martes, 26 de noviembre de 2024
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Los Fuegos Artificiales y la indefinible belleza de lo efímero

Redacción (Lunes, 13-06-2016, Gaudium Press) El cielo nocturno, a semejanza del mar, tiene la sorprendente capacidad de maravillarnos con aspectos extremos, siempre cambiantes y siempre elocuentes. Así, en ciertas noches claras, por ejemplo, los espacios siderales exponen la belleza serena y silenciosa de miríadas incontables de astros celestes. Movidos por tan supremo espectáculo, los poetas y los santos han llegado a afirmar que las estrellas no son sino pequeños orificios en el techo infinito del firmamento, por donde se filtran los Esplendores de Dios Padre.

En contrapartida, la esfera azul y diáfana de la noche estrellada puede dar lugar a la furia de las tormentas, cuando los cielos de la madrugada se cubren con nubes amenazadoras de incommensurable tamaño, impelidas por la majestad y el ímpetu del viento, ora cercadas con el poder avasallador del rayo, ora estremecidas por la explosión invisible del trueno.

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Serenidad y violencia, luces y sombras, guerra y paz entran y salen del escenario celeste, con la elocuencia suprema pero arbitraria e inesperada de los elementos.

Sin embargo, Dios quiso otorgar al hombre un don bellísimo, para nada arbitrario, sino ordinativo y magnífico: escribir en los cielos con bellísimas figuras de luz, de textura y de color…

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Originada en la milenaria China, la elaboración de fuegos artificiales data del siglo VII de la era cristiana.

Con el paso de los siglos, el arte de la pirotecnia alcanzó las cortes europeas, donde los grandes monarcas pasaron a conmemorar sucesos destacados con escenificaciones grandiosas que incluían no sólo fuegos de artificio sino la intervención de orquestas y conjuntos musicales bajo la dirección de compositores famosos, en un exquisita combinación del música y luz.

Fue así que por ocasión de la firma del Tratado de Aquisgrán, en 1748, Su Majestad el Rey Jorge II de Gran Bretaña, decidió celebrar el episodio con una espectacular muestra de fuegos de artificio en Green Park, Londres. Si bien que la parte pirotécnica tuvo un éxito relativo – las noticias de la época señalan que el tiempo estaba lluvioso y que el pavellón derecho se incendió accidentalmente- la obra musical que los acompañaba fue de tal genialidad que se tornó inmortal con el título de ‘Música para los Reales Fuegos de Artificio’. ¿El autor? el mismísimo George Frederic Händel…

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Sin embargo, las tradiciones pirotécnicas de la Corona Real Inglesa no se suscribieron solamente a las Islas británicas. Anualmente, através de todo el Canadá, se conmemora el Cumpleaños de la Reina, o Victoria Day, con bellísimos fuegos de artificio como los que ilustran el presente artículo. Invitamos a nuestros lectores a admirarlos con más detenimiento visitando nuestra galería de imágenes de Gaudium Press.

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Estruendos, colores, texturas y diseños se suceden unos a otros entre explosiones de pirotecnia, inundando los espacios con formas y maravillas inesperadas pero siempre magníficas que parecen querer escribir en los cielos usando un lenguaje de Luz.

Para las almas serias y espirituales, sin embargo, los fuegos de artificio son un oportuno llamado a meditar sobre la brevedad de nuestro pasaje en esta vida, donde las bellezas fugaces y pasajeras no son sino un reflejo pálido de las alegría eternas, que no tienen fin. ‘Sic transit Gloria mundi’ (así pasa la Gloria del mundo), avisaban los antiguos, para que sus contemporáneos no olvidasen que el verdadero tesoro no se encuentra en esta tierra, donde nuestro camino es apenas un pasaje fugaz y efímero, -como un breve fuego de artificio-rumbo a la eternidad sin fin…

Por Gustavo Kralj

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