lunes, 25 de noviembre de 2024
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¿Cuál es el "secreto" por el cual algunos tienen fruto en el apostolado que hacen y otros no?

Redacción (Lunes, 31-07-2018, Gaudium Press) El «secreto» al que se refiere el título de esta materia es aquí revelado en un artículo extraído de un libro (1) escrito por Monseñor João Clá Dias, EP, que transcribimos a continuación:

Si queremos ser sal de la tierra y luz del mundo, tenemos que ser íntegros…

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El Evangelio expresa con mucha claridad la obligación de cuidar de nuestra vida espiritual no solo por el deseo de la salvación personal. Sin duda, es necesario abrazar la perfección para contemplar al Creador cara a cara por toda la eternidad en el Cielo, el más precioso don que podamos obtener; y precisamos ser virtuosos, porque lo exige la gloria de Dios, para tal fuimos creados y de eso prestaremos cuentas.

¡Entretanto, Nuestro Señor nos quiere santos también con vistas a ser sal y luz para el mundo!

Como sal, debemos empeñarnos en hacer bien a los demás, pues tenemos la responsabilidad de tornarles la vida apacible, sustentándolos en la fe y el propósito de honrar a Dios. Son ellos creedores de nuestro apoyo colateral, como miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Y seremos luz en la medida en que nos santificamos. De este modo, nuestra diligencia, aplicación y celo en el cumplimiento de los Mandamientos servirá al prójimo de referencia, de orientación, por el ejemplo, haciendo que él se beneficie de las gracias que recibimos.

Así, seremos acogidos por Nuestro Señor, en el día del Juicio, con estas consoladoras palabras: «En verdad Yo os declaro: ¡todas las veces que hicisteis esto a uno de mis hermanos más pequeños, fue a Mi mismo que lo hicisteis!» (Mt 25, 40).

Al contrario, si soy orgulloso, egoísta o vanidoso, si solamente me preocupo en llamar la atención sobre mí, significa que me convertí en una sal que ya no sala más, y privo a los otros de mi amparo; si soy perezoso, significa que apagué la luz de Dios en mi alma y ya no proporciono la iluminación que muchas personas necesitan para ver con claridad el camino a seguir. Y debo prepararme para oír la terrible condenación de Jesús: «En verdad Yo os declaro: todas las veces que dejasteis de hacer eso a uno de esos pequeños, fue a Mí que lo dejasteis de hacer» (Mt 25, 45).

En última análisis, tanto la sal que no sala cuanto la luz que no ilumina son el fruto de la falta de integridad. El discípulo, para ser sal y para ser luz, debe ser un reflejo fiel de lo Absoluto, que es Dios, y, por tanto, nunca ceder al relativismo, viviendo en la incoherencia de ser llamado a representar la verdad y hacerlo de forma ambigua y vacilante.

Procediendo de esta manera, nuestro testimonio de nada vale y nos tornamos sal que solo sirve «para ser tirada y ser pisada por los hombres». Quien convence es el discípulo íntegro que refleja en su vida la luz traída por el Salvador de los hombres.

Pidamos, pues, a la Auxiliadora de los Cristianos que haga de cada uno de nosotros verdaderas antorchas que arden en la auténtica caridad e iluminan para llevar la luz de Cristo hasta los confines de la Tierra.

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(1)(Compartilhado da coleção «O inédito sobre os Evangelhos», de autoría do Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, Libreria Editrice Vaticana, 2013, vol. II, p. 65-67.)

 

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