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Prudencia: ¿arte de retroceder o avanzar?

Redacción (Miércoles, 16-07-2015, Gaudium Press) LA PRUDENCIA: es una virtud que nos hace discernir qué debemos hacer y qué debemos evitar para ir a Dios y buscar su gloria. A través de ella nosotros distinguimos lo verdadero de lo falso, el bien del mal, lo mejor de lo peor. Ella debe tener el timón de nuestras vidas, pues ella debe dirigir nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras palabras y nuestras acciones, según el fin, el orden y la medida que les conviene.

Todas las virtudes tienen su importancia, pero hay especialmente una sin la cual, no alcanzaremos las otras: se trata justamente de la virtud cardenal de la prudencia. Como nos explica Santo Tomás de Aquino, ella es «auriga virtutum» [1], la guía de las demás virtudes, pues es la que se encarga de decirnos a cada momento y en cada caso particular, lo que debemos hacer, o lo que debemos omitir para alcanzar la vida eterna, como también fue dicho arriba.

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La importancia de esta virtud nos es manifestada en varios pasajes de las Sagradas Escrituras. El propio Nuestro Señor nos advirtió para que seamos «prudentes como las serpientes e inocentes como las palomas» (Mt. 10, 16).

A lo largo de su vida, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira repitió reiteradamente un pensamiento que siempre fue una constante en su espíritu: dice él que las virtudes son hermanas indisociables, que no se puede vivir acariciando a unas y abofeteando otras. Por causa de esta interrelación de las virtudes entre sí, sobre todo en el caso de la prudencia, insistimos en el hecho que: quien posee esta virtud, ciertamente tendrá los medios para practicar también otras; y quien no la posee, cierto es que tampoco poseerá las otras. Así constatamos una de las importancias de esta bella virtud.

Veamos la opinión de Aristóteles respecto a la imbricación de la prudencia con las demás virtudes: «Era ya el pensamiento de Aristóteles, que precisaba, con su técnica filosófica más elaborada: ellas (las virtudes) son solidarias en la prudencia, pues ninguna virtud es completa si no está ligada a la prudencia, y esta solo es realmente ella misma se está acompañada de todas las otras virtudes. (VV.AA. 1952 p. 702, traducción mía). [2]

Por ejemplo, un mártir que esté dispuesto a perder su vida haciendo profesión exterior de fe, y que es muerto por odio a la fe, hace, en suma, un bellísimo acto de prudencia. [3]

Con efecto, ¿qué actitud tomó el mártir? Enfrentó todos los riesgos para no perder su fe y así no ofender a Dios; discernió lo que él debía evitar: renegar la fe. De hecho, ¿cuánta gloria no da a Dios un alma que a Él se ofrece como ofrenda, venciendo su instinto de conservación y de sociabilidad para no ofenderlo? Este conjunto de actos del mártir engloba varias virtudes tales como la fortaleza, la constancia, etc… Y todas ellas son unidas en la prudencia que rigió el proceder del mártir, haciéndolo discernir lo que en la ocasión debería ser hecho, para alcanzar la gloria de Dios.

Habiendo visto como hay una indisociable ligación entre las virtudes, en la prudencia, veremos como ella también es indispensable para alcanzar la santidad [4].

Como se sabe, la santidad implica también la práctica de las virtudes en grado heroico. Y justamente la prudencia es el medio de alcanzar este grado heroico. Ella nos ayuda a practicar las demás virtudes del modo más perfecto, una vez que, incluso siendo una virtud moral intelectual, es eminentemente práctica e indispensable para la recta vida cristiana, como nos muestra ROYO MARÍN: «La importancia y necesidad de la prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo nos advierte que es menester ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt. 10, 16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta. A pesar de ser una virtud intelectual, es, a la vez, eminentemente práctica […]. La prudencia es absolutamente necesaria para la vida humana. Sobre todo en el orden sobrenatural o cristiano nos es indispensable» (1954, p. 549-550, traducción mía). [5]

