lunes, 25 de noviembre de 2024
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Relacionamiento humano con trascendencia espiritual

Redacción (Domingo, 29-04-2018, Gaudium Press) Alguna vez el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira aconsejó a sus discípulos que para un buen relacionamiento tuvieran en cuenta tratar de no intimar mucho, pues a toda persona vista muy de cerca se le notan los defectos y el demonio pone una lupa en ellos; o el mismo amor propio nuestro comienza a prenderse de pequeñeces y a exagerarlas por razones fútiles hasta dañar la imagen arquetípica que tenemos del otro. Sin embargo, cuando por razones especiales hemos descubierto ya los defectos de otro, el pudor, la caridad cristiana, el respeto a la dignidad ajena, nos manda disimular y como que absolver. Es lo que hizo Cristo Nuestro Señor con sus discípulos, decía Dr. Plinio; Nuestro Señor conocía perfectamente y sobrellevaba amorosamente aquellas contingencias humanas de ellos sin reproches ni amarguras. Esto es la base del Cristianismo auténtico. El resto son imitaciones vacuas que el liberalismo laico llama fraternidad, filantropía o solidaridad, sensibilidades más próximas del animal que del ángel que todos llevamos dentro, y que se degastan naturalmente porque le hacen falta el alimento sobrenatural de la gracia de Dios.

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Tratar a los otros por su cualidades…

Cuando recién conocemos a otra persona tendemos a idealizarla y sintonizarnos con las buenas cualidades de ella sin reparar mucho en los defectos. Basta que la persona esté muy agradablemente vestida, que tenga un seductor timbre de voz, buenas amistades, que traiga cierta fama o prestigio de algo, que haya tenido con nosotros una amabilidad, etc. y ya estaremos predispuestos para establecer una buena relación. Pero en algún momento todo eso puede comenzar a contrastar con los defectos que se van descubriendo y comienza una lucha interior en nuestras almas para sobrellevar con esfuerzo la relación que antes era solamente ligera y agradable.

El mundo pagano se caracterizaba por la brutalidad en el trato. Era la ley del más malandrín, el más agresivo y el de más poder. El respeto se basaba en el temor o el interés personal. Fue el cristianismo el que modificó el relacionamiento humano basado en la caridad, la admiración y la gratitud cuya práctica nos cuesta mucho trabajo y nos es ardua pero precisamente es en eso que Jesús nos prometió ayudarnos si le pedimos con humildad su apoyo: «Sin Mí nada podéis». (Jn 15, 1-8)

Tampoco es conveniente conocernos demasiado a nosotros mismos si no estamos preparados para tratarnos con mansedumbre y calma, porque hay etapas de la vida espiritual en que percibimos nuestra intrínseca maldad, nos desesperamos y desanimamos, con lo cual podemos resentirnos, llenarnos de rencor y odio diabólico hacia nosotros mismos hasta volvernos insociables y comenzar a tratar a todo mundo desde el caverna de nuestra propia auto-decepción.

Aconsejó también pedir la gracia de buscar ver siempre la parte bella y dorada de las cosas y de la gente, así nos toque poner la otra mejilla, dar la túnica si nos piden la capa prestada y acompañar dos millas al que nos pida el favor de acompañarlo una. (Lc 6, 29) Solamente pidiendo la gracia de ver siempre la parte bella de las cosas y de las personas, podremos convivir en paz, no importa que percibamos que la otra persona ya conoce nuestros defectos, e incluso nos está tratando con base en ellos.

Por Antonio Borda

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