martes, 26 de noviembre de 2024
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¿Un mundo sin caballeros?

Redacción (Miércoles, 19-07-2017, Gaudium Press) Hasta hace poco era común escuchar que a un varón se le elogiase de la siguiente manera: «Es usted todo un caballero», queriendo resaltar con eso quizás algún acto servicial pero especialmente noble, distinguido y generoso.

Tanto en la literatura como en la cultura popular se relaciona al caballero, no como lo indica la etimología de la palabra, con un hombre montado a caballo, sino con los nobles ideales que distinguieron a tantos guerreros que marcaron la historia de un pasado remoto, tanto por sus magníficas y heroicas gestas como por su testimonio de virtud, compostura, honradez, hidalguía y principalmente Fe.

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San Pedro Nolasco vestido de caballero

Convento de San Juan, Poio, España

¿Pero dónde y cuándo surge este tan característico tipo humano que ha marcado los siglos hasta nuestros días? ¿Cómo nació la Caballería?

El fin de una civilización

Imaginémos aquel trágico momento en que los otrora invencibles romanos vieron desplomarse ante sus ojos el Imperio que durante siglos dominó el Orbe.

Aquellos hombres despreocupados y seguros de su poderío, acostumbrados a sus damascos, imponentes palacios y la buena comida, vieron desmoronarse como si fuese paja o una ilusión la «Pax Romana», cuando enormes hombres vestidos de pieles, con la piel curtida por el sol y el frío y los ojos inyectados de odio y sangre entraban dentro de sus muros, degollaban los hombres, deshonraban las mujeres, aplastaban los ancianos y sin compasión estrellaban a los tiernos niños contra los fríos muros de mármol.

Eran los bárbaros: visigodos, ostrogodos, vándalos, hunos y demás tribus salvajes, que amenazaron durante varias décadas con borrar de la faz de la tierra cualquier luz de civilización.

Los romanos que conseguían huir se refugiaban lejos de las ciudades y cuentan las crónicas que los bárbaros usaban sus palacios como caballerizas ya que estos hombres preferían dormir a la intemperie, tal era su estado salvaje.

Pocos permanecían en las ciudades y no huían llenos de pavor ante el furor de los bárbaros. Muchos de esos pocos eran cristianos, que temiendo más a los enemigos del alma que a los del cuerpo preferían convivir con los asesinos invasores que con los inmorales y ya tan decadentes romanos.

Un nuevo sol

Las bibliotecas eran quemadas, las obras de arte destruidas y las grandezas del pasado olvidadas… Pero lo que parecía ser la noche de la civilización, fué realmente una purificación y poco tiempo después de forma milagrosa, surgió una nueva luz, un nuevo sol surge de las catacumbas y viene a ser con los siglos lo que conocemos como Civilización Cristiana.

Poco a poco tanto romanos como bárbaros fueron penetrados por la dulzura de Nuestro Señor Jesucristo, y bajo el signo de la cruz surgieron reinos e imperios.

Los temibles bárbaros, guerreros de nacimiento, por obra de la gracia se doblegaron ante Cristo y renovados por las aguas del bautismo, como hombres nuevos cambiaron el rumbo de la historia.

Es el caso por ejemplo de Clodoveo I, rey de los Francos, que ante la benéfica influencia de su virtuosa esposa Santa Clotilde, después de numerosas pruebas decide recibir el bautismo de las manos del gran San Remigio, convirtiéndose así en el primer rey de lo que sería la católica y dulce Francia.

El nacimiento de la Caballería

Pasaron los siglos en que estos bárbaros generación tras generación fueron recibiendo el bautismo y vieron una transformación de adentro hacia afuera que solo se explica por la acción de la gracia y la práctica de la Virtud.

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Iglesia de Santiago de los Caballeros, Zamora, España, donde el Cid fue armado caballero

Aquellos hombres rudos y prepotentes pasaron a ser el modelo de cortesía y buenas maneras para siglos venideros.

Los sucios y malolientes nómadas aprendieron a vestir de acuerdo a lo que la dignidad de un hijo de Dios exige, y construyeron castillos y catedrales.

Los lujuriosos salvajes pasaron a jurar velar por la dignidad de las mujeres, viudas y niños.

Los brutos asesinos pasaron a poner su espada al servicio de Dios y la justicia.

Los antiguos paganos dejaron la superstición para brillar en los cielos con las más altas virtudes y muchos de ellos ser coronados como Santos de la Santa Iglesia.

