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Los Ángeles: su naturaleza, su número. El Ángel de la guarda

Redacción (Martes, 14-04-2020, Gaudium Press) Hay, en la creación, una serie gradual de seres, que van desde los simples minerales hasta las substancias puramente espirituales. De estos últimos no podríamos saber la existencia por nuestra razón apenas, sino que la conocemos por la Revelación. Son los Ángeles, que vamos ahora a estudiar.

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Existencia de los Ángeles

La Biblia está llena constataciones de la existencia de los Ángeles, los cuales aparecen desde el principio (ver cap. 3 de Gn). En el Antiguo Testamento ellos aparecen impidiendo que Abrahán sacrifique a Isaac, consolando Agar en el desierto (ver caps. 16 y 22 de Gn), alimentando a Elías (1 Rs 19), protegiendo los 3 niños en la hoguera (Dn 3). Y en muchos otros pasajes. El Nuevo Testamento se abre con la presencia del Ángel Gabriel anunciando a Zacarías el nacimiento de Juan Bautista, y a Nuestra Señora la Encarnación del Verbo (ver Lc 1). Y llenan los Evangelios hasta la Ascensión de Cristo. En los Hechos de los Apóstoles hay varias apariciones de Ángeles.

Naturaleza de los Ángeles

Los Ángeles son puros espíritus. Son substancias puramente espirituales. Fueron creados por Dios para existir sin cuerpo. Son las criaturas más perfectas, porque tienen una naturaleza más semejante a la de Dios (puro espíritu). Son, por tanto, superiores al hombre, el cual está compuesto de espíritu y materia (alma y cuerpo).

No es solo por esto que los Ángeles son superiores al hombre. Son superiores por la inteligencia. Ellos conocen a Dios, a los otros Ángeles y hombres, de modo intuitivo, no necesitan raciocinar, como nosotros precisamos. Conocen los futuros necesarios, efectos que están contenidos necesariamente en sus causas, pero no conocen los futuros libres, que dependen de nuestra voluntad. Tampoco conocen los secretos de nuestro corazón, salvo que demos de ellos cualquier demostración.

Son superiores también por la libertad y el poder. S. Pedro dice que «los Ángeles son mayores por su fuerza y su poder» (2 Pd 2, 11). Los hechos lo muestran. Un ángel mató de una sola vez 185 mil soldados de los Asirios (Is 37, 36); otro arrebató Habacuc por los cabellos y lo llevó a Babilonia (Dn 1;4, 35).

Un Ángel no está en todo lugar, como Dios. Pero puede actuar en varios lugares al mismo tiempo, dentro de la esfera de su poder, así como un hombre puede tocar al mismo tiempo en varios objetos al alcance de sus manos.

Lo que decimos aquí de los Ángeles, también se entiende de los demonios.

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Coros angélicos

Es grande el número de los Ángeles. La Sagrada Escritura habla siempre del ejército de los Ángeles. En su prisión, Nuestro Señor dijo que podía pedir al Padre y él mandaría más de 12 legiones de ángeles en su defensa (Mt 26, 53). El profeta Daniel, describiendo el trono de Dios, dice que un millón de ángeles lo servían, y mil millones lo asistían (Dn 7, 10).

Los Ángeles están divididos en 3 jerarquías, y cada una de ellas en 3 coros. La primera jerarquía es la de los que contemplan a Dios: Serafines, Querubines y Tronos. La segunda jerarquía se ocupa del gobierno del mundo: Dominaciones, Virtudes y Potestades. La tercera está encargada de ejecutar las órdenes divinas: Principados, Arcángeles y Ángeles (ver los «prefacios» de las Misas).

Los demonios

Antes de confirmar a los Ángeles en la gracia, Dios los sometió a una prueba. Quiso el Señor que ellos tuviesen mérito en la felicidad que les reservaba. No todos fueron fieles a esta prueba. Algunos cayeron, y fueron inmediatamente castigados por Dios, siendo precipitados en el infierno. Son por eso llamados ángeles malos o demonios.

¿Cuál fue el pecado de los ángeles malos? Parece haber sido la soberbia, porque la Biblia dice que «en ella tuvo principio toda perdición» (Tb 4, 14). El nombre de San Miguel, que quiere decir «¿Quién como Dios?», parece también indicar que los ángeles rebeldes quisieron ser iguales a Dios.

San Juan describe, en el Apocalipsis, la gran batalla, en que San Miguel y sus ángeles vencieron a Lucifer con los suyos, habiendo estos sido precipitados del cielo, donde no hay más lugares para ellos (ver Apoc. 12, 7-12).

