lunes, 25 de noviembre de 2024
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La gran Fe de la hemorroísa

Redacción (Martes, 13-11-2018, Gaudium Press) Después de haber expulsado a una legión de demonios que poseían a un hombre en Gerasa, el Divino Maestro volvió en barco a Cafarnaúm y, apenas puso sus divinos pies en tierra firme, una gran multitud se reunió en torno a Él.

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Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, cuando vio a Jesús, cayó a sus pies y pidió con insistencia: ‘Mi hijita está en las últimas. ¡Ven y pon las manos sobre ella, para que sane y viva!’ Jesús entonces lo acompañó.

Una numerosa multitud lo seguía y lo comprimía.

«Ahora, se encontraba allí una mujer que, hace doce años, estaba con una hemorragia; había sufrido en las manos de muchos médicos, gastó todo lo que poseía, y, en vez de mejorar, empeoraba cada vez más. Habiendo oído hablar de Jesús, se aproximó a Él por detrás, en medio de la multitud, y tocó su ropa. Ella pensaba: ‘Si yo al menos toco su ropa, estaré curada.’ La hemorragia paró inmediatamente, y la mujer sintió dentro de sí que estaba curada de la enfermedad.

«Jesús luego percibió que una fuerza había salido de Él. Y, volviéndose en medio de la multitud, preguntó: ‘¿Quién tocó mi ropa?’ […] Él, sin embargo, miraba alrededor para ver quién había hecho aquello. La mujer, llena de miedo y temblando, percibiendo lo que le había ocurrido, vino y cayó a los pies de Jesús, y le contó toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te curó. Ve en paz y quedas curada de esa enfermedad'» (Mc 5, 22-30. 32-34).

La oración debe ser perseverante

Después de curar a la pobre mujer, Jesús fue a la casa de Jairo e hizo el milagro de la resurrección de su hija. Pero volvamos nuestra atención para lo que pasó entre el Redentor y la hemorroísa, quien poseía una Fe robusta.

«Ella podría juzgar que una súplica a distancia ya sería suficiente; sin embargo, la Fe infundida por Dios en su alma indicaba que la gracia estaba condicionada al gesto de ‘tocar la ropa de Él’. […]

«Así, aunque comprimida por la multitud, fue de a poco llegando más cerca hasta notar, quizá después de varias tentativas, una brecha por la cual extendió el brazo y consiguió tocar en la orla del manto de Jesús. Y luego quedó curada.

«Este pasaje nos enseña cómo, a veces, para obtener una gracia especial, debemos perseverar ante las dificultades, soportando empujones, desprecios y hasta rechazos. […]

«Aunque pudiese dejar partir a la mujer, quiso Él todavía preguntar quién lo había tocado, para avivar la atención de los Apóstoles e invitar a la mujer a dar testimonio. […]

«El Hombre-Dios así demostraba que la cura había sido obrada por Él, evitando que el demonio inculcase en la hemorroísa la idea de que había ocurrido una mera coincidencia o un resultado fruto de una fuerza psicológica, como sustentan los racionalistas al analizar tales hechos.»

La virtud contra la cual el demonio más invierte es la Fe

Después de haberse lanzado la pobre señora a los pies de Jesús y haberle contado lo que sucediera, el Salvador con gran bondad la llama de hija, lo que significa que ella pasó a gozar de su naturaleza divina. Sí, en aquel instante ella tuvo tal encanto y admiración por el Hijo de Dios, incluso adoración, que le fue infundida la gracia santificante, porque, como enseña Santo Tomás de Aquino, cuando la criatura racional se ordena a su debido fin ya está justificada. La vida sobrenatural penetra en quien se entusiasma y se encanta por algo superior, al punto de amarlo más que a sí mismo. […] ¡Qué gloria haber recibido este título de los labios de Nuestro Señor Jesucristo!

«Tal es la Fe que debemos tener, sobre todo en los momentos más difíciles de nuestra vida. Dada la importancia de esta virtud, es contra ella que el demonio más invierte, buscando disminuirla, debilitarla y empequeñecerla, para impedirnos obtener aquello que precisamos.»

Restauración de la inocencia

Consignemos un aspecto simbólico de la hemorroísa, que «empeoraba cada vez más». Ella «es imagen de aquel que, privado del flujo vital de la gracia y la energía sobrenatural, después de cometer una falta grave, va atrás de falsos remedios y busca la felicidad donde ella no está, uniéndose a malas amistades y optando por ciertos convivios que lo desvían del buen camino. Y cuanto más esfuerzos emprende para satisfacer sus anhelos, tanto más se escapa y se aleja de aquello que engañosamente busca; el brillo de la inteligencia y la fuerza de voluntad disminuyen; el dinamismo del alma se vacía. Perdidas las virtudes y los dones, por el pecado, le resta apenas un resquicio de esperanza y un ‘tendón’ de Fe. A medida que reincide en nuevas transgresiones, también estos van de a poco apagándose.

«Para evitar que esto suceda es indispensable que, si caemos, nos arrepintamos y digamos suplicantes: ‘Señor, yo merezco todos los castigos y, quizá, el Infierno. Pero pido perdón de mis crímenes con ardorosa Fe en vuestro poder.’ Tengamos confianza de que Jesús siempre está dispuesto a curarnos, no solo de los males físicos, sino, sobre todo, de los morales, restaurándonos en el alma la inocencia, como restituyó la salud a la hemorroísa. A tal punto se preocupa en revigorizar el alma, de preferencia al cuerpo, que Él no dejó a la Iglesia algo al estilo de una caja automática para sanar enfermedades, en que los enfermos se arrodillen y salgan restablecidos.

«Instituyó, esto sí, el Sacramento de la Penitencia, con el cual no contaron los eminentes varones del Antiguo Testamento. En aquel entonces, nadie podía recurrir a un sacerdote para acusarse de sus faltas y ser absuelto, con la certeza de quedar limpio de toda culpa. ¡Qué grande don el Divino Redentor puso a nuestro alcance!»

Roguemos a Nuestra Señora la gracia de frecuentemente recibir el Sacramento de la Reconciliación, para fortalecer nuestras almas en las luchas contra el demonio y sus asechanzas, que pretenden perder a los buenos y destruir la Santa Iglesia.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada – 171)

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Bibliografía

– Suma Teológica, I-II, q. 89, a.6.
– CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2014, v. IV, p. 196.200.207 passim.

 

 

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