Los caballeros debían de seguir un estricto código que bien se podría comparar a un tratado de perfeccionamiento espiritual aplicado a su papel en la sociedad.

Ellos debían de tener valor, que no se puede confundir con la arrogancia, sino con tener el deseo de hacer lo correcto a toda costa, y estar dispuestos a soportar sacrificios personales para servir los ideales y a las personas necesitadas.

Juraban defender primero que todo la Iglesia, pero también su familia, a sus señores y a la nación.

Debían de ser humildes, nunca hablando de sus propias hazañas y si elogiando las de los demás. Pero siendo ensalzados por justa razón ofrecían la alabanza y el mérito a Dios, siendo esta una de las más sobresalientes características de un caballero.

No era concebible un caballero que no buscase ante todo el Honor, la Verdad y la Justicia, buscando que cada quien reciba su merecido sin por eso olvidar de la misericordia.

La Templanza era necesaria para poder vivir de esta manera, buscando la moderación en la bebida y la comida, y refrenando al máximo los apetitos de nuestra naturaleza corrompida por el pecado, así como buscando la moderación en la riqueza y rechazando la avaricia.

Todo esto debía distinguir al caballero, así como una extremada lealtad a sus señores, buscar la nobleza y cortesía siendo también un hombre ilustre. Pero en toda esta amalgama de virtudes la fuente y luz eran la Fe y la Fortaleza que les daría la combatividad, energía, énfasis y resolución para llevar a cabo los actos más heroicos y grandiosos que los siglos vieron.

¿Quien no ve la mano de Dios en esta obra? ¿De la barbarie sacar tamaño tesoro? Es el poder de la gracia cuando el hombre la deja actuar.

Un mundo sin caballeros

Al esbozar una descripción de estos hombres que revestidos de hierro, tanto en el cuerpo como en el alma, iluminaron con sus resplandores guerreros la Historia, y la marcaron con un tan alto ideal, ¿será que podemos permanecer indiferentes y dejar que el polvo sepulte hasta la última de sus armaduras, y que la herrumbre carcoma hasta la última de sus espadas?

Cada vez más quedan en el olvido estos héroes del pasado, así como los ideales que ellos representan…

¿No será que nos parecemos cada vez más a los romanos, decadentes y penetrados de todo tipo de comodidad llevada hasta paroxismos que muchas veces degenera en la indecencia y falta de decoro? ¿Nuestra sociedad relativista y pacifista según la «paz del mundo», será que hoy en día comprende el sentido de lo que es defender la fe con la vida?
¿No aprendimos nada de la decadencia de Roma? Quien sabe si se le reserva a la modernidad el mismo destino que a ella, y las hordas de bárbaros oscurecerán la tierra de nuevo. Una tierra que parece no tener más caballeros para defenderla.

Es bueno recordar lo que al respecto Nuestro Señor Jesucristo tan claramente nos vino a decir: «No vine a traer la paz, sino la espada.» (Evangelio de Mateo 10:34)

Y es por esto que el modelo del verdadero caballero es el propio Cristo, y a Él dedica y entrega su vida, sin miedo a la persecución y el sufrimiento, estando dispuesto a recibir todo el odio de los infiernos y el mundo contra su pecho, pués ahí lucha por el su Señor.

Y así un caballero se convierte en un verdadero pacificador, o sea, un hombre que lucha para que el Orden que el Divino Salvador vino a traer a la tierra se establezca en el mundo entero.

¿Pero como aplicar en nuestra vida el espíritu de la Caballería?

Aquí no se trata de salir a las calles con una espada, al menos material, pero si salir con el gladio del espíritu, conscientes de que mientras estemos en esta tierra estamos en guerra. guerra contra nosotros mismos, contra el demonio, el mundo y la carne.

A fin de cuentas, nos toca decidir si ser caballeros y esclavos de María que lucharán hasta el fin para que Ella reine en esta tierra, o ser míseros esclavos de este mundo, el demonio y la carne, perdiendo así la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Y para terminar nada como dejar unas palabras en que de forma magistral el Dr. Plinio Correa de Oliveira, describe como debe ser la actitud de un caballero de nuestro siglo:

«En el idealismo, ardor.
En el trato, cortesía.
En la acción, devoción sin límites.
En la presencia frente al adversario, circunspección.
En la lucha, altanería y coraje.
Y por el coraje, la Victoria».

Por Santiago Vieto

 

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