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El inesperado fruto de una novena

Redacción (Jueves, 25-10-2018, Gaudium Press) Deseando dar un paso decisivo en su vida espiritual, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira resolvió hacerle una novena a Santa Teresita. Y ella le atendió: hizo que encontrase el libro que sería el fundamento de su espiritualidad mariana: el Tratado de la verdadera devoción…:

Mientras estaba cursando el último año de Derecho, Plinio se entretenía en gran medida leyendo temas relacionados con la doctrina católica, obteniendo con ello un notable provecho.

Empezó estudiando las famosas encíclicas de León XIII y, poco después, comenzó a sentirse atraído por las obras de Santo Tomás de Aquino, de San Agustín y de sus comentaristas. Escritores católicos más recientes, como Joseph de Maistre, De Bonald, Blanc de Saint?Bonnet, Louis Veuillot, Balmes, Donoso Cortés, Nocedal, Cathrein o Solaro di Santa Margherita, muy elogiados por su ortodoxia, también le proporcionaron abundante material, sobre todo los que disertaban acerca de los documentos pontificios.

En especial el libro Saggio di Diritto Naturale de Taparelli D’Azeglio, célebre jurista jesuita, fue motivo de enorme encanto, por la claridad y la lógica con las que trata los principios del derecho natural.

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Santa Teresita

Necesidad de construir amplias visiones doctrinales

Con los años, la observación de los diversos aspectos del mundo que lo rodeaba, así como el análisis de innumerables acontecimientos pasados, constituyeron un auténtico trabajo de síntesis doctrinal e histórica, perfeccionada por él en la medida de su propia madurez, en cada una de las sucesivas etapas de su vida. Y es evidente el papel absolutamente central que, en esa sinopsis, tuvieron las enseñanzas de la Santa Iglesia y las impresiones causadas por las ceremonias religiosas o por el ambiente de los edificios sagrados.

Ahora bien, cruzado el umbral de los 20 años, se le presentaba un problema, con toda su precisión: «¿Hasta qué punto -se decía él- los elementos de esa síntesis estaban efectivamente de acuerdo con la Iglesia, y más específicamente con la Cátedra de Pedro, a la cual yo le tributaba una veneración, un afecto y una obediencia sin límites? Esta pregunta, de una importancia fundamental, me abrió la era de los estudios doctrinales metódicos, para la cual mis elucubraciones de niño me habían preparado».

Así, al sentir la necesidad de construir amplias visiones generales sobre los asuntos que eran objeto de sus meditaciones desde su infancia, Plinio decidió profundizar sus conocimientos a fin de sumar tres factores: en primer lugar, diversas intuiciones aún no explicitadas en su totalidad, que ahora deseaba someter al tamiz de la razón a la luz de la doctrina; en segundo lugar, aquellas conclusiones que ya había obtenido a través de la reflexión; y, por último, las enseñanzas de la Santa Iglesia extraídas del sagrado magisterio y de los autores mencionados, con las cuales Plinio deseaba armonizar todas sus ideas, convicciones y preferencias.

Al darse cuenta de que esos autores, hombres de inteligencia eminente, habían llegado a las mismas conclusiones que él en determinados puntos, se vio respaldado en sus certezas y sintió una tranquilidad interior enorme. Por otro lado, comprendió que existía una total consonancia entre los escritos de ellos y lo que en su mente aún permanecía implícito.

Adhería enfáticamente a todo cuanto leía, regocijándose al verificar cómo aquellas tesis habían podido ser expuestas con tanta fuerza de pensamiento: «Los autores demostraban que existía un orden tangible de las cosas que yo, por una especie de don de Dios, más que ser capaz de probarlo, lo intuía. Por eso sentía admiración por los adoctrinadores que habían notado ese orden», afirmaba.

No obstante, a la Iglesia la veneraba de una manera particular y se encantaba, por encima de todo, con su sabiduría, que los había inspirado.

Estudio y gracias místicas

La belleza de aquellas ideas le infundía un sentimiento de piedad, como el que puede despertar una bonita imagen o como el que alguien puede tener mientras reza. En otra ocasión comentaría que solamente no besaba el libro porque le parecía un gesto un tanto romántico y no debía ceder al romanticismo ni aun cuando estuviese encerrado en su habitación.

Y, con relación a las gracias recibidas en esta circunstancia, explicaría: «Hoy en día me pregunto si no habría algún complemento místico en el modo de presentarse a mi espíritu esa noción de orden».

Místico es, sin duda, el fenómeno ocurrido en el interior de Plinio durante ese período, todavía a propósito de la lectura del tratado de Taparelli D’Azeglio. Al encontrarse con determinadas citas de las obras de Santo Tomás de Aquino, deslumbrado delante de aquella sublime manifestación de lógica, discernió claramente la mentalidad del Doctor Angélico, pero de una forma tan viva que llegó a asimilar algo de su inteligencia y de su método de pensamiento, por una especie de «inhalación de la criteriología que había en él», diría.

