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El mito del progreso

Redacción (Viernes, 25-08-2017, Gaudium Press) Muy comunes en el hombre moderno se han hecho los síntomas propios a la «asfixia del alma»… y la inquietud, el nerviosismo, la inseguridad y el epidémico «estrés», tarde o temprano, de una manera u otra nos contagian.

Muchos estudios y diagnósticos se han hecho para combatir tales dolencias, pero me atrevería a decir que muy pocos reconocen su verdadero y más profundo origen y mucho menos se atreven a denunciar la raíz de este mal, que es en última instancia el materialismo.

A inicios del siglo XX, la humanidad se regocijaba en la creencia de que por medio de la técnica y de la ciencia, el «Progreso» con el pasar de los años, haría que el mundo llegase a ser un «paraíso materialista y utópico», donde no existiría más la enfermedad, el trabajo y el sufrimiento, dándonos la posibilidad de como que lanzarnos despreocupados en el lago de placeres que el mundo ofrece.

Y con esa idea o «mito del progreso», que ignora el pecado original, crecieron sucesivas generaciones hasta llegar a nuestros días.

Pero analizando con honestidad y objetividad la situación del mundo contemporáneo, ¿será que podemos asegurar que el mundo realmente ha progresado?

Es indudable que nuestra sociedad realmente ha progresado en muchos aspectos con respecto al pasado. A modo de ejemplo son muy evidentes los avances en el higiene y la medicina, que en nuestros días gracias a diferentes avances tecnológicos logran aliviar el dolor e incluso sanar muchas enfermedades que años atrás eran intratables.

Aunque paradójicamente vemos que al mismo tiempo en esta sociedad egoísta y consumista la salud es un objeto más del mercado, y a veces pareciera que estamos atrapados en un círculo vicioso en que modos de vida insalubres tienen que ser compensados con dietas y tratamientos que permitan sostener nuestro consumismo y simultáneamente beneficiar el mercado de la medicina, resumiendo todo en un penoso culto al negocio, y en el fondo un culto al dinero.

No podemos negar también que la tecnología y los medios de transporte modernos, han traído inúmeras formas de placer y comodidad, a veces en tal cantidad y a tal velocidad, que una vez más paradójicamente e inevitablemente el ser humano llega al límite de lo que consigue absorber perdiendo el equilibrio y el sano relacionamiento con lo que le es externo, y tarde o temprano huye a la paz y quietud de la naturaleza o a algún inhóspito lugar, donde el alma pueda respirar y pueda disfrutar de algo que era común para nuestros antepasados pero que para nosotros se ha convertido en un objeto de lujo: el silencio y la quietud.

Teocentrismo, Antropocentrismo, Maquinocentrismo

En el pasar del siglo XV y XVI, como lo enseñan los manuales de historia clásicos, la cultura y la sociedad en sí oficialmente dejó de ser «Teocéntrica» para volverse «Antropocéntrica», lo que significa en más llanas palabras que dejó a Dios a un lado para glorificar al hombre.

Pero esta inversión de valores, no paró ahí y vemos que con la «revolución industrial», al menos en el inconsciente de la ciega humanidad, el valor del hombre fue menospreciado ante el de la máquina…

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«Las leyes de la mecánica se refieren al mundo inanimado, es decir, a los seres menos elevados en el orden de la creación, que no tienen grado alguno de vida. Por tanto, no habría un desorden más grande, ni más grave, que alabar la mecánica como el objeto más alto y más noble de la inteligencia humana, y pretender que el mundo entero, toda la sociedad humana, con las miríadas de sociedades menores y grupos que debe contener, deba ser y moverse «more mechanico». » 1

Y así muchos hombres extasiados ante la «magia de la máquina» se postraron ante ella, y la adoraron como salvadora de la humanidad.

Alquimia moderna

¿Pero por qué atrae tanto de la máquina? Interesante pregunta.

