jueves, 28 de noviembre de 2024
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Belleza relativa, Belleza absoluta, belleza mística y la Vía del “Flash”: camino privilegiado para llegar a Dios

Redacción (Lunes, 30-07-2012, Gaudium Press) Desde sus inicios lejanos y ya míticos, la filosofía greco-occidental discernió la eficacia del camino de la belleza para llegar al Absoluto, teniendo desde ese entonces conciencia de la necesidad habida por todos, de ir caminando hacia la Perfección Total y Absoluta que es Dios. Es el sendero del contemplar admirativa y generosamente la belleza presente en la creación para llegar al Creador.

«Empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos, de dos a todos los cuerpos bellos y de los bellos cuerpos a las bellas normas de conducta, y de las bellas normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de éstas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí», es lo que nos dice maravillosamente Platón en ‘El Banquete’.

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Contemplando un atardecer….

«Teniendo como fin esa belleza en cuestión»… el hombre, aunque no lo perciba con claridad, siempre anhela ir tras esa Belleza Superior. Los instintos del hombre no son solo los ‘básicos’, sino que -como enseña la psicología católica- hay un instinto primordial rumbo a la Verdad, la Bondad y la Belleza, en sí mismas consideradas.

Así, el ‘pulchrum’ de las cosas bellas en la Creación se convierte en una escala para llegar a la Belleza Absoluta. Es la belleza de un avecilla que a cualquier momento se cruza por nuestras sendas, de un lindo atardecer con el que nos deparamos en uno de nuestros viajes, del conjunto de las aves y del conjunto de los atardeceres que hemos tenido la fortuna de haber contemplado y haber guardado en la memoria, es la belleza de un gesto heroico, es particularmente la belleza de la virtud que hemos visto, las que contempladas con espíritu admirativo, nos dan lo que Platón llama fastuosamente como la Ciencia de la Belleza Absoluta.

Es una «Belleza que se identifica con Dios», afirma Ángel González -en ‘Ser y Participación’ (EUNSA 2001)- comentando el texto platónico de El Banquete. «Efectivamente, la Belleza eterna y subsistente, que es también el Sumo Bien y la Verdad Absoluta, no puede ser otra cosa que Dios, como puede deducirse del mismo carácter de iniciación religiosa que permea esas páginas platónicas. (…) Repárese también en que la Belleza en sí, el ‘máximum’ de Belleza no es el pináculo de la serie de las cosas más o menos bellas, sino que está fuera y separada de las cosas, es decir, no es un superlativo relativo sino en todo caso un superlativo absoluto, o mejor, la Belleza absoluta, total e independiente», continúa.

Entretanto, el camino de «iniciación religiosa» a través de la belleza esbozado por Platón, no podría ser completo si en él en determinado momento no entrase la gracia divina. Si es un camino querido por Dios, también debe ser bendecido por Dios. Y bendecido significa particularmente regado con la gracia divina. Eso es justamente lo que afirmaba Mons. Juan Clà Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, cuando es sus múltiples palestras hablaba de lo que él llamaba la vía del ‘flash’ a partir de la contemplación del orden creado.

Constataba Mons. Juan que en múltiples ocasiones, y a partir de un ser creado particularmente bello, el alma recibe una ‘iluminación’ interior por la cual ‘siente’ algo del propio Dios. Siguiendo la escuela de Plinio Corrêa de Oliveira a este fenómeno lo llamaba ‘flash’ y buscaba su explicación en la teología católica: «Lo que el flash tiene de esencial es la gracia mística. Esa gracia mística difiere de la gracia común, que es la gracia cooperante. Esa gracia cooperante no nos da una ‘experiencia de Dios’. [Por el contrario] La gracia mística es operante y nos da una experiencia de quien es Dios. Es Dios que se presenta a nosotros en la gracia mística, diciendo: ‘Yo soy así. ¿Usted me acepta?’ «.

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Contemplando el rostro de un niño…

Es ese algo ‘especial’ que nos viene -junto a una característica alegría y renovada fuerza interior-, cuando contemplando por ejemplo el rostro limpio y puro de un infante percibimos claramente como es linda y apreciable la inocencia, la virginidad, el candor. Es eso que ocurre una tarde cualquiera cuando salimos a hacer el ejercicio rutinario al parque, y ‘sentimos’ con feliz delectación la maravilla que es el poner de sol, justo en el instante en que un rayo de luz de tonalidad dorada baña con brillo nobilitante aquel robusto pino del camino. Y tras esa ‘visión’ de aquel atardecer, percibimos que realmente Dios sí merece que le amemos sobre todas las cosas, sí es justo que cumplamos todos los otros mandamientos, y sentimos una fuerza especial para hacerlo.

Según afirma Mons. Clà los hombres, particularmente los bautizados, reciben miríadas y miríadas de ‘flashes’ a lo largo de su vida, que en ocasiones encuentran campo propicio para fecundar el alma, pero que en otras rebotan de corazones blindados por el egoísmo, corazones que se han hecho refractarios a estas gracias de orden místico.

Sin embargo, los ‘flashes’ siguen golpeando una y otra vez las puertas del alma refractaria, hasta que un feliz día «un ‘flash’ bien aceptado, bien correspondido, un primero, [es seguido de] un segundo, un tercero, un quinto, y cuanto más yo voy progresando en la correspondencia a los ‘flashes’ que me son dados, más yo voy restaurando mi inocencia».

«Si ella [el alma] dice ‘sí, yo quiero’, ¿qué ocurre? Mucho de la ceguera se diluye, las cataratas caen de los ojos, y la persona pasa a ver con nueva perspectiva toda su vida», dice Mons. Juan. Es decir, la aceptación de la persona a ese llamado celeste a contemplar a Dios en la belleza de la Creación, habilita una vez más en su espíritu ese camino maravilloso, que es la unión con el Absoluto por la Vía del Pulchrum, la Vía de la Belleza.

Entretanto, es importante afirmar que es esa sobre todo una vía de gracia, una vía del Espíritu Santo, una vía en la que dependemos completamente de la bondad de Dios y de las gracias que Él con su generosidad quiera darnos. Y por tanto, cuando un feliz día seamos objeto de un ‘flash’, no podemos pensar en otra cosa sino en agradecer la bondad y la misericordia de Dios. De esa manera no nos apropiaremos de los ‘flashes’, remitiremos sus riquezas al Creador del Universo, y siendo así gratos, daremos ocasión para que Dios nos envíe más y más flashes, que terminan siendo fortaleza para enfrentar las luchas de esta vida, rumbo al cielo.

Por Saúl Castiblanco

 

 

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