El verdadero orden sobrenatural cristiano es la santidad, y, a respecto de ella nos dice el gran teólogo Cornelio a Lápide: «La santidad es el estado por el cual llegamos, por la fidelidad, a todos los deberes; ella es, a bien decir, la práctica de todas las virtudes; la santidad contiene todas las virtudes… (BARBIER, 1885, p. 337). [6]

[7] Cf. G. 1, 26- 27. Este «estado por el cual llegamos a todos los deberes», o sea, la santidad, solo es posible con la prudencia, pues es ella quien nos indicará el camino certero, nos hará evitar el pecado, y nos llevará al bien, como nos demuestra TANQUEREY: «La prudencia no es menos necesaria para nuestro gobierno personal, que para la dirección de los demás. 1° Para nuestro gobierno personal, o para nuestra santificación. Es ella efectivamente, que nos permite evitar el pecado y practicar las virtudes. A) Para evitar el pecado, como ya dijimos, es necesario conocer sus causas y ocasiones, buscar y manipular bien los remedios. Ahora, es precisamente lo que hace la virtud de la prudencia, como podemos concluir del estudio de sus elementos constitutivos: inspirándose en la experiencia del pasado y el estado actual del alma, ve lo que para nosotros es o podría ser en el futuro causa u ocasión de pecado; y por eso mismo sugiere los mejores medios que se debe tomar, para suprimir o atenuar esas causas, la estrategia que mejores resultados da para vencer las tentaciones y hasta inclusive para de ellas sacar provecho. Sin esta prudencia, ¡cuántos pecados no se cometerían!

¡Cuántos se cometen por falta de prudencia!» (1961, p. 486-87)

Por tanto, nos damos cuenta que es la virtud de la prudencia la que más nos ayuda en la práctica de las demás virtudes, alcanzándose así, más fácilmente la santidad: deber de todos los bautizados.

Habiendo visto como esta virtud es indispensable para alcanzarse este estado de perfección, resta profundizar en el concepto de santidad. Con efecto, en el sentido más profundo, ser santo es parecerse con Nuestro Señor Jesucristo. Realizar plenamente el plan inicial de Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza [7], es poner en práctica todas las enseñanzas de Él y temer en sí la vida de Cristo, como afirma MARMION: «Comprendamos que solo seremos santos en la medida en que la vida de Jesucristo estará en nosotros: es esta la única santidad que Dios nos pide; no hay otra; nosotros solo seremos santos en Jesucristo, o no seremos santos de modo alguno (1946, p. 28). [8]

Por tanto si la prudencia es imprescindible para alcanzar la santidad, y si la santidad, a su vez es estar unido a Nuestro Señor Jesucristo, la prudencia es la virtud por excelencia que nos une al Verbo de Dios hecho Hombre, el poseedor de las virtudes en esencia.

Entretanto hoy en día no es difícil percibir que hay en el mundo una acentuada decadencia de la moral, de las costumbres. Este efecto se espeja también en la esfera intelectual. Muchas palabras hoy en día pierden su sentido original, adquieren nuevos «predicados». Así se dio con la palabra «prudencia». De hecho, para el común de las personas esta bella virtud, en realidad es tenida como siendo cobardía, mediocridad, pusilanimidad, o entonces comedimiento.

Sobre esta tergiversación que se dio con la palabra prudencia, nos explica muy bien LAUAND: «Fue lo que sucedió, entre otras, con las palabras ‘prudente’ y ‘prudencia’.

Afectada a lo largo de los siglos por el subjetivismo metafórico y el gusto del eufemismo, «prudencia» ya no designa una gran virtud, sino la conocida cautela (un tanto oportunista, ambigua y egoísta) al tomar (o al no tomar) decisiones.

«Si hoy la palabra prudencia se tornó aquella egoísta cautela de la decisión (encima del muro), en Tomás, al contrario, ‘prudentia’ expresa exactamente lo opuesto: es el arte de decidir correctamente. (…) Es ese conocimiento del ser que es significado por la palabra ratio en la definición de ‘prudentia: recta ratio agibilium’, ‘recta razón aplicada al actuar’.