Para responder esto, vale la pena considerar que en el hombre siempre existe una nostalgia del paraíso terrenal, donde podía vivir impasible como rey y dominador de los elementos y demás criaturas que allí existían.

Y es por eso que nuestro orgullo, sabiendo de los innúmeros defectos de nuestro cuerpo ahora padeciente, nos impulsa a buscar recuperar los dones perdidos con el pecado, incluso la inmortalidad.

Y durante toda la historia siempre han existido aquellos que buscan saciar esa sed de poder en lo arcano y preternatural, dispuestos incluso a vender su alma si es necesario para conseguir lo que desean, la magia, que es la mayor mentira del demonio.

Pero hay otra manera más sutil de saciar ese deseo de impasibilidad, poder y confort, que en su justa medida es natural y en nada pecaminosa.

Y es por medio de la tecnología que el hombre consigue hoy hacer cosas que si no es por una justa explicación quizás nuestros antepasados lo podrían confundir con magia.

Es casi mágico volar y a velocidades que ni siquiera las más veloces aves pueden alcanzar.

Es increíble el que hoy podamos examinar las profundidades del océano y de la tierra y comunicarnos con los confines del mundo en cuestión de segundos.

Pero no nos damos cuenta que entre más «mágico» es nuestro mundo, más extraño, oscuro e inhumano se ha vuelto, pues le ha dado a nuestro cuerpo alas y capacidades inimaginables, pero nos amenaza constantemente con matar el alma.¡ Y cuentas almas muertas vagan por nuestras ciudades!

Es un mundo inhumano porque nosotros somos cuerpo y alma, y cada vez pareciera que lo más elevado que es el alma, espiritual y eterna, quiere ser vendida y substituida por la máquina, material y perecedera.

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Se nos promete incluso mejorar la obra de Dios, nuestra propia naturaleza por mecanismos que le son ajenos y totalmente inferiores, y hasta la misma sociedad se ha estructurado como una máquina:

«En estas condiciones, la influencia de la máquina tiende a penetrar en las esferas más delicadas y más altas de la vida humana, es decir, tiende a crear un estilo de vida, un modo de concebir los problemas y de resolverlos, una mentalidad en fin, completamente mecanizada. Los hombres estandarizados, con ideas y gustos estandarizados inmersos en un estado de espíritu de un tedio sombrío, displicente, pesado, lleno de fatiga, interrumpido sólo por las excitaciones delirantes del cine, de la televisión, de la radio, o de las intemperancias deportivas.»2

Pero trágicamente muchas veces somos ciegos a esta realidad, pues nacimos en un mundo que ya era así, un mundo de esclavos de la máquina, y no tenemos capacidad analizar en retrospectiva y con objetividad la historia:

«Hay enfermedades que van devorando a su víctima tan poco a poco, que ni siquiera percibe. Lentamente, se va adaptando a las situaciones nuevas, y perdiendo el recuerdo de cómo se sentía cuando gozaba entera salud. Por eso, para que el médico obtenga que una persona en estas condiciones se trate, es necesario que comience por darle toda la conciencia de que su estado es anómalo. Lo que sólo alcanza reavivando la memoria de lo que era antiguamente, y comparando este antiguo estado con su situación presente.»3

¿Quien define el progreso?

«El progreso es la habilidad del hombre para complicar lo simple»4

En realidad esta pintoresca frase más que definir bien lo que es el progreso, define lo que es el falso progreso. Y no solo complica lo simple si no que lo deforma y en última instancia lo quiere destruir. Porque Dios es Grandioso en su Perfecta Simplicidad.

Es ese el falso progreso que se postra ante una máquina y se olvida de los ángeles, el progreso que destruye la familia y la imaginación de los niños. El progreso que busca la comodidad, desprecia la cruz y sacrifica la belleza. El progreso que hace al hombre un ser egoísta y lo destruye.

