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Wolfgang Amadeus Mozart: inmortal genio musical, amigo de Dios

Redacción (Lunes, 21-05-2012, Gaudium Press) Se diría que Dios tiene sus «caprichos». A veces, concentra cuántos talentos, gracias y dones en un solo hombre. Los genios marcan la Historia con su gloria que, en último análisis, procede de la gloriosa bondad divina. Así sucedió en la Historia de la Música con Wolfgang Amadeus Mozart.

Dibujo.jpgEl «niño-prodigio» – como dicen los alemanes, der Wunderknabe – irrumpió desde temprano con su increíble talento musical en el mundo barroco de Salzburgo. Con seis años, coronado con «su peluca y su espadita apretada a la cintura» – como recordaba Goethe – deslumbró a toda Europa.

Se cuenta que, con apenas seis años ya tocaba violín, clavo y órgano. Entre un concierto en otro, Mozart se dejaba infantilmente deslizar en el piso encerado del Palacio Imperial de Hofburg, en Viena. En uno de los divertidos recorridos, tropezó con una de las princesas de la Casa de Habsburg. La niña de solo 11 años lo ayudó a levantarse. La gentil princesa se llamaba María Antonieta, más tarde, Reina de Francia [1].

Viena, París, Londres, Roma, en todas partes, plateas entusiasmadas lo aclamarían. Cada ciudad era obsequiada con la improvisación de una melodía.

Innúmeras son las narraciones de hechos que certifican su portentoso genio musical. Todavía niño, Woferl – como era apodado – dictaba a su padre minuetos espirituosos. Asistía a conciertos que duraban horas, y de regreso al hogar, los reconstituía de memoria en el piano.

A los 13 años, su primera ópera

A los 13 años, Mozart compuso su primera ópera, titulada Sebastián y Sebastiana. La siguieron más de 50 sinfonías, 20 óperas, 20 misas para orquesta, coro y solistas, innúmeros conciertos. Aún no se definió el inventario general de sus composiciones, muchas de ellas escritas en brevísimo tiempo. Sin revisión, las entregaba a un copista para ser impresas y ejecutadas. Escribió, por ejemplo, de improviso, la apertura de su ópera Don Giovanni, dándola a los instrumentistas veinte minutos antes del estreno, cuando ya «calentaban» y afinaban los instrumentos.

Dotado de una inteligencia vivísima, hablaba y escribía correctamente el latín, alemán, francés, italiano e inglés. Ennoblecido por el ambiente aristocrático, se vestía siempre con pulcritud y elegancia, costumbre conservada desde la infancia, sabiendo admirar obras que no eran de su autoría. Católico, al oír el cántico Gregoriano, Mozart afirmó: «Daría toda mi obra para haber escrito el ‘Prefacio’ de la Misa Gregoriana».[2]

Sus dos más famosas óperas pueblan los escenarios de los grandes teatros: La flauta mágica y Don Giovanni, cuyas partituras melodiosas entusiasman a los oyentes, pero constituyen el terror de los regentes y solistas que tienen que verse con ellas…

Una de sus últimas obras, escuchada y comentada recientemente por el Papa, merece especial atención. Cayendo enfermo en Praga, no recobró más perfecta salud. Todavía, relatos posteriores lo muestran de vuelta en Viena comprometido en ritmo intenso de trabajo, envuelto con la finalización del Réquiem y asombrado con premoniciones de la muerte. No se sabe ciertamente el límite entre la leyenda y la realidad en las descripciones de los últimos días de Mozart. Aunque, enfermo, continuaba escribiendo varias cartas donde demuestra un humor jovial [3].

En noviembre de 1791, nuevamente enfermo, se recogió en el lecho. Al inicio de diciembre su salud parecía mejorar, y pudo cantar partes del Réquiem inacabado con algunos amigos. Agravándose su estado, en torno de la una de la mañana del 5 de diciembre, expiró.

Sobre el «máximo músico», comenta el Papa, «todas las veces que escucho su música no puedo dejar de recordar a mi iglesia parroquial, donde, cuando yo era joven, en los días de fiesta, era ejecutada una ‘Misa’ suya: en el corazón yo sentía que un rayo de la belleza del Cielo me había alcanzado».

«En Mozart todo es armonía perfecta, cada nota, cada frase musical es así y no podría ser de otra forma; también los opuestos están reconciliados y la Mozart’sche Heiterkeit, la ‘serenidad mozartiana’ todo envuelve, en cada momento. Se trata de un don de la Gracia de Dios, pero es también el fruto de la fe viva de Mozart, que – sobre todo con su música sacra – consigue hacer trasparecer la respuesta luminosa del Amor divino, que da esperanza, también cuando la vida humana es dilacerada por el sufrimiento y la muerte»[4].

Mozart murió joven, con 35 años. Si es verdad que el amor de Dios crea e infunde la bondad en la criatura y todo en último análisis tiene origen en el Autor del Universo, fue por causa de este amor infinito que Mozart muerto es «inmortal»[5].

Amor que se refleja inclusive en el nombre. Bautizado con el nombre Theophilus, prefería ser llamado en sus versiones francesa o germánica, Amadé o Gottlieb, o todavía en la forma latina, Amadeus, más próximo de la traducción portuguesa.

Por Marcos Eduardo Melo dos Santos

 

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[1] Cf. PAHLEN, Kurt. História Universal da Música. São Paulo: Melhoramentos, 1965.

[2] Cf. DANIEL-ROPS, Henri. A igreja das Catedrais e das Cruzadas. V. III. São Paulo: Editora Quadrante, 1993, p. 429.

[3] Cf. DANIEL-ROPS, Henri. A igreja das Catedrais e das Cruzadas. V. III. São Paulo: Editora Quadrante, 1993, p. 429.

[4] BENTO XVI. Discurso no final do Concerto oferecido pela Pontifícia Academia de Ciências. Castel Gandolfo. 7 set. 2010. Disponível em: www.vatican.va

[5] Cf. Suma Theologiae. 1,20,2 in THOMAE AQUININATIS. Summa Theologiae. Opera Omnia. Coord. Roberto BUSA. t. 3. Torino: Aloisianum: 1980.

 

 

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