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Espejo del Sol

Redacción (Miércoles, 05-08-2015, Gaudium Press) Después de una fuerte lluvia, o incluso después del leve rocío de la madrugada, podemos contemplar gotas de agua reflejando la luz del Sol. Semejantes a pequeñas joyas, toman ellas una belleza propia que no tenían mientras no reflejaban tal luz.

¿Pero qué es el Sol comparado a una gota de agua? Él es una estrella de especial grandeza, que calienta e ilumina la Tierra, permitiendo la vida en nuestro planeta. Y una gota de agua… ¿qué podría haber de más insignificante? Ella cae y luego se desvanece, sin que se le dé mayor importancia. ¡En relación al océano es nada! Entretanto, por la acción de los rayos solares, aquella pequeñita gota pasa a ser un espejo del Sol, a participar, de cierto modo, de la rutilante belleza del Astro Rey.

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De manera análoga, cada uno de nosotros es como una gota de agua. El hombre, por sí mismo, es tan pequeño dentro del universo… Con todo, está llamado a hacer resplandecer en él algo infinitamente superior: ¡el propio Dios! Siendo un reflejo de la luz divina, como criatura hecha a su imagen y semejanza, adquiere un brillo superior cuando las aguas bautismales se derraman sobre su cabeza: es el fulgor del estado de gracia. ¿Y qué hay de más bello que un alma en gracia?

Dios ilumina todo lo que vemos, sean las maravillas de la naturaleza o las virtudes de las almas santas. Todas las bellezas de esta Tierra son como espejos, en los cuales podemos admirarlo y crecer en el anhelo de verlo en el Cielo. El vasto y tempestuoso mar, por ejemplo, representa la grandeza divina; la garza blanca, su pureza; el amor de una madre, su bondad.

2.jpgNos enseña San Pablo: «Hoy vemos como por un espejo, confusamente; pero entonces veremos cara a cara» (I Cor 13, 12). No obstante, ¿cómo podremos llegar a ser un perfecto espejo del Sol de Justicia, límpido y sin ninguna mancha, para reflejar su imagen?

El amor, dice San Juan de la Cruz, 1 torna al amante semejante al amado. Es, pues, amando mucho a Dios que nos tornaremos semejantes a Él. Amando a Dios más que a nosotros mismos -lo que solo es posible con el auxilio de la gracia-, desearemos vivir conforme su Ley y seremos la «luz del mundo» (Mt 5, 14) preconizada por Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio. Así, podremos realizar en nosotros las palabras del Apóstol: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor y nos vemos transformados en esta misma imagen, siempre más resplandecientes, por la acción del Espíritu del Señor» (II Cor 3, 18).

Por la Hna. Adriana María Sánchez García, EP

(Del Instituto Filosófico y Teológico Santa Escolástica – IFTE)

In «Revista Arautos do Evangelho»- Nov 2014

1 Cf. SÃO JOÃO DA CRUZ. Subida del Monte Carmelo. L.I, c.4, n.3. In: Vida y Obras. 5.ed. Madrid: BAC, 1964, p.371.

 

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