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Papá Noel, Jacob y Esaú

Redacción (Martes, 20-12-2016, Gaudium Press) Llegó en trineo tirado por renos de tierras frías y sin mucha gracia. Poco a poco fue empujando a San Nicolás el hierático y manso obispo de Bari para quedarse el regordete, ateo y medio embriagado hombre de mejillas redondas y coloradas, un personaje que parece no haber tenido una sola preocupación en la vida ni conocer la seriedad de ella. Arrasó con la alegría temperante y serena de la navidad cristiana para imponer sus reglas de juego: el comercio, los negocios, la bulla y la glotonería.

La Iglesia nos prepara para la conmemoración del nacimiento de Jesús con cuatro misas dominicales de Adviento y una novena que se reza en muchos países a partir del 16 de diciembre. Realmente no es para menos, se trata del comienzo de nuestra redención, un acontecimiento que tiene una significación única en nuestras vidas. Por eso los sacerdotes usan paramentos morados como en cuaresma pero se cantan villancicos con pandereta y dulzainas al pie de un pesebre maravilloso lleno de luces, pastores, ovejas y por supuesto, los reyes magos, san José y María. Los altares no se adornan con flores todavía hasta la misa de media noche o del 25 de diciembre, pero todos los ambientes huelen a pino silvestre, canela y otras especias de modestos manjares caseros.

Del intruso se sabe que los ideólogos de la revolución francesa decretaron por ley de la república hacia 1792 y en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, prohibirle al Niño Dios o al obispo san Nicolás entrar en Francia. Sin mucho escrúpulo sacaron de algún lugar al borrachín, lo vistieron con los colores rojos del obispo, le calaron un gorro similar al frigio que usaban los sans-culotte en tiempos del terror y la guillotina, y lo pusieron a pasearse con un saco al hombro y una risa burlona, por las calles de Paris y otras ciudades de la Francia, primogénita de la santa iglesia católica ahora convertida en la emisora más potente de la revolución y burla a la religión y a la jerarquía: papá Nöel quedó en el escenario. Y tan se adueñó de nuestra navidad, que hoy la mayoría de los niños cristianos del mundo no sabe que lo que se celebra es el nacimiento de Dios hecho hombre y no la llegada de ese glotón y chistoso de compras en los centros comerciales.

Estamos en la disyuntiva: el intruso se impondrá apoyado por los «Esaús» que solamente ven en la navidad un gran negocio de fin de año y la temporada de tomarse el barbitúrico de una alegría mundana, intemperante y pasajera con la correspondiente resaca de fin de fiestas, o aquellos «Jacobs» que todavía conservan la certeza de que Jesús «será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1,33)

Al fin y al cabo, dice San Luis María Grignión de Montfort, los hombres se dividen en Jacobs y Esaús, y este será el pleito final para salvar nuestra Navidad sobre la cual nos asiste a los católicos desde el año UNO, todos los derechos y la legitimidad de verdaderos herederos de ella.

Por Antonio Borda

 

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