Redacción (Sábado, 18-11-2017, Gaudium Press) Gracias a Dios todavía va gente a la Rue du Bac en París, (incluso turistas) a la capilla del convento de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Es que allí en noviembre de 1830, en ese lugar para oración restricta de las monjas y novicias que tuvo que abrirse posteriormente al público, la Virgen se le apareció y mostró una medalla de la Inmaculada Concepción a una novicia llamada Catalina Labouré, hoy reconocida como santa, pidiéndole que la mandara acuñar. Santa Bernardita Soubirous que también vio la Virgen por 18 veces en Lourdes ya en 1858 dice que Nuestra Señora se le parecía mucho a la de la Medalla Milagrosa, pues la pastorcita la conocía e incluso la llevaba frecuentemente colgada al pecho desconociendo totalmente los detalles de aquella aparición de París.
La medalla acuñada como de la «Inmaculada Concepción», fue tal la cantidad de milagros que hizo especialmente en Francia, que se la dio en llamar hasta hoy Medalla Milagrosa.
La nación francesa no conseguía definir su situación política ni religiosa desde las sangrientas jornadas de la Revolución de 1789. Ya en 1830 justo coincidiendo con los días de la aparición a Santa Catalina, estalló otra violenta revolución que traería como consecuencia una más en 1848 y otra todavía peor en 1871. Estas dos últimas incluyeron el asesinato y el fusilamiento de dos arzobispos de París: Mons. Denys Auguste Affre asesinado en la revolución de 1848 y Mons. Georges Draboy fusilado en la Comuna de Paris de 1871.
Pero de los dos arzobispos mártires, quien tiene más relación con los acontecimientos de la Rue du Bac es Mons. Affre que había dado la aprobación de uso del Escapulario Verde, entregado también a una monjita de la Caridad en 1840 en el mismo convento donde fue revelada la Medalla milagrosa diez años atrás. Si esta fue entregada con la promesa de una especial protección de la vida para quien la lleve bendita preferentemente al cuello, el misterioso escapulario fue entregado para la hora de la muerte según reveló Sor Justina Bisqueyburu la buena monja agraciada con tal privilegio.
La recomendación de la Virgen María fue que quien llevara ese escapulario sería protegido especialmente a la hora de morir, pero que sobre todo se le hiciera llevar a quienes estaban perdiendo la fe o ya la habían perdido. Y entonces sucedió el milagro que conmovió a París y disparó la solicitud del escapulario en una Francia ya casi apóstata, laica y camino de la perdición.
Los Tribunales de justicia y apelación de Paris habían sentenciado que a Mons. Affre lo había matado en noviembre de 1848 una bala perdida en las barricadas de una calle, dado que el Arzobispo había salido a pedir el cese al fuego. En 1859 un agonizante de reconocida vida impenitente y blasfema, que había sido visitado por dos monjitas de la Caridad y a las que había sacado amenazándolas desde la cama con un bastón, pedía el regreso de ellas para hacerles una confidencia y que le trajeran un sacerdote: él había sido el encubierto asesino del Arzobispo; hacía decenas de años no frecuentaba los sacramentos ni la misa y vivía en público concubinato con una protestante ya casi atea. Una de las monjitas en la primera visita había dejado discretamente atado a la cama un escapulario verde y repetido mentalmente varias veces la jaculatoria que está en él: «Inmaculado Corazón de María ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte».
Este sacramental, a diferencia de otros, no tiene dos pañitos sino uno solo en cuyo anverso está representada la Santísima Virgen Inmaculada tal como la monjita la vio, y en el reverso el Corazón inmaculado atravesado por una espada alrededor del cual está la mencionada milagrosa jaculatoria.
Dado especialmente para ese momento final de nuestra vida y paso por esta tierra, cuando debemos estar preparados para encontrarnos con la majestad, seriedad, grandeza y gravedad del Juez Supremo, será la garantía de nuestra salvación tras un profundo y doloroso arrepentimiento como el del miserable asesino de Mons. Affre que a tiempo recibió absolución, extremaunción e incluso dispensa y sacramento matrimonial que convirtió también a su mujer tras la abjuración de sus prácticas protestantes. Profundo y doloroso arrepentimiento, porque si el Justo cae siete veces al día como dice la Biblia, no podemos vivir en la presunción de que a la hora de nuestra muerte estaremos listos y totalmente limpios para el juicio particular, mucho más si nos coge de repente.
Por Antonio Borda
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