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Fuentes de agua… y de algo más

Redacción (Martes, 07-07-2015, Gaudium Press) Fuente, Fontana o Fontaine en cualquier idioma, es un surtidor de agua maravilloso emparentado con el humilde pozo y el aljibe, pero que se eleva alegre, a veces con formas y movimientos rítmicos o naturales, produciendo una sensación que encumbra el pensamiento más arriba del propio salto de ella misma y nos invita a subir a un firmamento.

No se trata entonces de suministrar agua para el consumo sino de proporcionar al espíritu una forma de abstracción meditativa despejada y clara, una manera de pensar que no se hunde en profundas y oscuras elucubraciones como las de algunos filósofos del siglo XIX, sino que provee de fabulosas alas a la imaginación creativa, trasmitiendo calma y orden al corazón que la contempla. De hecho una fuente no se puede simplemente mirar, ese sería casi un irrespeto. La fuente de agua más se acerca a la escolástica que a otras filosofías de la vida, pues el salto intelectivo de esta siempre va en busca de Dios y no de atormentadas respuestas antropológicas que frecuentemente desasosiegan, confunden e inquietan.

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Fuente, delante de la Basílica Santa María la Mayor, Roma

Europa, especialmente los italianos, logró durante el barroco diseñar fuentes que manaban de pilas con formas de animales, escenas legendarias y otros recursos fabulosos que hicieron del paisaje alrededor un lugar casi paradisiaco. Se puede conjeturar que esa búsqueda de lo maravilloso a través del juego del agua, es un remanente aún vivo de lo que fue aquella felicidad perdida por el pecado y que el agua bautismal nos restituye, fuente amorosa del perdón que nos predispone a alzar el vuelo más allá del sol.

Fuentes que se elevan o se expanden formando cristalinas cubiertas, bajo las cuales se quisiera caminar o disfrutar un refrigerio y un descanso contemplando todo a la redonda, y que sin ser abrevaderos de la sed del cuerpo lo son de nuestro espíritu que como el ciervo anhela las corrientes de agua, haciendo suspirar por Dios el alma humana (Sal. 42)

Habérsele ocurrido al hombre hacer brotar el agua con movimientos rápidos, lentos, suaves o efusivos trazando en el aire ligeras figuras que absorben la atención y nos remonta a pensamientos elevados, chorros de agua en busca de armonía y consonancia no sólo con el paisaje sino sobre todo con el alma que contempla embebecida, no pudo ser solamente creatividad inteligente sino un regalo de la revelación de la gracia de un Dios que se nos ofrece en todo a nuestro alrededor para prepararnos a aquella contemplación eterna de la Visión Beatífica. Pasar indiferente ante una fuente de esas sin detener un poco al menos la mirada, puede fácilmente ayudarnos a medir el poco quilate de una alma empobrecida.

¡Cuánto ganarían las exasperantes ciudades de este mundo llenándose de fuentes para sacarnos de nosotros mismos, de ese ensimismarse humano a veces depresivo y torvo que fatiga el alma. Para confirmarlo, baste ver la alegría inocente de un niño trascendiendo más que observando esa agua en fuente, que parece hablarle y a la que él también escucha atentamente, pues hasta el sonido de las fuentes siempre dice algo.

Por Antonio Borda

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