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Admirar, el secreto de la felicidad

Redacción (Viernes, 04-11-2016, Gaudium Press) Admirar, y soñar, el secreto de la felicidad. Pues la admiración es un puente hacia el Infinito, y lo único que verdaderamente nos descansa es el Infinito. Así cuando vemos y admiramos la laboriosidad y la delicadeza de una abejilla, obrera fantástica que no se cansa nunca, que es generosa pues no trabaja solo para sí, sino para la colmena, para las abejillas que se están formando, para toda la comunidad. Una cosa tan sencilla como un panal, tan digna de admiración.

Ni se diga de los hombres, el mayor reflejo visible de la Infinitud. Muchas cosas deplorables hay en los hombres, pero también muchas cosas admirables, y en eso son reflejo del Creador.

Por poner solo un ejemplo, acabamos de ver un trecho del discurso de Churchill en el Congreso de los EE.UU., el 26 de diciembre de 1941, en el que el ya viejo león británico concitaba el apoyo de los americanos a la causa de la defensa de sus familias, de sus terruños y de la «libertad». Sin el concurso de los EE.UU. la victoria final habría estado en entredicho. Churchill fue uno de los artífices de este concurso, y el discurso mencionado era pieza clave.

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Una pieza clave que se tornó una obra maestra clásica de la elocuencia (el discurso del «Ahora somos los dueños de nuestro destino«), de la diplomacia y de la generación de entusiasmo.

Churchill habló de su familia materna estadounidense, y del papel que ella jugó en la historia americana, estableciendo así un fuerte vínculo con su auditorio. Hace incluso una fina broma, diciendo que si su madre hubiese sido británica y su padre estadounidense, él tal vez habría llegado hasta ese Congreso por sus propios méritos…

Ante los representantes de una sociedad profundamente religiosa como es la americana, Churchill repite las palabras del salmista: «No tendrá temor de malas noticias. Su corazón está firme, confiado en el Señor», haciendo de la lucha conjunta anglo-estadounidense antinazi una lucha sagrada.

Muestra Churchill que si era poderoso el enemigo que enfrentaban no era entretanto invencible y que ya había sufrido serios traspiés, por ejemplo en Rusia, animando así al pueblo americano. Cuando habla del ataque del Japón, Churchill une la sensibilidad de ingleses y americanos en el dolor y la indignación, y pregunta si es que los japoneses no se dan cuenta que «nunca dejaremos de perseverar contra ellos hasta que se les haya enseñado una lección que ellos y el mundo nunca olvidará», convocando a una grandeza que trasciende no solo el espacio sino también el tiempo.

Y mil otras cosas. Una obra maestra. Cada uno tendrá sus apetencias, su legítimos gustos, donde se expanda genuinamente la admiración.

Y de esta manera pasamos unos agradables y felices momentos, revisando el discurso, y escribiendo estas líneas, porque en el fondo, por la gracia de Dios, tuvimos una actitud contemplativa-admirativa, de reflejos del Creador en la mente y las palabras de un gran hombre.

Pero hay más. La admiración no se queda en la contemplación satisfecha de las maravillosas realidades, sino que va al sueño.

La admiración sabe que lo real no es sino participación de una realidad más perfecta, que es la realidad celestial. Y con su sueño el hombre debe ir a la procura de esta realidad celestial, por ejemplo, imaginando como sería un discurso de Churchill si por la gracia de Dios nos lo encontremos en el cielo, y él con su elocuencia y dones, ya purificados, cantase las loas de Dios.

De hecho las vidas de los santos, son una visión más cercana de cómo será esa realidad celestial.

Por Saúl Castiblanco

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