domingo, 24 de noviembre de 2024
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En esta Cuaresma, profundicemos en el amor a la Virgen

Redacción (Miércoles, 26-02-2020, Gaudium Press) Cuaresma es casi sinónimo de Tiempo de Conversión.

Un tiempo favorable, porque los relatos y meditaciones de estos días en la sangrienta pasión del Salvador, y su glorioso triunfo sobre la muerte y el pecado, facilitan que los corazones endurecidos se muevan a un cambio de vida.

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Cambio de vida que no es posible sin el auxilio de la gracia divina, pero que siempre es buscado por la gracia divina, que Dios prodiga y prodiga a pesar de las miserias del hombre.

Sin embargo, la gracia suficiente, que nunca falta, normalmente es insuficiente para mover a los corazones al arrepentimiento y a la penitencia, y ahí es la hora de la misericordia, y de la misericordia con cariz materno, porque si solo fuera la justicia divina, realmente la esperanza desfallecería.

Es ese el momento de Nuestra Señora.

Porque Ella es la Madre de todos aquellos que deben salvarse; porque ella los debe engendrar para la vida eterna, algo que ya está más que demostrado por la teología católica, pues no es posible que Ella sea la Madre de la Cabeza (Cristo) y que no lo sea del Cuerpo (la Iglesia, sus miembros).

Entonces podemos decir que la relación con la Virgen bendita es generatrix de salvación.

Si los hombres tuviesen claro, lo terrible que es la condenación, lo siniestro del infierno, y que la salvación depende en buena medida por decir lo menos, de la intercesión de la Virgen, tal vez eso movería más a amarla, a reverenciarla.

Pero la realidad es que con mucha frecuencia la devoción a la Madre de Dios se alcanza cuando el mortal siente su auxilio, percibe su caricia materna, particularmente en una situación de angustia. Como que son las situaciones donde la persona no puede esperar auxilio humano, aquellas reservadas para que la Virgen bendita manifieste su poder materno, y de esa manera favorezca la devoción a Ella, puente de salvación. Espera Ella con paciencia que el ser humano ya no pueda confiar en nada humano, para que debilitado su orgullo y vanas esperanzas, abra aunque sea un poco la puerta de su corazón.

Cumple a nosotros amarla y amarla cada vez más, y que ese amor trasborde hacia aquellos con quienes tengamos contacto, pues no hay mejor regalo que podamos dar, que ofrecer a otro la devoción a la Madre de Dios.

Obra de caridad insigne, puede ser esa para esta Cuaresma.

Por Saúl Castiblanco

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