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El amor a Dios, acto principal de la caridad

Redacción (Martes, 10-07-2012, Gaudium Press) La excelencia de la caridad sobre las otras virtudes consiste, y de manera especial, en la razón del objeto material primario al cual se relaciona, o sea, el propio Dios, con el cual nos unimos.1 Además, su objeto se extiende por dos aspectos – a nosotros mismos y al prójimo -, pero siempre en función de Dios:

Dibujo.jpg«El objeto material sobre el que recae la caridad lo constituye primariamente a Dios, y secundariamente a nosotros mismos y todas las criaturas racionales que llegaron o pueden llegar a la eterna bienaventuranza, y también, en cierto modo, todas las criaturas, como son ordenables a la gloria de Dios». 2

En su dimensión fundamental – el amor a Dios en Sí mismo -, la caridad es definida por Santo Tomás como una «amistad del hombre hacia Dios»:

«[…] Ya que hay una cierta comunión del hombre con Dios, por el hecho que Él nos torna participantes de la bienaventuranza, es preciso que una cierta amistad se funde sobre esta comunión. […] El amor fundado sobre esta comunión es la caridad. Es, pues, evidente que la caridad es una amistad del hombre hacia Dios». 3

Agrega también el Doctor Angélico que, para tener una amistad verdadera, es preciso que el amor sea recíproco:
«Según Aristóteles, no es cualquier amor que realiza la noción de amistad, sino solamente el amor de benevolencia, por el cual queremos el bien para quien amamos. […] Entretanto, la benevolencia no es suficiente para constituir una amistad, es preciso que haya reciprocidad de amor». 4

Esa reciprocidad de amor es un punto dominante en el dinamismo de la caridad. Desde antes de la existencia del mundo, el amor de Dios fue derramado sobre nosotros con abundancia – «en la voluntad, el amor y el corazón de Él, yo estuve siendo amado por Él desde toda la eternidad». 5

Además de crearnos, Dios está constantemente sustentándonos en el ser; nos hace participar de su propia naturaleza y nos llena de favores y gracias. También, Él arde en anhelos por nuestra salvación, para, en el Cielo, gozar eternamente de su convivencia en una felicidad eterna: «Nosotros estaremos llenos de alegría cuando entremos al Cielo, pero Dios también estará contentísimo por ver que, al final, el plan eterno de Él a mi respecto se realizó. ¡Y la alegría de Él será mayor que la nuestra, porque Él nos ama, Él nos quiere!». 6

¿Cómo retribuir a Dios esta infinitud de amor y dilección manifestada por nosotros? Dice un adagio: «Amor con amor se paga». Por tanto, Él solamente busca nuestra correspondencia de amor; lo que Él más desea es que también lo amemos.

«El amor es la único entre todas las tendencias, sentidos y afectos del alma, con el cual la criatura puede responder a su Autor, no con plena igualdad, pero sí de una manera muy semejante. […] Pues cuando Dios ama, no desea otra cosa sino que le amemos; porque no ama para otra cosa sino para ser amado, sabiendo que basta el amor para que sean felices los que se aman». 7

Y es este amor el acto principal de la caridad, el cual presenta dos formas características: el amor afectivo y el amor efectivo. Entre ambos, el más importante y fundamental es el amor afectivo, pues se trata del ejercicio directo e inmediato de la virtud de la caridad considerada en sí misma, consistiendo en el propio amor a Dios, tal como brota de la voluntad informada por el hábito infuso de la divina caridad. 8

Es un amor lleno de complacencia y afecto, produciendo descanso y un gozo fruitivo en la voluntad. Esto pasa, porque, dado que el amor es un movimiento de la voluntad de buscar el bien, cuando lo encuentra, se llena de alegría y emoción. Ahora, Dios es el Supremo Bien, en cuya contemplación el alma «siente frémitos e ímpetos de alegría sin igual por el placer que tiene de mirar los tesoros de las perfecciones del rey de su santo amor».9

Tomado por ese amor, el alma suspira en deseos de estar con el Amado y de alcanzar una plena y definitiva unión con Él. Entretanto, difícilmente en este valle de lágrimas él podrá saciar este anhelo, esperando, por esta razón, la vida eterna.

