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Porque mucho amó… III Parte

Redacción (Martes, 16-02-2016, Gaudium Press)

Efectos maravillosos de la gracia

Recibía con frecuencia la visita de su Ángel de la Guarda, pero era el propio Jesucristo quien hablaba muchas veces con ella durante la oración, inundándole el alma con la dulzura de su presencia y modelándola conforme los deseos divinos. La abundancia de dones sobrenaturales por ella recibidos desbordaba en favor de cuantos la rodeaban. Muchos acudían para pedir ayuda y consejo; a todos atendía, llegando a obrar varios milagros.

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Una vez, en Sansepolcro, un espíritu maligno se apoderó de un niño con tanta vehemencia, que tres hombres adultos no bastaban para detenerlo. Sus padres, desolados, no sabían a quien recurrir. Decidieron llevarlo a Cortona, pues el propio poseído decía que sería liberado «por intercesión y por los méritos de la Hermana Margarita de Cortona».

Estaban en camino, cuando, apenas al avistar la pequeña ciudad de lo alto de un monte, el demonio se puso en fuga, declarando estar aquel ambiente impregnado de las oraciones y de la santidad de Margarita, y esto lo quemaba como un fuego devorador. Los padres siguieron el viaje para pedir la bendición a la Santa, pero ella, como jamás se reconocía autora de tales prodigios, gimió ante los agradecimientos recibidos: «Atribuyo solamente a Dios un milagro a que mis pecados y mis ingratitudes podrían traer obstáculos».

Con la aprobación del Obispo de Arezzo, la Bienaventurada fundó en esta ciudad el Hospital de la Misericordia, en el cual, bajo su dirección, se formó una comunidad franciscana regular de vida activa, que tenía «la Orden Tercera como regla, el velo por rejas y el hospital por claustro».

La más eficaz de las penitencias

Para comprender la vida de Santa Margarita es necesario, entretanto, considerar el papel transformador de la caridad, la cual impregnaba todos sus actos. El amor reparador es la más eficaz de las penitencias, pues en las llamas de la caridad las almas se purifican de sus culpas y se elevan a perfecciones insospechables.

A la penitente de Cortona bien se podrían aplicar las palabras dirigidas por Jesús, en el Evangelio, a la pecadora que le lavó los pies con las lágrimas y los secó con los cabellos, en la casa de Simón, el fariseo: «Sus numerosos pecados le fueron perdonados, porque ella ha demostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

En los albores de 1297, el Ángel de la Guarda le reveló que estaba llegando al fin su peregrinación terrena. Con el alma desbordante de alegría, dedicó sus últimos días a prepararse para el supremo juicio, confiándose por encima de todo a la divina misericordia. La ciudad de Cortona se conmovió con la noticia de su breve partida y todos querían recibir su testamento, «eco de su confianza en el amor: ‘El camino de la salvación es fácil; basta amar'».

El día 22 de febrero, después de haber consumido casi la mitad de su existencia en una vida de penitencia amorosa, Santa Margarita expiró. En este momento, un gran contemplativo de Città di Castello vio su alma elevarse al Cielo en forma de un globo de fuego, escoltada por numerosas almas que, gracias a sus oraciones y sacrificios, habían sido libradas del fuego del Purgatorio.

Multitudes acudieron para visitar los restos mortales de la Santa, y cual no fue la sorpresa general al ver su rostro, tan castigado por la penitencia, recobrar algo de la belleza juvenil, y la leve sonrisa en los labios daba a los presentes la idea de su alma haber alcanzado la bienaventuranza eterna.

El 16 de mayo de 1728, en las palabras pronunciadas en la Misa en que promulgó el decreto de canonización de la Santa, Benedicto XIII trazó un paralelo entre la Magdalena del Evangelio y la de la Orden Seráfica: «La misma caída y los mismos desórdenes; iguales los prodigios de la gracia que atrae una y otra a los pies del Salvador, las mismas lágrimas de amor y la misma sentencia de perdón».

Por la Hna. Ana Lucía Castañeda Ocano, EP

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