Papel del demonio

1) Tentación. Los demonios buscan, de muchos modos, llevarnos al pecado, por medio de la tentación. Fue lo que ocurrió con nuestros primeros padres, con Judas y con Ananías (ver Jn 13, 2, 27 y At 5, 3). Al propio Jesús el demonio lo tentó (Mt 4, 3-10). Y San Pedro nos advierte que él vive «en torno de nosotros, como un león que ruge, buscando a quien devorar» (1 Pd 5, 8).

El demonio ningún poder tiene sobre la inteligencia y la voluntad del hombre. Él puede incitarnos al pecado, pero no nos hace pecar: solo pecamos si queremos. Pero él puede actuar directamente sobre nuestra memoria, imaginación y sobre los sentidos. Así, incluso contra nuestra voluntad, podemos tener recuerdos e imágenes malas, y malos movimientos. Es claro que no pecamos si no queremos estas cosas. Dios nos da siempre la fuerza necesaria para conservarnos.

2) Obsesión. El demonio puede también atacar a los hombres corporalmente, al mismo tiempo en que los atormenta con graves tentaciones, en la medida en que Dios permite. Es lo que se llama obsesión. En estos casos, él actúa siempre de afuera (ver, sobre esto, el Libro de Job).

3) Posesión. Pero, en la posesión, el demonio entra para el cuerpo de la persona, y se apodera de él, y ahí se queda usando sus sentidos y miembros, produciendo hechos insólitos y maravillosos. El Ritual Romano, dando las oraciones propias para el exorcismo al demonio en estos casos, da las señales de la posesión: «hablar lengua desconocida, revelar cosas ocultas y distantes, mostrar fuerza superior a la edad y condición», etc. Los Evangelios dan varios casos de posesión, en que el demonio maltrata a los sujetos, sea quitándoles la vista, la audición y el habla, sea sometiéndolos a tormentos corporales (ver los casos de posesión en los Evangelios).

4) Astucias. Enemigo de la felicidad del hombre, el demonio ha hecho todo para privarnos del bien. Una mirada por la historia muestra sus esfuerzos para destruir la religión, la verdadera libertad, la civilización cristiana, la paz, la moral, etc. Se apodera de los grandes inventos (prensa, cine, radio, aeroplano, etc.) para transformarlos en instrumentos del mal. Una de las mayores astucias del demonio es presentar el mal con un aspecto agradable, dándole nombres atrayentes como civilización, progreso, evolución de los tiempos, y otras y hacer todo esto de manera a no descubrirse que es él que está actuando.

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El Ángel de la Guarda

Para defendernos de todos los males del cuerpo y el alma, principalmente de las tentaciones y peligros del demonio, Dios nos confió a un Ángel, que acostumbramos llamar el Ángel de la Guarda. La Biblia muestra muchas veces a los Ángeles protegiendo y defendiendo a los hombres. Y Jesús dijo, hablando de los niños: «Sus Ángeles ven siempre el rostro del Padre (Mt 18, 20) (ver el Libro de Tobías, todo él lleno de la asistencia del Ángel San Rafael al joven). […] Es enseñanza común que también las comunidades tienen sus Ángeles de la Guarda. […] También las naciones, las diócesis, las comunidades religiosas y otras instituciones de relieve tendrán sus Ángeles de la Guarda.

Para vivir la doctrina

Mi destino es el mismo de los Ángeles: amar y alabar a Dios, eternamente, en el cielo. Para esto, tengo que vivir una vida igual a la de los Ángeles: amar y servir a Dios. Ser santo es mi deber.

Para ello soy ayudado constantemente por mi Ángel de la Guardia. No despreciaré este auxilio. Atenderé a las buenas sugerencias, para seguirlas; me encomendaré a sus favores junto a Dios; me acordaré siempre de su presencia, para no hacer nada que le desagrade.

En las tentaciones no me olvidaré de pedirle que venga en mi auxilio: él ayudó a vencer al ángel rebelde que me tienta. Pero tampoco se facilitará la acción del demonio, a quien busque vencer por la vigilancia y la oración: «Vigilad y orad»…

La liturgia recuerda a los Ángeles: el Confiteor, el Prefacio.

En mi bautismo renuncié a Satanás y a todo lo que le pertenece, para consagrarme a Jesucristo. Ahora, satanás no descansa: quiere reconquistar mi alma, destruyendo la vida sobrenatural, el estado de gracia. Para no recaer en el poder del demonio, me confesaré a menudo, seré asiduo a la oración y la mortificación, y, principalmente, comulgaré frecuentemente. La Comunión es el «pan’ de los Ángeles». Por la comunión seré como los Ángeles.

Fuente: A Doutrina Viva para o curso secundário, P. Álvaro Negromonte (Vozes, 2 ed, 1941), con adaptaciones.

 

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