«Prudentia es ver la realidad y, con base en ella, tomar la decisión correcta. Por eso, como repite Tomás, no hay ninguna virtud moral sin la ‘prudentia’, y más: ‘sin la ‘prudentia’, las demás virtudes, cuanto mayores fuesen, más daño causarían’ (In III Sent. d. 33, q. 2, a 5, sc 3). Con las alteraciones semánticas, sin embargo, se tornó intraducible, para el hombre de nuestro tiempo, una sentencia de Tomás como: ‘la prudentia es necesariamente corajuda y justa (I-II, 65, 1).'» (2005, pp. 7-10)

Otro ejemplo de esta deformación es lo que constatamos cuando, al querer una definición rápida segura y correcta, para una determinada palabra, nada hay de mejor que buscar en un diccionario su significado. Entretanto, lo que encontramos no siempre condice con la realidad… En el uso corriente – conforme el DICCIONARIO AURELIO [9] – si buscamos la definición de prudencia y de prudente encontramos:

«PRUDENCIA: [Del lat. Prudentia.] S. F. 1 Cualidad de quien actúa con moderación, comedimiento, buscando evitar todo lo que cree ser fuente de error o de daño. 2 Cautela, precaución: Dirige el auto con mucha prudencia. 3 Circunspección ponderación, cordura, sensatez: Leyó los actos con toda la prudencia».

«PRUDENTE: [Del lat. Prudente.] 1 Que tiene o revela prudencia: moderado, comedido. 2 Cauteloso, previdente, precavido. 3 Circunspecto, sensato; juicioso, cordato, ponderado».

Por tanto vemos que cuando esta definición (de prudencia) nos dice: «Cualidad de quien actúa con moderación, comedimiento (…)» contrasta con la noción tomista, que según nos dice LAUAND es: «el arte de decidir correctamente (…). ‘Prudentia’ es ver la realidad y, con base en ella, tomar la decisión correcta». No es por tanto un mero actuar con moderación o comedimiento, sino es al ver la realidad, sin comedimiento, o moderación decidir correctamente. Estando delante de una situación peligrosa, por ejemplo, no nos cabe, para actuar prudentemente, ser moderado o comedido, sino enfrentarla, asumir sus riesgos, analizarla casi que fríamente, ponderar todo, sus pros y contras para tomar la decisión acertada.

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El verdadero sentido cristiano de esta virtud nos es muy bellamente demostrado por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, que deja trasparecer en un trecho de una Vía Sacra, por él compuesta, un bellísimo canto de amor a Nuestro Señor Jesucristo con la Cruz a cuestas. Y con este cántico encerramos este artículo, recordando lo que dijo cierta vez un autor francés: «la inteligencia solo sabe hablar, es el amor quien canta.»[10]

«Hay misterios que vuestro Santo Evangelio no narra. Y entre ellos me gustaría saber si me engaño al suponer que esa vuestra tercera caída fue hecha, mi Señor, para expiar y salvar las almas de los prudentes.

«La prudencia es la virtud por la cual escogemos los medios adecuados para obtener el fin que tenemos en vista. Así, los grandes actos de heroísmo pueden ser tan prudentes cuanto los retrocesos estratégicos. Si el fin es vencer, en noventa por ciento de los casos es más prudente avanzar que retroceder. No es otra la virtud evangélica de la prudencia.

«Entretanto… se entiende que la prudencia es solo el arte de retroceder. Y, así, el retroceder sistemático y metódico pasó a ser la única actitud reconocida como prudente por muchos de vuestros amigos Señor.

«Y por esto se retrocede mucho… ¿La realización de una gran obra para vuestra gloria está muy penosa? Se retrocede por prudencia. ¿La santificación está muy dura? ¿La escalada en la virtud multiplica las luchas en vez de aquietarlas? Se retrocede para los pantanos de la mediocridad, para evitar, por prudencia, grandes catástrofes. ¿La salud periclita? Se abandona, por prudencia, todo o casi todo apostolado, se hace mediocre la vida interior, y se transforma el reposo en el supremo ideal de la vida, porque la vida fue hecha, antes que todo para ser larga. Vivir mucho pasa a ser el ideal, en vez de vivir bien. El elogio ya no sería como el de la Escritura: ‘En una corta vida recorrió una larga carrera’ (Sab. IV, 13). Sería al contrario, ‘tuvo larga vida, para lo que tuvo la sabiduría de renunciar a hacer una gran carrera en las vías del apostolado y de la virtud’. Vidas largas, obras pequeñas.