Las narraciones que el Dr. Plinio hizo al respecto son explícitas y concluyentes: sin haber sido objeto de ninguna visión o revelación, aunque agraciado desde la infancia por el don del discernimiento de los espíritus, recibió durante aquellos estudios una acentuada capacidad de comprender el método tomista, de la cual pudo valerse a lo largo de toda su vida, pues le fue concedida con carácter definitivo.

Sin embargo, para entender mejor el significado de lo que le sucedió en aquel entonces, nada más apropiado que recurrir al ejemplo didáctico que él mismo utilizó: «Una imagen perfecta sería la siguiente: alguien está a bordo de un barco con un amigo, que tiene un binóculo y va describiendo una serie de cosas que el primero no ve. Ahora bien, en determinado momento ese amigo le pasa el binóculo al otro, que comienza a ver lo que antes no veía, ‘apropiándose’ de una visión ajena.

Así también me pasó con Santo Tomás: es como si algo de su mente funcionase a la manera de un binóculo que puse en la mía. Y esto no fue una fulguración de pasada, pues aún hoy veo su mentalidad y a través de ella entiendo mejor el mundo.

Si tengo un binóculo en la mano, puedo mantenerlo delante de los ojos a lo largo de cincuenta años…».

Es oportuno recordar que algo semejante ya le había ocurrido en el pasado, cuando el entonces pequeño Plinio, alumno del Colegio San Luis, sintió durante una clase, de manera inesperada, que había recibido una participación de la mentalidad de San Ignacio de Loyola. No obstante, según sus propias palabras, mientras la lógica de San Ignacio le parecía hecha de fuego y efervescencia, la de Santo Tomás era de tal modo serena que le daba la impresión de estar hecha de cristal.

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Plinio en una hacienda del interior de
São Paulo, a mediados de 1930.

El deseo de santidad

También en ese último año en la Facultad de Derecho sucedió un episodio que llegaría a tener consecuencias de una importancia fundamental para la formación espiritual de Plinio y que marcaría a fondo su historia.

Ya había decidido dedicar su existencia al servicio de la Iglesia e, incluso, a no casarse; sin embargo, analizándose a sí mismo y notando cuántos progresos había hecho, hasta el punto de encontrarse en un momento culminante de su vida interior, se sintió insatisfecho. Temía estar parado en el camino de la perfección y deseaba dar un paso más hacia una altura superior, entrañándose aún más en la devoción a la Santísima Virgen.

En una palabra, quería ser más santo, pero no sabía qué hacer para conseguirlo. Pensaba que esta gracia tan especial podría venirle quizá a través de algún buen libro de piedad. No obstante, ¿dónde lo encontraría? Cabe resaltar que tenía gran dificultad en adaptarse a cierto estilo de literatura religiosa, en extremo dulzona y sentimental, frecuente en aquel tiempo.

Quería una lectura seria y substanciosa, en la que el sentimiento ocupase un papel secundario, y la parte principal fuese dedicada a lo más importante, es decir, a la razón iluminada por la fe.

Dos pedidos a Santa Teresita

4.jpgPlinio ya había adquirido la costumbre de rezar a Santa Teresa del Niño Jesús, cuya reciente canonización había causado un extraordinario brote de fervor en el mundo entero. Y de entre los muchos beneficios que le trajo la lectura del libro Historia de un alma, le impresionó de manera especial el apéndice de la obra, que contenía la lista de algunos de los numerosos favores recibidos por los fieles por intercesión suya. Así pues, reflexionando sobre ese nuevo ascenso espiritual que deseaba alcanzar en las vías de la santidad, decidió iniciar una novena a Santa Teresita, cuyas oraciones había conocido aquellos días y le habían tocado profundamente.

Pedía su intercesión para obtener dos gracias, de las cuales sentía mucha necesidad.

En primer lugar, que le indicase claramente cuál era el medio para avanzar con vigor en la devoción a la Santísima Virgen, dando un paso decidido y fundamental, y, por lo tanto, que le hiciese encontrar el libro que buscaba, apropiado para marcar su vida.

La segunda intención era muy diferente: Plinio estaba en una difícil situación financiera, cuyo aspecto más doloroso consistía en la incertidumbre en cuanto al futuro de su madre, Lucilia. Por eso al oír que iba a haber una lotería en São Paulo cuyo premio era de 400 millones de réis, una suma suficiente para ayudar en el sustento de una familia acomodada, también le pedía a Santa Teresita la gracia de ganarla. No deseaba propiamente hacerse rico, sino mantener una posición holgada y estable, sin preocupaciones financieras o profesionales y, en consecuencia, poder dedicarse por entero al apostolado.

