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¡Resucitó!

Redacción (Martes, 03-04-2018, Gaudium Press) Toda nuestra alegría y esperanza están en la Resurrección del Señor; por eso la Pascua es la mayor fiesta del calendario litúrgico.

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La resurrección del Señor es la garantía de nuestra resurrección para la vida eterna en Dios, cuando entonces, como nos asegura San Pablo, «Dios será todo en todos» (1 Cor 15,28).

Cristo pasó por la muerte para destruir nuestra muerte y resucitó para darnos una nueva vida, pues «Todo aquel que está en Cristo, es una nueva criatura. Pasó lo que era viejo; he aquí que todo se hizo nuevo!» (2 Cor 5,17).

Por el bautismo, el Señor aplica a cada uno de nosotros la salvación que Él nos conquistó. Por eso, ese es el primer sacramento a ser administrado a cada fiel. Nos enseñó el apóstol: «¿O ignoráis que todos los que fuimos bautizados en Jesucristo, fuimos bautizados en su muerte?

Fuimos, pues, sepultados con Él en su muerte por el bautismo, para que como Cristo resurgió de los muertos por la gloria del padre, así nosotros también vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4).

San Pablo dejo muy clara esa verdad esencial de nuestra fe, al repetir a los colosenses: «Sepultados con Él en el bautismo, con Él también resucitasteis por vuestra fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos» (Cl 2,12).

En el bautismo nuestro hombre viejo, esclavo del pecado y del demonio, fue clavado en la cruz santa del Señor, murió y, entonces, salió del agua resucitado. Allí fue cancelado «el documento escrito contra nosotros, cuyas prescripciones os condenaban. [El Señor] lo abolió definitivamente, al clavarlo en la Cruz» (Cl 2,14). Por eso dijo el Apóstol: «Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo.

Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.» (Fl 3, 20-21).

¡Qué maravilla! ¡Nuestro cuerpo será semejante al cuerpo glorioso del Señor resucitado! Que más podremos desear? Es en vista de eso que San Pablo gritó a los incrédulos: «Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación, y también es vana nuestra fe» (I Cor 15,14). Además, dijo: «Si es solo para esta vida que hemos colocado nuestra esperanza en Cristo, somos, todos los hombres, los más dignos de lástima» (I Cor 15,19).

6.jpgLa resurrección del Señor es la garantía de la nuestra. El apóstol nos enseñó que «se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza» (1 Cor 15,42b-43). Y, cuando eso sucede, dice el Apóstol: «Cuando este cuerpo corruptible esté revestido de la incorruptibilidad […] entonces se cumplirá la palabra de la Escritura:

«La muerte fue tragada por la victoria» (Is 25,8). «¿Dónde está oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (Os 13,14) (1 Cor 15,54-55). Cristo, con su muerte, destruyó el aguijón de la muerte, que es el pecado (cf. I Cor 15,56-57).

Esa es la esencia de nuestra fe.

Con toda la diligencia los Apóstoles anunciaban al pueblo la resurrección del Señor. Ya en Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua, Pedro les decía:

«A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos» (At 2,32). «A ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él» (At 2, 23-24). En la casa de Cornelio, Pedro repitió: «Ellos lo mataron, suspendiéndolo en un madero. Pero Dios lo resucito al tercer día, y permitió que apareciese (…) a los testigos que Dios había predestinado, a nosotros que comimos y bebimos con él, después que resucitó» (At 10, 39b-41).

En vista de todo eso San Pablo advirtió: «Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios» (Cl 3,1-3).

Esa es la dimensión nueva que la resurrección del Señor debe traer a nuestra vida «Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza» (Gl 5,19-22).

Y, por encima de todo, como dice el apóstol: «Revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección» (Cl 3,14).

La Iglesia no tiene dudas en afirmar que la Resurrección de Jesús fue un evento histórico y transcendente.

En el n.639 el Catecismo afirma: «El misterio de la Resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente constatadas, como atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo escribía a los Corintios por el año de 56: ‘Yo os transmití… lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Fue sepultado, resucitado al tercer día, según las Escrituras. Apareció a Kefas, y después a los Doce’ (1 Cor 15,3-4). El apóstol habla aquí de la viva tradición de la Resurrección, que quedó conociendo después de su conversión a las puertas de Damasco.

El primer acontecimiento de la mañana del Domingo de Pascua fue el descubrimiento del sepulcro vacío (cf. Mc 16, 1-8). Él fue la base de toda la acción y predicación de los Apóstoles y fue muy bien registrado por ellos. San Juan afirma: «Lo que vimos, oímos y nuestras manos palparon esto testificamos» (1 Jn 1,1-2). Jesús resucitado apareció a Magdalena (Jn 20, 19-23); a los discípulos de Emaús (Lc 24,13-25), a los Apóstoles en el Cenáculo, con Tomás ausente (Jn 20,19-23); y después, con Tomás presente (Jn 20,24-29); en el Lago de Genesaret (Jn 21,1-24); en el Monte de Galilea (Mt 28,16-20); según S. Paulo «apareció a más de 500 personas» (1 Cor 15,6) y a Santiago (1 Cor 15,7).

San Pablo testifica que el Señor «fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto» (1 Cor 15, 3-8).

«Dios resucitó a este Jesús, y de esto todos nosotros somos testigos» (At 2, 32). «Sepa con certeza toda la Casa de Israel: Dios lo constituyó Señor (Kýrios) y Cristo, este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (At 2, 36). «Cristo murió y revivió para ser el Señor de los muertos y de los vivos» (Rm 14, 9). En el Apocalipsis, Juan concluye: «Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero he aquí que estoy vivo por los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y de la región de los muertos» (Ap 1, 17).

La primera experiencia de los Apóstoles con Jesús resucitado, fue marcante e inolvidable: «La paz esté con vosotros!» «Ved mis manos y mis pies: ¡soy yo!» «Pálpadme y entenderéis que un espíritu no tiene carne ni huesos, como estáis viendo que yo tengo». Le presentaron un pedazo de pez asado. Lo tomó entonces y lo comió delante de ellos» (Lc 24, 34ss).

Los veinte largos siglos del Cristianismo, repletos de éxito y de gloria, fueron basados en la verdad de la Resurrección de Jesús. Afirmar que el Cristianismo nació y creció encima de una mentira y fraude seria suponer un milagro todavía mayor de que la propia Resurrección del Señor.

Por Cristo resucitado millares de fieles enfrentaron la muerte delante de la persecución de los judíos y de los romanos. Multitudes al desierto para vivir una vida de penitencia y oración; multitudes de hombres y mujeres renunciaron de construir familia para servir al Señor resucitado. Su Iglesia ya sobrevive por 2000 años, venciendo todas las persecuciones. Ya son 266 Papas, 21 Concilios Ecuménicos, y hoy son cerca de 4 mil obispos y 416 mil sacerdotes y 2 billones de fieles. Y no se trata de gente ignorante o alienada; muy por el contrario, son universitarios, maestros, doctores. «Observen que estoy con vosotros todos los días [Resucitado!] hasta el fin del mundo!» (Mt 28,20).

Por el Prof. Felipe Aquino

 

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