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Salud de los enfermos en el siglo XXI

Redacción (Lunes, 22-05-2017, Gaudium Press) Los hospitales son idea del Cristianismo. En la antigüedad pagana, antes de la Redención, ni siquiera al pueblo Judío se le había ocurrido algo parecido. El enfermo, el apestado o el herido eran atendidos solamente en casa si es que tenía alguna, o parientes que le acogieran no sin cierta reserva y escrúpulo así fuera el Pater-familia. Los ancianos e inválidos entre los Romanos, Persas, Griegos y Chinos, para citar algunos pueblos supuestamente más civilizados, preferían la eutanasia que tenía varias modalidades, algunas discretas y otras de una insensatez simplemente cruel. En términos generales, la creencia era que al que le había sucedido algo malo era un abandonado de los dioses y todos procuraban alejarlo de la convivencia social. Los propios judíos ya estaban creyendo que Dios no escuchaba ni el arrepentimiento del pecador y una enfermedad o accidente era un castigo.

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Santa Isabel de Hungría curando a un enfermo

Óleo de Lucas Valdés, Museo de Bellas Artes, Sevilla

Pero si a los paganos no se les había ocurrido algo parecido a hospitales, mucho menos se les ocurrió vocaciones de hombres y mujeres que se entregaban apostólicamente con alma y cuerpo a servir exclusivamente enfermos incluso con enfermedades contagiosas que se llevaban al abnegado apóstol. Surgieron entonces también los ancianatos, los orfanatos y los leprosarios donde se acogía por puro amor de Dios. Comunidades religiosas completas dedicadas exclusivamente a ese servicio esperando solo la recompensa de Dios en la otra vida.

Hoy a las novísimas generaciones se les hace increíble -como increíble se le hacía a los paganos de comienzos de nuestra Cristiandad, que hombres y mujeres se conmovieran tanto con los pobres enfermos hasta el punto de atenderlos personalmente, llevarlos a un lugar, preocuparse por sus medicaciones, su higiene y su alimentación. ¿Dónde encontrar actualmente una encopetada dama, o una princesa como Santa Isabel de Hungría que se hizo Terciaria Franciscana y agotó su fortuna atendiendo enfermos? La lista es bien larga y admirable. ¡Pura caridad! Todos los sabemos ya, como sabemos también que ese servicio hoy día es más un negocio que otra cosa. En algunos países el Estado ha asumido esa función, pero ya conocemos la precaria calidad de ella.

La Caridad Cristiana no es apenas un acto de filantropía ni solidaridad humanitaria. Tampoco es un simple servicio social. Ella es un suave mandato que nos dejó Jesús (Jn 13, 34) y en lo que se está jugando nuestra salvación y felicidad eternas. Jesús nos amó a pesar de nuestras miserias, del mal olor de nuestros pecados, de las deformaciones monstruosas de nuestra alma por causa de nuestros defectos morales. Nos amó pese a nuestras ingratitudes, cálculos e intereses mundanos que nos llevan a acercarnos a Él solamente para pedir y pedir o cobrarle algunos favores que hemos hecho al prójimo juzgando haber dado una gran limosna.(1)

La Caridad Cristiana nace es de la admiración y la gratitud con nuestro Señor a quien le debemos absolutamente todo lo que somos y tenemos, verdad que sonaría a perogrullada si no estuviéramos verificando en estos tiempos que son muchos los médicos, enfermeros y especialistas que se están olvidando poco a poco y quizá sin caer en cuenta ni notarlo, que su profesión viene de Dios directamente. Viene de aquel que curó tantas y tantas enfermedades y mandó a sus discípulos a hacerlo (Lc 9, 1). La esencia de nuestra Caridad está en el Sermón de la montaña y aquella enseñanza de San Pablo en 1Cor 4-8 que a nadie se le había ocurrido antes explicitar de esa manera tan sublime como él lo hizo. No son esas instituciones filantrópicas internacionales de hoy día las que le van a enseñar a la santa Iglesia Católica qué es la caridad fraterna.

Tal vez se debería promover entre cristianos un juramento público en estado de gracia sobre los santos Evangelios, antes de recibir un título académico que acredite a un auténtico servidor de la salud, y enseguida celebrar una misa y comulgar implorando la intercesión de Aquella milagrosa madre, médica y enfermera que ha estado siempre junto al lecho de dolientes y moribundos bajo la dulce advocación de Salud de los enfermos. Trabajar profesionalmente por la salud del prójimo es un acto de caridad que da gloria a Dios y puede santificar en un instante al que lo hace.

Por Antonio Borda

(1) Viacrucis, IX Estación, Plinio Correa de Oliveira, Catolicismo, 1951.

 

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