de los mártires es la semilla de cristianos.

Y a pesar de ello, desde el punto de vista humano, parecería que con la muerte del último sacerdote, la Iglesia habría desaparecido del mapa de la URSS. Pero Dios demostró que quiere señalar un camino recto a través de los meandros de la historia. Porque es Él, y nadie más que él, quien en definitiva coloca el último punto sobre la «i».

Es mi deseo que el presente volumen se vuelva un testimonio de fe de la época de las persecuciones, que resulta tan necesario para el mundo moderno», concluye el prólogo del obispo.

Con información de Aica

 

 

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