martes, 26 de noviembre de 2024
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"Cada Navidad ha de ser un especial encuentro con Dios": San Josemaría Escrivá de Balaguer

Redacción (Viernes, 25-12-2015, Gaudium Press) Navidad es tiempo para contemplar el misterio de la encarnación y del nacimiento de Jesús. El Hijo de Dios se presenta humilde, pequeño, se hace uno con nosotros por nuestra salvación.

Esta es la reflexión que en su momento hizo San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, en el libro el ‘Es Cristo que pasa’ que hoy compartimos al conmemorar el nacimiento del Niño De Belén.

«Cada navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma (…) Nos detenemos delante del Niño, de María y de José: estamos contemplando al Hijo de Dios revestido de nuestra carne», dice el santo español.

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Lienzo de San Josemaría Escrivá con el Niño Jesús, obra del artista ecuatoriano Arturo Guerrero / Foto: Opus Dei.

Recuerda que Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre, y que gracias ello nos hacemos hijos de Dios: «No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en la oración».

Por eso, como continúa San Josemaría, «es preciso mirar al Niño, Amor nuestro en la cuna», para así saber que nos encontramos delante de un misterio. «Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres», agrega.

El fundador del Opus Dei también reflexiona que es precisamente en la sencillez y humildad del pesebre, donde se halla la grandeza de Dios: «He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro».

Sobre este aspecto, prosigue: «La Navidad está rodeada también de sencillez admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre».

Es la grandeza de un Niño que es Dios: «su Padre es el Dios que ha hecho los cielos y la tierra, y Él está ahí, en un pesebre, ‘quia non erat eis locus in diversorio’, porque no había otro sitio en la tierra para el dueño de todo lo creado».

Y pese a esta gran dignidad, el Niño Dios también ha querido necesitar de los hombres, como escribe San Josemaría: «Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría.

Con información de escrivaobras.org.

 

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