lunes, 25 de noviembre de 2024
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Y Dios creó al gran Carlomagno…

Redacción (Domingo, 02-09-2018, Gaudium Press) No son muchos en la Historia a los que se les agregó el apelativo Magno a su nombre. Pompeyo Magno, Alejandro Magno, San Gregorio Magno, Carlomagno…

Sin duda alguna los hechos de sus vidas lo justificaban. Entretanto, en cuanto legado, creemos que no hay ninguno que se pueda comparar con el gran Carlos, el Patriarca de Occidente, fundador de Europa.

¿Qué quedó del imperio de Alejandro Magno tras su muerte? Casi que se podría decir que su gigantesca vida fue un gran fuego de artificio, que se extinguió después de su deceso. La justa fama de Pompeyo Magno ni siquiera pudo sobrevivir a la nueva y rutilante luz que despuntaba en el horizonte, la de César. Otra cosa se podría decir de San Gregorio, cuyas luces llegan hasta hoy como uno de los Padres de la Iglesia occidental, por la luz de su doctrina; y es grande también por la defensa que hizo de los derechos del Papado.

Pero Carlomagno… Vencedor de los lombardos; vencedor de los sajones; vencedor de los bávaros; triunfador sobre los ávaros -primos de los hunos-; primer emperador de Occidente -y parece que a contra gusto- tras la caída de los romanos y después de ser coronado por el Papa; luchador en España contra el Emir de Córdoba; protector de Venecia; creador de los Estados Pontificios; todos los pueblos vecinos de su imperio le temían y lo respetaban.

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Incluso el propio emperador de Bizancio por la fuerza de los hechos terminó reconociendo al ‘bárbaro’ Carlos como su par, su primo.

Consiguió que los peregrinos que iban a tierra santa lo pudieran hacer con el beneplácito del califa de Bagdad, que harto lo apreciaba.

Aunque gustaba de las buenas carnes, siempre fue sobrio, también en el beber; le tenía horror a la embriaguez. En su vestir, modesto, dicen que solo usó la púrpura imperial en una ocasión. Aunque en las primeras décadas de su vida tuvo concubinas, su sincera piedad fue dominando la carne con el paso del tiempo.

El prestigio de su figura fue haciendo surgir el feudalismo. Los hombres no solo querían servirlo, sino que querían estar ligados con él por un vínculo más estrecho, permanente, del cual sentían también que recibirían protección y dignidad. Respetó siempre las leyes consuetudinarias, y tenía sus legados para vigilar que inclusive los condes fueran respetuosos de la ley: con el emperador no se juega. Fiero en el combate, en su vida privada llegaba incluso hasta la ternura y tenía un grandísimo afecto por sus hijas, a las que incluso le daba horror entregar en matrimonio, aunque la ley de la vida lo imponía.

Evidentemente detestaba las supersticiones -muchas de ellas sencillamente diabólicas- del paganismo, pero también odiaba la herejía. Le encantaba hablar y ser instruido sobre los dogmas cristianos. Incluso fue precursor de un dogma, aún contra la oposición de un Papa.

Sustentado por doctos teólogos, Carlomagno hizo adoptar la fórmula filioque procedit en la liturgia de su Capilla palatina, cuando esta aún no era de fe. La fórmula indicaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo y no que procedía del Padre a través del hijo, lo que entre otras funestas consecuencias complicaría la explicación de las relaciones trinitarias. Monjes orientales se quejaron junto al Papa León III del empleo de la misma, y el mismísimo Papa quiso que el Emperador echara atrás su decisión argumentando que «en Roma no se introducía el filioque«, pero esta vez el emperador no siguió las indicaciones del Papa: «Carlos había fijado, sobre este punto espinoso, la ortodoxia». 1 El tiempo le dio la razón…

Carlos renovó la educación y las artes; reclutó ‘al hombre más sabio del mundo’, Alcuino de York, para que creara la pedagogía de su imperio. Creó la escuela palatina, la academia palatina, las escuelas en los diferentes obispados. Consiguió que el ilustre vasallo de un enemigo fuera el mentor de las artes de su imperio, Paul Diacre. Fortaleció y exigió la instrucción de los clérigos… En fin…

Es Carlomagno el resumen de la grandeza, una grandeza que no aplasta sino que es paternal, pues era cristiana. Y por ser paternal, dio origen a una familia de naciones que siempre lo tuvieron como referencia, aún en estos superificiales y conturbados días.

Por Saúl Castiblanco

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1 Joseph Calmette. Charlemagne – Sa vie et son œuvre. Edition Albin Michel. París. 1945

 

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