«¿Y vuestra prudencia como fue, oh Modelo divino de todas las virtudes? ¿Cuántos amigos tenéis, que os aconsejarían a renunciar cuando caísteis por primera vez? De la segunda vez serían legión. Y viéndolos caer por la tercera, ¡cuántos os no abandonarían escandalizados, creyendo que eréis temerario, falto de buen sentido común, ¡que queréis violar los manifiestos designios de Dios!

«Que ese paso de Vuestra Pasión nos dé gracias, Señor, para que seamos de una invencible constancia en el bien, conociendo perfectamente el camino del verdadero heroísmo, que puede llegar a sus límites más extremos y más sublimes sin jamás confundirse con una vil y presuntuosa temeridad». (PRECES PRO OPPORTUNITATE DICENDAE, 1997, p. 229-231)

Por el Padre Michel Six, EP

[1] Cf. IV Sent., d. 17, q. 2, a. 2, d.c.o.
[2] «C’était déjà la pensée d’Aristote, qui précisait, avec sa technique philosophique plus élaborée: elles (les vertus) sont solidaires dans la prudence, car aucune vertu n’est accomplie si elle n’est jointe à la prudence, et celle-ci n’est vraiment elle-même que si elle s’accompagne de toutes les autres vertus.» (VV.AA. 1952 p. 702).
[3] Cf. VV.AA., 1952, p. 716.
[4] La santidad es sobre todo una gracia concedida por Dios
[5] «La importancia y necesidad de la prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo nos advierte que es menester ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt. 10, 16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta. A pesar de ser una virtud intelectual, es, a la vez, eminentemente práctica […]. La prudencia es absolutamente necesaria para la vida humana. Sobre todo en el orden sobrenatural o cristiano nos es indispensable.»
[6] «La sainteté est l’état auquel on arrive par la fidélité à tous les devoirs ; elle est, à vrai dire, la pratique de toutes les vertus ; la saiteté les renferme toutes… » (BARBIER, 1885, p. 337).
[7] Cf. G. 1, 26- 27.
[8] «Comprenons que nous ne seront saints que dans la mesure même où la vie de Jésus-Christ sera en nous : c’est cette sainteté seule que Dieu demande de nous ; il n’y en a pas d’autre; nous ne seront saints qu’en Jésus-Christ ou nous ne le serons pas du tout.» (1946, p. 28).
[9] FERREIRA, 1999, p.1658.
[10] L’intelligence ne fait que parler, c’est l’amour qui chante.

BIBLIOGRAFIA-AQUINO, Tomás de. A prudência, a virtude da decisão certa. Trad., introd., e notas: Jean Lauand. São Paulo: Martins Fontes, 2005.
-BARBIER, Abbé. Les Trésors de Cornelius a Lapide – extraits de ses commentaires sur l’Écriture Sainte à l’usage des prédicateurs des Communautés et des familles chrétiennes. Vol. I. 5ª ed. Paris: Librairie Poussielgue Frères, 1885.
-FERREIRA, Aurélio Buarque de Holanda. Novo Aurélio século XXI: o dicionário da língua portuguesa. 3ª ed. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 1999.
-MARMION, Columba, Dom. Le Christ vie de l’âme – conférences spirituelles. Montréal : Librairie Granger Frères, 1946.
-ROYO MARÍN, P. Antonio. Teologia de la perfeccion Cristiana. Madrid: B.A.C., 1954.
-TANQUEREY, Ad. Compêndio de teologia ascética e mística. 6ª ed.Trad.: P. Dr. João Ferreira Fontes. Porto: Livraria Apostolado da Imprensa, 1961
-VV. AA., Initiation Théologique. Vol. III. Paris: Éditions du Cerf, 1952.
-VV.AA. PRECES PRO OPPORTUNITATE DICENDÆ. São Paulo: Editora Retornarei, 1997.

 

 

 

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