«El corazón, pues, que en este mundo no puede ni cantar ni escuchar las alabanzas divinas a su gusto, entra en deseos sin igual de ser liberado de los lazos de esta vida para ir a otra donde se alaba tan perfectamente al bien amado celestial, y, habiéndose esos deseos apoderado del corazón, se tornan tan poderosos y presionados en el pecho de los amantes sagrados, que, prohibiendo cualquier otro deseo, pone en desagrado todas las cosas terrenales, y vuelven al alma toda desfallecida y enferma de amor; e incluso esa pasión progresa a veces tanto, que, si Dios lo permite, se muere de ella».10

Dibujo3.jpgEntretanto, es saludable tener bien presente que el amor no se traduce solamente en las alegrías y consuelos espirituales internos que de él dimanan, sino exige que tenga una comprobación manifestada en obras, pues, de lo contrario, correría el riesgo de ser un amor romántico, basado puramente en sentimientos. Su perfección solo se completa con la otra forma de amor, que es el eficaz.

«El amor verdadero no va unido necesariamente a esas dulzuras y consolaciones sensibles, aunque puede ayudarse de ellas cuando aparecen espontáneamente como un regalo de Dios. La piedra de toque del verdadero amor consiste en el ejercicio de las virtudes: «El amor – dice San Gregorio – tiene que comprobarlo con las obras».11

Así, el amor eficaz presenta dos corolarios: el cumplimiento de la ley divina y la perfecta conformidad de nuestra voluntad con la de Dios. 12

Esta conformidad de nuestra voluntad con la de Dios, debe ser entera y amorosa. Ejemplo de eso fue el piadoso Job que, habiendo sido probado al máximo, perdiendo todos sus bienes, familiares y amigos, se conformó con la voluntad de Dios, diciendo: «Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré. ¡El Señor me dio, el Señor sacó: bendito sea el nombre del Señor! Como fue del agrado del Señor, así sucedió» (Jn. 1, 21).

En cuanto a la ley divina, ella debe ser practicada por puro amor, o sea, necesita ser cumplida para agradar a Dios y no por el interés que podría proporcionar la recompensa eterna; podría no haber Cielo ni infierno, pero el alma continuaría amando y temiendo a Dios.

Donde la importancia del primer mandamiento, que, en el Decálogo, ocupa un lugar prominente sobre los otros nueve, debiendo, por eso, ser practicado con un celo mayor. De lo contrario, los demás sufrirían una conmoción, ocasionando serias consecuencias tanto en el desarrollo personal, como en el social. Mons. João Clá confirma lo arriba dicho:

«[…] El Primer Mandamiento es el más importante de todos, y es el que nos da la posibilidad de comprender bien todos los otros. La práctica del Primer Mandamiento de la Ley de Dios es fundamental, y esa práctica nosotros tenemos que realizar desde el momento en que nos despertamos hasta el momento en que vamos a dormir, constantemente debemos estar con nuestro pensamiento, nuestra preocupación y nuestro amor colocado en las cosas de Dios».13

Por Emelly Tainara Schnorr

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1 Cf. ROYO MARIN, Antonio. Teología de la perfección cristiana. Op. cit. p. 126.

2Ibid. p. 511.

3 «[…] Sit aliqua communicatio hominis ad Deum secundum quod nobis suam beatitudinem communicat, super hac communicatione oportet aliquam amicitiam fundari. […] Amor autem hac communicatione fundatus est caritas. Unde manifestum est quod caritas amicitia quaedam est hominis ad Deum» (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Summa Theologiae. II-II, q. 23, a. 1).

4 «Secundum Philosophum, in VIII Ethic., non quilibet amor habet rationem amicitiae, sed amor qui est cum benevolentia: quando scilicet sic amamus aliquem ut ei bonum velimus. […] Sed nec benevolentia sufficit ad rationem amicitiae sed requiritur quaedam mutua amatio: quia amicus est amico amicus. Talis autem mutual benevolentia fundatur super aliqua communicatione» (Loc. cit).

5 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da 4ª feira, da XIV Semana do Tempo Comum. Caieiras, 9 jul. 2008. (Arquivo IFTE).

6 Loc. cit.

7 «Solus est amor ex omnibus animae motibus, sensibus atque affectibus, in quo potest creatura, etsi non ex aequo, respondere Auctori, vel de simili mutuam rependere vicem. […] Nam cum amat Deus, non aliud vult, quam amari: quippe non ad aliud amat, nisi ut ametur, sciens ipso amore beatos, qui si amaverint» (SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Sermones sobre el Cantar de los Cantares. In: Obras completas. Madrid: BAC, 1987. Vol. V. p. 1030).

8 Cf. ROYO MARIN, Antonio. Teología de la caridad. Op. cit. p. 219-220; 231.

9 SAN FRANCISCO DE SALES.

10 Ibid. p. 274.

11 ROYO MARÍN, Antonio. Teología de la caridad. Op. cit. p. 232.

12 Cf. Ibid. p. 233-242.

13 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da 4ª feira, da III Semana da Quaresma. Caieiras, 12 mar. 2008.

 

 

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