lunes, 25 de noviembre de 2024
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¿Por qué la devoción a Nuestra Señora es necesaria?

Redacción (Jueves, 10-10-2019, Gaudium Press) San Luis María Grignion de Montfort escribe el Capítulo I del Tratado de la Verdadera Devoción, titulado «Necesidad de la devoción a la Santísima Virgen», para demostrar que la devoción a Nuestra Señora es necesaria.

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¿En qué sentido él dice esto?

¿Qué es «necesidad»: Dios precisa de María?

Busquemos explicar la tesis del Santo.

Se debe leer el capítulo con mucha atención para comprender donde San Luís desea llegar. Para tratar de la necesidad de esa devoción, él hace un preámbulo y después desarrolla la demostración.

En ese prólogo, establece cuál el alcance de la palabra «necesidad».

No se trata de decir que Dios precise absolutamente de Nuestra Señora para salvar las almas.

Siendo omnipotente y perfecto, Él no precisa de modo absoluto de nadie.

Así, podría Él haber creado una situación donde Nuestra Señora no existiese y las almas se salvasen, pues, Dios está por encima de todo.

La necesidad que tenemos de Nuestra Señora

La necesidad de María en la vida espiritual es, pues, de otro género.

Una vez que Dios la creó, dándole, por un acto libérrimo de su voluntad, determinadas perfecciones y atribuciones, entre las cuales la mediación universal, la devoción a Ella es necesaria.

En otras palabras, la Iglesia Católica no sustenta que Dios precise de Nuestra Señora, pero afirma lo siguiente:

Dios quiso que Ella fuese necesaria a nuestra salvación, y así lo dispuso por una determinación de sus superiores designios.

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Suma Importancia de la Encarnación de Jesús

La demostración que San Luis Grignion hace de la necesidad de la devoción a Nuestra Señora está basada en el papel que Ella tuvo en la Encarnación. Vamos, antes que nada, impostar bien el asunto.

La primera tesis que debemos recordar es la de la suma importancia de la Encarnación en la obra de la Creación.

Los teólogos discuten entre sí un punto a este respecto.

Dicen algunos que, si el hombre no tuviese pecado, el Verbo Eterno no habría tomado nuestra carne; otros afirman que la Encarnación se habría dado incluso sin la culpa original.

De ahí concluyen los primeros que, aunque haya sido un mal, el pecado de Adán importó en una ventaja para el hombre; por eso la Liturgia canta en el Sábado Santo:

Felix culpa… – «¡Oh culpa feliz que nos mereció un tal Redentor!». Quiere decir, sin el pecado de nuestros primeros padres, no tendríamos la felicidad de poseer al Salvador.

De un modo o de otro, ya sea se admita esta o aquella tesis, debemos reconocer que la Encarnación del Verbo no es un episodio entre otros de la Historia de la humanidad, sino, como la Redención, un hecho culminante.

Siendo Dios Aquel que es, excepción hecha de la generación del Verbo y la procesión del Espíritu Santo, nunca pasara nada que, de lejos, pudiese ser tan importante como la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Se trata de un hecho relacionado con la propia naturaleza divina, y todo lo que dice respecto a Dios es incomparablemente más importante que todo lo que se refiere al hombre.

La Encarnación de Dios a todo trasciende en importancia, y a ella se une, de modo íntimo, la Redención.

¿Cuál es el papel de Nuestra Señora en la Encarnación?

Por ese motivo, el papel de Nuestra Señora en la Encarnación sitúa bien el valor de Ella en todos los planes divinos, y precisamente en lo que ellos tienen de más importante y fundamental.

Creemos admirable, por ejemplo, Nuestro Señor haber escogido a Constantino para sacar a la Iglesia de las catacumbas. Pero, ¿qué es esto cerca de haber elegido, desde toda la eternidad, Nuestra Señora para en Ella ser generado el Salvador? Nada, absolutamente.

Admiramos mucho a Anchieta, porque evangelizó al Brasil.

Ahora, ¿qué es evangelizar un país en comparación con el cooperar en la Encarnación del Verbo? ¡Nada!

Digamos que se tratase de salvar el mundo de su crisis actual y de restablecer el Reino de Cristo; supongamos que Nuestro Señor escogiese un solo hombre para esa tarea.

Encontraríamos esta misión algo de formidable, y con razón.

Sin embargo, ¿qué sería esto delante de la misión de Nuestra Señora? ¡Nada!

Ella se sitúa en un plano fuera de comparación con el papel histórico de cualquier hombre, inclusive con el de San Pedro, a pesar de haber sido él el primer Papa. (JSG)

(Fuente: Extractos de Conferencias de Plinio Corrêa de Oliveira sobre el «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», de San Luis de Montfort)

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