Y es delante de este panorama que como dijo el Papa Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi: «La ambigüedad del progreso se hace evidente. Sin duda, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre abrumadoras posibilidades de posibilidades malignas que antes no existían. Todos hemos sido testigos de la manera en que el progreso, en manos equivocadas, puede llegar a ser y se ha convertido en un aterrador progreso en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con el progreso correspondiente en la formación ética del hombre, en el crecimiento interno del hombre (Ef 3:16, 2 Cor 4:16), entonces no es un progreso, sino una amenaza para el hombre y para el mundo .»5

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Y así que comprendemos que lo que muchos llaman hoy progreso no es un verdadero progreso si no un fantasma que tarde o temprano se devora a sí mismo.

Y si esto es el falso progreso, es fácil deducir que es el verdadero progreso.

El progreso de una sociedad no debe de ser medido por la velocidad en que se moviliza, ni por cuáles máquinas extraordinarias posee, ni por las comodidades que ofrece, sino que debe de ser medido simplemente por si se asemeja o no al plan divino con respecto a la humanidad. Y es ahí que el progreso se hace necesario y un verdadero bien.

Y ya vemos que el objetivo de este artículo no es crear en nosotros una «ciega oposición al progreso, si no más bien una oposición al progreso ciego».6

¿Y entonces cual es la voluntad de Dios con respecto a la sociedad? ¿Como dar vistas al progreso?

Simple, Dios nos manda a cumplir 10 mandamientos y no a escribir interminables tratados de leyes que se funden en el relativismo.

Dios nos manda a amar el prójimo y aliviar su dolor, y no a incansablemente buscar nuestra comodidad y el placer, y a anteponer lo humano a lo divino.

Dios nos da la posibilidad de vivir en harmonía con las más diversas culturas cobijadas sobre una sola fé, y no nos incita a querer crear la masa amorfa del mundo globalizado y del sincretismo teológico en que vivimos.

Dios quiere que seamos seres contemplativos y que a partir de la realidad que nos rodea podamos trascender a la esfera de lo sobrenatural, y no sumergirnos en la esfera lo virtual, desnaturalizando el convivio humano, enceguecidos para la contemplación.

Y es por eso que la humanidad progresaría indudablemente si como principio del progreso se preocupara por buscar primero la santidad, y analizar si cada paso a dar beneficia espiritualmente la humanidad en su conjunto o nó. ¿Pues que algo se pueda hacer o crear no justifica necesariamente que se deba hacer o crear?

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Una sociedad que «Busca el Reino de Dios y su Justicia…» Mateo 6:13, obtendrá el resto por añadidura. Y esto ciertamente conllevaría un progreso incluso del punto de vista tecnológico muy superior al actual, que se armonice con el hombre sin distraer su espíritu y más bien, por nuevas y magníficas formas de belleza remitiéndolo hacia Dios.

Cierta vez sentenció muy sabiamente el famoso escritor C.S. Lewis «Si usted está en el camino equivocado, el progreso significa dar la vuelta y caminar nuevamente por el camino correcto. En ese caso el hombre que vuelve atrás más pronto es el hombre más progresista.»7

Y esto es muy aplicable en nuestra vida personal, ¿pero será que ese proceso de decadencia multisecular que algunos llaman «progreso» puede ser revertido?

Seguramente que no por medios humanos, pero recordemos: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» Lucas 18: 27.

Por Santiago Vieto

1 – Plinio Correa de Oliveira «Catolicismo» Nº 32 – Agosto de 1953
2 – Plinio Correa de Oliveira «Catolicismo» Nº 55 – Julio de 1955
3 – Plinio Correa de Oliveira «Catolicismo» Nº 55 – Julio de 1955
4- Thor Heyerdahl[1]
5- Pope Benedict XVI, in Encyclical Letter Spe Salvi, 30 November 2007, Chapter 22
6- John Muir
7- C. S. Lewis, Mere Christianity (1952), Book I, Ch. 5

 

 

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