martes, 26 de noviembre de 2024
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La gracia, los absolutos y la lucha: la fórmula de una vida

Redacción (Martes, 19-09-2017, Gaudium Press) Recordábamos en anterior nota, que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira afirmaba que no existe felicidad fuera del «absoluto», entendido absoluto como lo que siendo un pináculo en su género o en su especie, es un puente para subir hasta el Creador. Es decir, un atardecer especialmente bello es un absoluto, como reflejo perfecto del Absoluto que es. La vida de un santo es un absoluto, como reflejo perfectísimo de Jesús que es. Un castillo maravilloso es un absoluto, en el sentido de que nos habla de cómo serán los castillos del cielo empíreo, los cuales corresponden a una perfectísima idea divina, que termina no distinguiéndose de la Esencia Divina.

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Pero vemos que hay muchas personas que por ejemplo van a un castillo maravilloso, típico para ‘despertar absolutos’, como el de Neuschwanstein, y, además de un leve placer estético sensible, más animal que espiritual, poco provecho sacan de la visita.

Eso nos indica que para experimentar absolutos no se requiere solo de seres maravillosos para contemplar, sino sobre todo de un hombre contemplativo con cierta lozanía de alma, con cierta limpidez de un espíritu no manchado por el ultra egoísmo, de manera que el absoluto pueda cumplir su papel simbólico de «llevarlo al cielo», de mostrarle a Dios.

3.jpgY también nos indica otra cosa, y es que más que necesitar un objeto de contemplación ultra-maravilloso, lo que se necesita para «sentir absolutos» es un alma no contaminada de ese egoísmo, que incluso a la vista de seres bellos aunque no sublimes, parta de ellos hacia los sublimes, y de los sublimes incluso hasta los maravillosos que aún no están construidos pero que sí existen en los posibles de Dios: por ejemplo, que de la vista de un sencillo pero poético coche de esos lentos y descapotados que transitan en la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, recordemos tal vez los coches lindísimos en el museo de Versalles, y esa recordación nos sirva para imaginar los ‘Coches de Cristal’ que en el cielo empíreo trasportarán los hombres y las damas resurrectos y viviendo ya en la gloria. Y así con todo. Desde un bonito pedregullo caminar hasta los zafiros del cielo.

Este es un ejercicio natural, que ciertamente Dios favorecerá, porque en el fondo tendrá como objetivo buscarlo a Él. Si el egoismo nos ha invadido, y ante las mayores maravillas permanecemos con corazón de piedra, no desanimemos. Pidamos a Dios que nos cure, y que nos permita ejercitarnos en la procura del Absoluto, «Ejercicio» que con frecuencia se verá regado por la gracia, y que dará energía especial para la lucha, porque en esta vida todo es lucha, y solo vence el que lucha: Militia est vita hominis super terram (Job VII, 1). El cielo solo es de los que luchan dice la Escritura, contra el mundo el demonio y la carne, contra nuestras malas inclinaciones y contra las solicitaciones de Lucifer y del entorno. Pero en compañía de los «absolutos», la lucha es llevadera, es parte eximia del culto a un Dios que murió en sublime holocausto; la lucha termina siendo reestructurante, equilibrante de nuestras pasiones en desorden.

Acceder a la gracia a través de los canales de la Iglesia, procurar los absolutos, y luchar: he aquí lo que puede ser la fórmula de una vida.

Por Saúl Castiblanco

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