Compró entonces el boleto de lotería y comenzó a rezar por esas intenciones. Curiosamente, pensaba que el más importante de los dos pedidos era la obtención del dinero, por una simple razón: era el que parecía menos probable, ya que las librerías católicas rebosaban de buenos libros, mientras que nunca se había oído decir que un joven de su edad, en São Paulo, se hubiese hecho rico con un premio de lotería.

«El libro de mi vida»

Eran los últimos días de la novena cuando Plinio, al salir de la iglesia del Inmaculado Corazón de María, adonde había ido a comulgar, decidió visitar la librería de la Editora Ave?Maria, perteneciente a los padres cordimarianos y ubicada en los fondos de dicha iglesia, con la intención de encontrar una lectura espiritual que le agradase. Mientras iba hojeando los libros, le llamó la atención dos en especial.

Uno de ellos, cuyo título nunca recordaría después, era más grueso y de agradable aspecto; mientras que el otro era pequeño, fácil de llevar en el bolsillo y muy bien encuadernado, impreso en negro y rojo: era el Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, escrito por un autor del cual jamás había oído hablar, a pesar de ser un santo: Le Bienheureux Louis?Marie Grignion de Montfort.

Se sintió inclinado a comprar el primero, pero su vacilación duró poco: acabó escogiendo el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen por su presentación gráfica, por estar escrito en francés y, ante todo, porque trataba sobre la Santísima Virgen. Preguntó cuánto costaba y, después de verificar que el libro era baratísimo, accesible a sus parcos recursos, pidió que se lo envolviesen, lo pagó y se lo llevó a su casa. Al narrar este episodio comentaba: «No me daba cuenta de que Santa Teresita estaba guiando mi brazo».

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San Luis de Montfort

Al día siguiente por la mañana, en el horario que habitualmente dedicaba a la meditación, Plinio abrió el Tratado sin mucha esperanza, pues no tenía ninguna seguridad de que fuese el libro que le debía conseguir Santa Teresita.

Según su costumbre, se dispuso a comenzar la lectura por cualquier página, de la mitad hacia delante, y después leer el comienzo. ¿Cuál era la razón de este hábito? Él mismo lo explicó: le parecía que los libros se vuelven más interesantes cuando el lector tiene algo que adivinar, no sólo con respecto a lo que los autores dicen, sino también a sus intenciones.

Entonces, leyéndolos a partir de la mitad se podía conjeturar cómo sería el principio, lo cual le daba cierto sabor de novedad, que le agradaba mucho. Sin embargo, en el caso del Tratado de la verdadera devoción, al leer una o dos páginas Plinio se detuvo encantado y pensó: «No, este libro no se puede leer así. ¡Tiene que ser desde el comienzo, pues es un libro de muchos quilates! ¡Es exactamente lo que yo quería!». Y mientras proseguía la lectura, sin perderse una letra y arrebatado por un extraordinario entusiasmo, «de exclamación en exclamación», fue concluyendo que esta obra de San Luis María Grignion de Montfort era incomparable, portentosa y basada en la mejor teología; profundizaba ampliamente en la doctrina sobre María Santísima, dando una noción elevadísima del papel que Ella tiene en el orden del universo.

El Dr. Plinio recordaría: «Durante su lectura a veces paraba y decía: ‘¡Parece que este hombre está hablando! Murió hace siglos, pero creo sentir el impulso, la propulsión de su alma en lo que aquí dice’ «. Leyéndolo, iba aprendiendo en la concordancia eufórica de su alma. Nunca pensó que un libro pudiese ejercer sobre alguien el efecto que aquel produjo en él: «¡Encontré el libro de mi vida!».

Un estudio lleno de fervor

A lo largo de los días siguientes, la lectura del Tratado fue transformándose en un verdadero estudio, serio y profundo. Con el fin de obtener una visión global de la materia, Plinio analizó con calma parte por parte, tomó notas e hizo resúmenes, una tarea facilitada por la costumbre adquirida en la Facultad de Derecho. Y de tal manera asimilaba todo lo que iba leyendo que llegó a componer una gran letanía para su uso privado, la cual fue anotando en unas diez cuartillas, algunas de ellas manuscritas, con todos los títulos y advocaciones de Nuestra Señora enumerados en la obra y traducidos por él al portugués.

Por eso, todos sus futuros comentarios acerca de lo que aprendió sobre la espiritualidad marial de San Luis Grignion de Montfort los realizaría ex abundantia cordis, fruto de una aplicación del intelecto repleta de amor.

Percibió que el libro podía darles a los que lo meditasen una idea exacta de quién es María Santísima y cuál es la plenitud de su grandeza inefable, su bondad y su misericordia, así como el valor de su intercesión.

(Extraído, con adaptaciones, de: «El don de la sabiduría en la mente, vida y obra de Plinio Corrêa de Oliveira» de autoría de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2016, v. II, pp. 159-169.)

 

 

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