miércoles, 27 de noviembre de 2024
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Una vida más suave

Redacción (Lunes, 08-06-2015, Gaudium Press) ¡»Quien no vivió en el siglo XVIII, antes de la Revolución, no conoció la dulzura de vivir y no puede imaginar cuánto es posible tener felicidad en la vida»! 1 Famosa se tornó esta frase de Talleyrand, refiriéndose a la Revolución Francesa, que cayó por tierra, entre muchas otras cosas, como el respeto y la afabilidad predominantes en el relacionamiento humano hasta entonces.

De manera análoga, también se podría decir que no conoció la serenidad quien no vivió antes que la sociedad fuese marcada a fondo por los desarrollos tecnológicos que derivan de la Revolución Industrial, que cambió la fisionomía del mundo.

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De hecho, en épocas anteriores se tenía tiempo para conversar y pensar, para largos períodos de distensión y despreocupación. Cuando, sin embargo, la producción económica, la máquina y la técnica se sobrepusieron a los valores del espíritu, el mundo se tornó ansioso por tener, hacer, comprar, consumir, correr…

Las lentitudes que permitían experimentar los deleites de una existencia calma y equilibrada dieron lugar a una incesante codicia.

En un mundo ahora transformado en inmensa «aldea global», la inundación de informaciones inmediatas y transmitidas de forma fragmentaria, como en relámpago, excitan y provocan agitación. El ritmo de los acontecimientos se torna frenético. Ya no se tiene tiempo para nada y el lema es ser fast: en la comida, en el relacionamiento, en la locomoción.

El retorno a una vida más «slow»

Entretanto, cuando la victoria de la velocidad y del frenesí parecía haber alcanzado todos los aspectos de nuestro cotidiano, se levantan aquí y allí gritos de revancha del buen sentido, visando restablecer la ciudadanía del mundo ‘slow’…

Así, en el ocaso del acelerado siglo XX, en 1999, surge en Orvieto una asociación internacional denominada Cittaslow, que pretende recuperar la identidad propia y las especificidades de cada territorio, a fin de promover para sus habitantes una mejor calidad de vida, con una particular atención a la cultura de la alimentación y del buen vivir.

A pesar de reconocer que la globalización puede ser útil para la difusión del comercio y de la cultura, Cittaslow afirma que tal fenómeno tiende a achatar las diferencias y a olvidar las características peculiares de cada realidad singular, proponiendo modelos medianos que no pertenecen a nadie y generan, inevitablemente, la mediocridad.

En Italia, Alemania, Polonia, Noruega, Inglaterra y Brasil ya existe una red propia del movimiento, pero ciudades de otros países, como Francia, España, Australia y Japón, también se adhirieron a la iniciativa. Para ser una Cittaslow, la ciudad debe poseer hasta 50 mil habitantes y precisa atender a, por lo menos, 50% de los criterios de una lista con 60 ítems.

Cittaslow nació inspirada en otro movimiento, la Slow Food, asociación surgida en oposición al concepto de Fast Food y al estilo de vida rápido, y pretende defender la legítima gastronomía y el placer de una agradable y tranquila convivencia en la mesa. Ella extiende su actividad desde el campo agrícola a la cocina, proponiendo un modelo de desarrollo sustentable, donde prevalece el respeto por la biosfera y la sociosfera, con base en el uso responsable de los recursos naturales y los valores culturales.

Tal modo de vida slow – se habla también en Slow Schools, Slow Tourism, Slow Aging… – se caracteriza por el deseo de un retorno a los ritmos más lentos y humanos, que permitan combatir el stress, la presión para alcanzar objetivos concretos y artificiales, y la prisa generalizada que marca nuestro día a día.

Este regreso a la mentalidad de una vida más lenta y orgánica nos recuerda un viejo dicho francés: ¡»Chassez le naturel, il revient au galop – Retirad lo que es natural, él retorna al galope»!

Compuesto de materia y espíritu, necesita el hombre de un ritmo de vida más tranquilo para disfrutar de ciertos placeres del alma que las velocidades desordenadas no permiten siquiera vislumbrar. La buena conversación o la contemplación, por ejemplo, solo son viables en un contexto desprovisto de agitación.

El silencio, tantas veces tan elocuente, es hermano de la serenidad y del recogimiento, y en él Dios acostumbra encontrarse con los hombres.

El ejemplo de Jesús

En varios episodios narrados por los Evangelios, Jesús se retiraba para rezar, huyendo de las turbas y del bullicio: «Y despedido que fue el pueblo, se retiró al monte para orar» (Mc 6, 46);

«Jesús se retiró a una montaña para rezar, y pasó ahí toda la noche orando a Dios» (Lc 6, 12).

Dice San Juan Crisóstomo que el Divino Maestro así hacía «para enseñarnos a descansar, en todo momento, del alboroto y el ruido, pues la soledad es conveniente para la meditación. […] quien se aproxima a Dios necesita alejarse del ruido y buscar tiempo y lugar distante del tumulto». 2

«Jesús, en el Evangelio» – afirma Cantalamessa – «nunca da la impresión de estar asfixiado por la prisa. A veces, hasta pierde tiempo: todos lo buscan y Él no se deja encontrar, tan absorto está en la oración. […] Si la lentitud tiene connotaciones evangélicas, es importante dar valor a las ocasiones de descanso o de demora que están distribuidas a lo largo de la sucesión de los días. El domingo, las fiestas, si bien utilizadas, permiten cortar el ritmo de vida demasiado excitado y establecer una relación más armónica con las cosas, las personas y, sobre todo, consigo mismo y con Dios». 3

¡Cuántos beneficios puede traernos la lentitud, y en cuántas circunstancias! ¡Cuán saludable puede ser ella para el buen relacionamiento entre los hombres, y el de estos para con Dios!

Ojalá pueda el mundo contemporáneo reconquistar una vida más slow, en la certeza de que no sirve desgastarse y correr tanto para obtener bienes materiales sin cuenta, relegando al olvido principios y virtudes.

Todo eso pasa y lo que realmente tiene valor son las riquezas del espíritu que perduran en la vida eterna, donde, es más, ¡no hay reloj!…

Por la Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP
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1 – TALLEYRAND-PÉRIGORD, Charles-Maurice. La confession de Talleyrand. Paris: L. Sauvaitre, 1891, p.57.
2 – SÃO JOÃO CRISÓSTOMO. Homilía XLII, n.1. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (30-60). Madrid: Ciudad Nueva, 2001, v.II, p.137.
3 – CANTALAMESSA, OFM Cap, Raniero. Echad las redes. Reflexiones sobre los Evangelios. Ciclo B. Valencia: Edicep, 2003, p.259.
(in Revista Arautos do Evangelho dez 2014)

 

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