lunes, 25 de noviembre de 2024
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El placer bueno y el placer malo, el placer meramente animal y el placer sensible-espiritual: la manía y la trascendencia – I parte

Redacción (Lunes, 23-04-2018, Gaudium Press) Presentar la vida cristiana como un alejamiento de cualquier tipo de placer, además de ser una visión falsa, es muy perjudicial para el apostolado de la Iglesia, pues estamos tratando cada vez más con generaciones que casi exclusivamente solo se mueven por la fruición sensible. Toca mostrar que vivir según la Iglesia es fuente del verdadero y el más profundo placer, pero hay que hacerlo bien, para no decir mentiras y no prometer lo que no es de Dios, pero también para describir con todas las tintas lo que es cierto camino del gozo cristiano, que evidentemente no excluye el dolor, pero que es muy real, poderoso y atrayente.

Cuando el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira trataba estas temáticas, a veces gustaba de distinguir lo que era la «manía» y el gozo espiritual. Tratemos de un poco de esto.

El Dr. Plinio estigmatizaba la manía -la que en definitiva conduce al vicio- como una fruición, una degustación desordenada, monotemática y primaria de un placer sensible. Entonces, si alguien encontró el gusto del mar (¿a quién no le gusta el mar?), el maniático querría ya tener una casa en el mar, comprar equipo de buceo para «vivir» en el fondo del mar, trasladar su oficina al bungalow en la playa del mar, comer solo aquellas delicias que se originan en el mar, etc.

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Pero ocurre que el maniático en su desorden no es capaz de apreciar el gusto espiritual del mundo marino y se queda con el mero gusto sensible, el cual se desgasta más o menos rápido. Expliquemos esto con algo más de detalle.

Imaginemos a alguien que no conoce el mar. Si vamos a una de las muchas playas del Caribe, donde se puede observar el «mar de los siete colores», todo mortal que no sea ciego disfrutará de un placer. Tonalidades de colores vivos, delicados, aguamarinas o verdes o los más variados azules, causarán una impresión sensible al alma agradable, placentera. Si a bellos colores sumamos playas de fina arena, amplias, con arena de color hacia el blanco, acariciadas por rítmicas olas que producen una espuma que es algo así como la coronación del agua, los placeres aumentan. Y si a los anteriores deleites sumamos un atardecer multicolor, donde el astro rey se va ocultando tornándose de amarillo a rojo, y donde sus rayos se ven matizados por un conjunto de nubes que no lo oculta sino que lo hace resplandecer aún más, pues entonces diríamos que estamos casi en el paraíso y que ahí querríamos permanecer por toda la eternidad, pues habríamos encontrado la felicidad perfecta y estable.

Sin embargo lo anterior sería mentira: Si el hombre se queda en el mero gusto sensible, esos placeres marítimos se irán desgastando, y llegaría el momento en que no le aportarían mayor placer, y los contemplaría como algo banal. Y cansado, buscaría otro objeto de placer, querría ‘escapar’ para otro tipo de paisajes muy diferentes del bello y ancho mar.

Pero, ¿qué significa aquí quedarse en el mero gusto sensible? Significa que la persona no trasciende del símbolo bello a lo simbolizado absoluto. Ahondemos en la explicación de esto.

El azul o el multicolor del mar no es solo el multicolor del mar. Es un maravilloso símbolo de realidades divinas, de realidades que existen en el Autor del mar. Y encontrar esas realidades es el fin, es completar el proceso humano que comenzó con el deleite de realidades sensibles. Quien no completa el «proceso» (el 99.99% de los hombres), hace que el placer sensible inicial se desgaste, y desgastado, corre a la búsqueda de otros placeres con los que repetirá el proceso fallido frustrante. Todo lo que no termina en Dios termina siendo frustración, desdicha.

Diseccionemos un poco más ese camino, el bueno, el que llega a su fin debido. Resulta que el aguamarina del mar de esa playa mítica del Caribe, se asemeja a otros aguamarinas que habremos visto en la vida, y tiene cercanía al turquesa que podemos apreciar en collares de damas o en objetos decorativos. El aguamarina del mar podrá despertar en nosotros esos recuerdos, y también el recuerdo de los deleites que tuvimos cuando contemplamos otros aguamarinas y otros turquesas. Pero esas sensaciones se pueden relacionar con, por ejemplo, «situaciones aguamarina» o «situaciones turquesa», es decir, ambientes y estados de espíritu donde primaba la paz, la serenidad, una alegría vivaz pero no exultante, una alegría que casi que expulsaba cualquier conato de tristeza, una alegría fácil, ‘blanda’, ‘Caribe’ sin exaltación. Entonces, a partir de la contemplación del mar comenzamos hablando de color aguamarina, de color turquesa, pero de ellos partimos a considerar elementos espirituales, como ‘paz’, ‘serenidad’, ‘alegría vivaz’, con lo que hemos traspasado ya el mundo meramente sensible y hemos ingresado al mundo espiritual. Y de ahí es más fácil caminar hacia Dios, pues Dios es Paz Absoluta, es la Serenidad Absoluta, es la Alegría Vivaz Absoluta.

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Es decir, hemos pasado del placer sensible al placer espiritual-sensible, y de ahí podemos contemplar el placer absoluto espiritual, que encontraremos cuando con el favor de Dios gocemos de su visión por toda la eternidad. Pero para pasar del mero placer sensible al deleite espiritual-sensible (más profundo, menos agitado, más duradero), tuvimos que hacer un ejercicio que no hace el 99,99% de los hombres, y fue lo que en espiritualidad se llama el «recogernos», hicimos un recogimiento.

Recogernos es tomar las ricas y agradables primeras impresiones meramente sensibles y en cierto sentido cerrar las puertas del alma a más impresiones sensibles, para que las ya poseídas comiencen a interrelacionarse entre sí, para que se relacionen con impresiones sensibles pasadas afines, para que dentro del sagrario de nuestra alma lo meramente sensible se relacione con lo espiritual, para que el verde se relacione con esperanza, para que el aguamarina se relacione con inocencia, para que el turquesa se relacione con alegría vivaz. Es en la cámara oscura y a la vez luminosa de nuestras almas donde ello ocurre y donde vamos encontrando el camino hacia el Infinito. Ahí nos hacemos dueños y señores de esas impresiones para que ellas no generen en manía, y para que en el fondo se vaya escuchando la voz poderosa de Dios.

Este camino lo podemos hacer con el mar turquesa, con un cielo estrellado, con un león imponente, particularmente con la impresión que causan en nuestras almas las almas de los hombres. En fin, con toda la creación.

Pero de estas cosas, hemos dicho casi nada de lo mucho enseñado al respecto por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Vamos a continuar con el favor de Dios en próxima ocasión.

Por Saúl Castiblanco

 

 

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