lunes, 25 de noviembre de 2024
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Patrocinando el horror tendencial

Redacción (Viernes, 30-11-2018, Gaudium Press) Tal vez por miedo a ser tachados de enemigos del arte y la cultura, son muchos los pequeños, medianos y grandes empresarios que son obligados a patrocinar iniciativas como pavorosos conciertos de rock, extravagantes desfiles de modas cada vez más atrevidas y paupérrimas, festivales de teatro del absurdo, exposiciones de pinturas y esculturas incomprensibles y otros eventos sencillamente estrafalarios y vulgares, más próximos de lo feo y cacofónico que de lo bello y sublime. Es el siglo que nos tocó vivir sin que tengamos medios de comunicación para expresar nuestra protesta y rechazo, espectáculos en los que de paso están involucrados el noble trabajo humano y su creatividad, generando empleo, pero un empleo que en cambio de construir civilización, trabaja para destruirla. También las instituciones públicas colaboran halagando con exenciones de impuestos a quienes hayan aportado para tales eventos, cerrando el círculo vicioso que se retroalimenta de su propios efectos y hunde cada vez más la cultura.

Así que una buena suma de ganancias de las empresas, producto del esfuerzo y cansancio de muchos, se direcciona para apoyar lo hediondo de este valle de pecados y dolor. Si el empresario se niega, un balde de agua sucia cae sobre él y su empresa, un estigma lo marca e intenta desacreditarlo hasta en los bancos para que le nieguen financiaciones. Es una misteriosa y siniestra maquinaria que funciona a la perfección en casi todo el mundo.

Entre tanto las paredes de las calles se manchan de grafitis y murales asquerosos e incluso subversivos. Fachadas de edificios públicos y particulares, sin respetar los ventanales, se convierten ahora en la supuesta expresión del arte y la cultura ‘populares’ apoyados por secretarías de educación y recreación urbana que sobreviven es con los impuestos del ciudadano.

La ciudad se hace cada vez más fea, contaminada e insegura. La que soñaron algunos urbanistas de los siglos XVIII y XIX con puentes, canales, cascadas, fuentes de aguas perfumadas y coloridas, bulevares arborizados y floridos, sin sucios y negros cables de energía eléctrica colgando por todas partes, no alcanzó a realizarse especialmente en esta católica Iberoamérica tan saboteada y manipulada por la politiquería de los préstamos de la banca internacional. Los espectáculos que se le ofrecen al común de la gente son cada vez más incultos y sórdidos disfrazados de cultura popular como si el pueblo no tuviera derecho a asistir a un concierto al aire libre de los Niños Cantores de Viena, una presentación de los Caballos Lipizzanos o una bella exposición de arte clásico.

Se mantienen sí algunos parques verdes arborizados, para que nuestro pobre asalariado hipotecado, acuda allá con su diminuta familia planificada a respirar algo de aire puro los domingos, después de una semana yendo y viniendo al trabajo en vagones rápidos, peligrosos, inseguros y malolientes más aptos para ganado que para seres humanos y que las autoridades consideran una gran progreso y mejoramiento de las condiciones de vida.

Hay que reconocer y aceptar dolorosamente que muchos en las clases dirigentes de hoy se preocupan más del negocio que del bienestar de su pueblo. No dan puntada sin dedal y cualquier proyecto urbanístico es pensado primero que todo en términos de ganancias económicas. Esto puede acentuar el resentimiento y el odio de clases para que el populismo lucre y acabe de hundir la sociedad.

Al paso que vamos ni los verdes parques urbanos recrearán al pobre asalariado el fin de semana, pues ya están cayendo en manos de fumadores de marihuana, obscenidades sin importar la presencia de niños, detritos de mascotas consentidas como seres humanos y otras arbitrariedades individualistas que no respetan a nadie, porque cada quien solamente piensa en lo suyo. Y el fenómeno avanza sin que a nadie se le ocurra hacer algo para evitar la catástrofe social que todo eso significa.

Por Antonio Borda

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